PSOE, 1982
40 años de PSOE: El tsunami que cambió la política española
El partido que en 1982 llegó al poder con una amplia mayoría absoluta poco se parece al que gobierna hoy
Hay momentos en la vida de los pueblos que se consideran, con razón, históricos. El jueves 28 de octubre de 1982 fue uno de esos momentos en España. Ese día culminó la transición a la democracia y se abrió un nuevo período político con el resonante triunfo del Partido Socialista. Por primera vez desde la convulsa etapa republicana, los socialistas alcanzaban el poder y lo hacían con mayoría absoluta y de manera desbordante: 202 de los 350 escaños del Congreso de los Diputados, casi la mitad de los votos válidos emitidos. Esta vez, la izquierda llegaba al poder en un régimen constitucional de Monarquía parlamentaria. Ese era un dato decisivo. Se confirmaba así el cambio que se exhibía en los carteles electorales del partido ganador, que lucían el rostro joven de un soñador Felipe González. Los perseguidos del franquismo tomaban el relevo siete años después de la muerte del dictador.
El acontecimiento se celebró en las calles, aunque sin desbordamientos excesivos. Hacía unos meses que había tenido lugar el juicio de Campamento contra los militares golpistas del 23-F y aún no se había apagado por completo el rumor de los sables, mientras ETA seguía amontonando cadáveres. De hecho, en el Ministerio de Defensa, Alberto Oliart no las tenía aún todas consigo; en plena campaña electoral avisó a Felipe González de que podía ocurrir un nuevo intento de golpe en plena jornada de reflexión. Se estaba alerta, pero no sucedió nada. Dos de los efectos inmediatos del aplastante respaldo popular al PSOE fueron: el afianzamiento de la Monarquía y el apaciguamiento definitivo de los cuarteles, donde comprendieron que no podían ir en contra de la inequívoca voluntad popular.
El otro efecto resonante del 28-O fue el desastre de UCD, la fuerza política que había llevado el peso y la iniciativa en la liquidación del franquismo y la llegada de la democracia. Aquel día de otoño el pueblo español no le agradeció siquiera los servicios prestados. Nunca ha ocurrido una barrida parecida. En poco más de dos años pasó de ganar las elecciones con una cierta holgura a la inanidad y la consiguiente desaparición. Unión de Centro Democrático nunca llegó a ser un verdadero partido político, sino un conglomerado de fuerzas, cada una con sus propias ambiciones, cada una de su padre y de su madre. No nació desde abajo, se organizó desde arriba y fue un buen instrumento para hacer el cambio de régimen, pero incapaz de enfrentarse al futuro.
Su desmembramiento empezó una vez aprobada la Constitución, cuando el PSOE emprendió una campaña implacable para acabar con Adolfo Suárez, siguiendo el consejo de Willy Brand, «padrino» de Felipe González. La moción de censura de 1980, a cara de perro, en la que Alfonso Guerrallegó a llamar a Suárez «tahúr del Mississippi», encumbró a Felipe González y demostró la desunión centrista y la fragilidad de Suárez, que a partir de entonces sería objeto de acoso y derribo desde dentro y desde fuera de UCD, con la entusiasta colaboración de los principales medios de comunicación, hasta perder la confianza del Rey Juan Carlos, que llegó a confiar más en el general Armada que en el presidente del Gobierno. Pero ya en el primer congreso de la formación centrista en octubre de 1978 se vio, en medio de la euforia y de la fiesta final, que no iba a ser fácil la armonía y la cohesión interna. Leopoldo Calvo-Sotelo consideraba a Adolfo Suárez el «clavito del abanico» de UCD. Cuando Suárez decidió marcharse y fundar el CDS, el abanico se desvencijó.
Esto puso la alfombra roja para la llegada de Felipe González y Alfonso Guerra a La Moncloa. Guerra, el más listo de la clase, fue el verdadero estratega de la histórica operación política. Con el tiempo acabaría mal con Felipe González y plenamente reconciliado con Adolfo Suárez. La avalancha socialista del 28 de octubre de 1982 se llevó también por delante al PCE de Santiago Carrillo, que quedó reducido a la mínima expresión. Fue un tsunami que transformó por completo el archipiélago político en España, donde emergió con fuerza la Alianza Popular de Fraga, a la que se irían adhiriendo la mayor parte de los restos del naufragio de UCD, empezando por los democristianos –los socialdemócratas de Fernández Ordóñez se incorporarían al PSOE– hasta constituir el Partido Popular, convertido en verdadera alternativa de Gobierno. Desde entonces, socialistas y populares han ido turnándose en el poder.
Aquel PSOE triunfador del 28-O de 1982 se parece poco al que gobierna ahora en España con los residuos del PCE y el apoyo de los soberanistas catalanes y vascos. Ni Felipe González ni Alfonso Guerra muestran entusiasmo alguno con la actual deriva del partido en manos de Pedro Sánchez. No están de acuerdo con el «sanchismo», aunque mantienen la solidaridad básica con las veneradas siglas. El desencuentro ha deslucido la celebración de la histórica efeméride.