El personaje

Begoña Gómez: entre heroína y avispada

La esposa de Pedro Sánchez comparecerá de nuevo ante el juez el miércoles. El espectáculo está servido

Ilustración Begoña Gómez
Ilustración Begoña GómezPlatónLa Razón

Llegó al último Congreso Federal del PSOE en Sevilla en olor de multitud como una lideresa admirada con un «look» moderno, bastante más delgada, con su melena aclarada, pantalón blanco y cazadora de cuero rojo. Begoña Gómez Fernández es, para el núcleo duro del «sanchismo», los ministros del Gobierno y la cúpula del PSOE, una auténtica heroína injustamente atacada por ser la esposa del presidente del Gobierno. Para el PP y las acusaciones particulares autoras de las querellas presentadas, una mujer sin formación alguna pero avispada, una «listilla», como la definen algunos querellantes, sin remilgos a la hora de aprovecharse del cargo de su marido para hacer negocios. Lo cierto es que el pasado 24 de abril, el titular del Juzgado de Instrucción número 41 de Madrid, Juan Carlos Peinado, inició una investigación contra ella por presuntos delitos de tráfico de influencias y corrupción privada tras una denuncia del Sindicato Manos Limpias. La Fiscalía intentó sin éxito el archivo de la denuncia y días después se personaron en el proceso como acusaciones particulares Vox y otras organizaciones.

Desde entonces, Begoña ha estado en el ojo del huracán jurídico, político y mediático. A pesar del acoso y ataques sufridos, el juez Peinado no ha cesado en su instrucción, que le llevo incluso a tomar declaración en persona a Pedro Sánchez en el Palacio de La Moncloa, algo nunca visto, como tampoco lo es que la esposa de un presidente del Gobierno esté siendo investigada por estos presuntos delitos. La maraña de su cátedra en la Universidad Complutense de Madrid, favores a empresarios, líos de cuentas bancarias y utilización del personal de La Moncloa para sus negocios privados han desatado una gran tormenta política y muy duros debates en el Congreso de los Diputados entre Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo.

Para el presidente socialista, todo es una campaña de la «fachosfera», mientras el líder del PP le recuerda que esta Navidad «sentará en la mesa a su señora imputada». El último capítulo llega el próximo miércoles, cuando Begoña comparecerá de nuevo ante el juez como investigada por apropiación e intrusismo a raíz de una querella de Hazte Oír.

El espectáculo está servido. Volveremos a ver a la mujer del presidente del Ejecutivo vestida de riguroso negro, entrando de tapadillo por detrás del Juzgado escoltada por casi un ejército que la protege de los periodistas, lejanamente apartados sin poder realizar su trabajo. En compañía de su abogado Antonio Camacho, exministro del Interior, a quien muchos expertos juristas critican su estrategia de defensa, es de suponer que también se negará a declarar. «Está muy mal asesorada», reconocen en privado en estos sectores. Incluso algunos socialistas secundan en privado esta opinión, aunque de cara a la galería la mujer del jefe es sagrada, objeto de la derecha fascista.

María Begoña Gómez Fernández nació en Bilbao, pero muy pronto su familia se trasladó al pueblo leonés de Valderas. En su currículum aparece un título de Mercadotecnia y otro de Marketing y Negocios por un centro sin valor oficial, por lo que su nivel de estudios se limita al Bachillerato. Ella, no obstante, exhibe otros en Dirección de Empresas, Administración con Clientes y Gestión de Datos sin confirmar cuándo y dónde los obtuvo.

En el año 2006 se casó con el entonces concejal socialista Pedro Sánchez, en una boda civil oficiada por su compañera del Ayuntamiento de Madrid, Trinidad Jiménez. Tienen dos hijas, Ainhoa y Carlota, que mantienen totalmente apartadas del foco mediático. Solo alguna vez Sánchez ha confesado que la mayor estudia en Londres con muy buenas notas y que la menor se decanta por la Psicología.

Begoña Gómez fue durante cuatro años directora del «Africa Center» del Instituto de Empresa, otro cargo que también desató polémica. Dicen que tiene gran influencia sobre su marido y fue ella quien le convenció para esos cinco días de reflexión sobre su futuro, encerrado en el Palacio de La Moncloa.

En los viajes oficiales le gusta ejercer de «primera dama» y junto al presidente han protagonizado varios deslices de protocolo con los Reyes Felipe VI y Letizia. Nunca la esposa de un jefe de Gobierno en nuestra democracia se vio en la situación de estar imputada judicialmente, con la controversia política desatada. Es la prueba de utilizar el poder para fines personales, las instituciones a su servicio y la clara confusión entre lo público y lo privado.

LOS CORRILLOS | Los clandestinos

Se han movido con sigilo, hasta el punto de que muchos en el grupo socialista les llaman «Los clandestinos». José Luis Ábalos y Santos Cerdán mantenían una conversación en una zona alejada de los focos, en el largo tramo subterráneo que da acceso al edificio de ampliación del Congreso. Dos ujieres de la Cámara les descubren, pero se retiran discretamente. El exministro de Fomento se ve tenso y gesticula, mientras el secretario de Organización del PSOE escucha con la cabeza baja. Quedan escasas horas para la comparecencia de Ábalos en el Tribunal Supremo y las aguas están agitadas. «Aquí huele a pacto», susurran algunos diputados socialistas. Cunde la idea de que en reuniones muy secretas se acuerda que Ábalos no tire de la manta hacia arriba, sin señalar a Pedro Sánchez, tampoco a la cúpula de Ferraz y que cargue con «el marrón» el asesor del exministro, Koldo García. Como así, de momento, ha sucedido. Poco después, Ábalos coincide en un local cercano al Congreso, frecuentado por parlamentarios socialistas, con el portavoz del grupo Patxi López y otros compañeros. Ambos se saludan e intercambian algunas palabras. Aunque el exministro fue expulsado del grupo y está integrado en el Mixto, parece que la agresividad ha disminuido y su expediente de expulsión del partido paralizado. «Tenemos un enemigo común, la derecha», es la consigna. Aunque será negado, todo indica que hay un pacto, al menos en esta fase judicial de Ábalos. «Los clandestinos» aplican las órdenes de arriba: «No me hagas daño a mí y yo tampoco te lo haré a ti».