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La noria
Dimitir no es un nombre ruso, la ópera bufa del "enchufado"
Afamado compositor con experiencia como jefe virtual de una oficina de Artes Escénicas busca empleo tras hacerse un mutis por el foro en su anterior puesto. Pide despacho para no usar y 55.000 euros al año
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Se abre el telón. Aparecen la esposa mercadotécnica de un exjugador de baloncesto, su secretaria, un antiguo trabajador de un negocio de muñecas artesanales, un guardabosques, el que fuera presidente de un club de fútbol de Segunda B, sus amigos, el chulo de gasolinera y el proxeneta, y un portero de discoteca. ¿Cómo se llama esta ópera bufa? Lo dejo a su elección.
Va a empezar la función y todos están preparados sobre las tablas. Entre bambalinas esperan otros, pendientes de las órdenes del director para salir a escena. En este vodevil hay algunos que cantan mucho, otros que no cantan nada y los que siempre dan el cante. Se recuerda por megafonía que se pongan los móviles en silencio o los hagan desaparecer. Las luces se apagan y, de repente, un gran silencio invade la sala. Horror. No hay público. Se escuchan gritos: «¿Dónde está el organizador? ¡Que alguien busque al organizador!».
Los trabajadores del teatro se miran perplejos. No parecen saber quién es, pero la voz aguda de un violinista se percibe entre susurros: «¿No es al que llaman ‘‘el enchufado’’? ¿Ese para el que crearon el puesto hace unos ocho años?». «¡Que miren en la Oficina de Artes Escénicas!», se vuelve a oír a pleno pulmón. «¿Pero qué es eso?», dice el acomodador mientras le cae una gota de sudor por la frente. Los cantantes contestan al unísono: «La que se ocupa de las Artes Escénicas». Todos dirigen la mirada al jefe de Sección de Coordinación y Programas de Actividades Transfronterizas para comprobar si sabe algo. Tiene una estrecha relación con él, como de «hermanitos». Pero se hace el sueco y silba la melodía que debería haber abierto la opereta mientras se va despacio a esconderse tras el telón.
En este vodevil hay algunos que cantan mucho, otros que no cantan nada, y los que siempre dan el cante
«¡Ha dimitido! ¡Lo pone en el periódico!», dice uno. Las caras de los artistas palidecen. Nadie lo sabía, ni siquiera los jefes, y mucho menos esos compañeros que no llegaron ni a cruzarse con él. Mutis por el foro en toda regla.
«¿Pero cómo va a hacer eso si cobra 55.000 euros al año para el trabajo que hace?», se preguntan. El músico se había vendido bien. Destacaba en su currículum su trayectoria orquestal en el Teatro Mikhailovsky de San Petersburgo. Allí compuso para un reputado coreógrafo, con quien mantenía un estrecho vínculo, la pieza «Nunc Dimittis». Casualidades de la vida. Uno de esos actores a los que nadie va a aplaudir –y tampoco va a cobrar porque no se han vendido entradas– susurra con sorna: «Dimitir no es un nombre ruso». Se baja el telón.
Ahora, más allá del escenario, empieza un nuevo acto para el afamado músico: tendrá que retomar la búsqueda activa de empleo en Google, que ya le trajo suerte la anterior vez, para conseguir un puesto diseñado a su medida, como si de una mercería se tratase. Entretanto, dedicará más tiempo a su otro «trabajo» no remunerado en un teatro con más renombre, donde forma parte de una entidad denominada Círculo de Cooperación Cultural y que suena igual que Oficina de Artes Escénicas, aunque este da más caché. Puestos que nadie sabe qué son y que suenan como aquel del «asesor del asesor». Son 33 «elegidos» que, por amor al arte, promocionan la temporada artística y que, misteriosamente, fueron borrados hace meses del programa que se repartía entre las butacas. También puede dedicarse ahora que tiene más tiempo al Frente Activo Operegrina y recorrer con sus funciones itinerantes pueblos lusos y extremeños en compañía de titiriteros.
Seguro que él encontrará lo que busca gracias a Internet o a la «dark web», pero el marrón que ha dejado en su antigua empresa no es moco de pavo. Porque, ¿cómo ofertas ahora un puesto en el que no se sabe lo que se hace y, para más inri, ni siquiera se conoce dónde está el despacho que debe ocupar su nuevo dueño?
Pues hala, todos al lío. Unos, a hacer «brainstorming» para decorar sus funciones. Y el resto, con un mapa, a buscar el despacho. «¡En algún sitio estará!», grita convencido uno. «Yo lo vi un día en la segunda planta», espeta otro. También toca volver a licitar el programa Ópera Joven para el montaje de las obras porque nadie va a soltar ya ni un duro. Se ha decretado silencio en la oficina. No quieren incomodar al que lleva la batuta.
Pero la función aún no ha llegado a su fin. Esto no termina hasta que no cante la gorda.
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