Despliegue policial
Tensa calma tras la tragedia en la frontera de Melilla
El despliegue policial marroquí sella férreamente la divisoria entre los municipios marroquíes y la ciudad autónoma española
Una tensa calma reina en la divisoria entre Marruecos y Melilla en las suaves primeras jornadas de julio que han seguido a la tragedia. Un tenso impasse hasta el próximo salto de migrantes subsaharianos a la frontera que blinda la ciudad autónoma, que nadie sabe con exactitud cuándo se producirá aunque sí que volverá a ocurrir. Una situación que se ha vuelto parte de la realidad cotidiana en estos dos mundos aparentemente impermeables como son la ciudad autónoma de Melilla y la región rifeña que tiene a Nador como capital.
Cuando ya ha transcurrido más de una semana desde el asalto masivo a la doble verja –que protagonizaron entre 1.500 y 2.000 jóvenes subsaharianos pertrechados con objetos metálicos-, Marruecos, aunque con una parca política informativa –como casi todo lo que tiene que ver con lo que la prensa oficial califica de “presidios ocupados por España”-, hace un balance de 23 migrantes subsaharianos fallecidos y varias decenas de heridos, más de 140 de ellos agentes de sus fuerzas de seguridad, como consecuencia de los choques entre ambos.
El recuento de las organizaciones no gubernamentales, con la Asociación Marroquí de Derechos Humanos (AMDH) a la cabeza, hace días que quedó fijado en 39 víctimas mortales, entre ellas dos agentes de la Gendarmería marroquí que Rabat no reconoce pero sí el propio presidente del Gobierno de España. Entretanto, las autoridades españolas informaron de que 40 guardias civiles resultaron heridos en el asalto, que para el propio Pedro Sánchez fue un “ataque a la integridad territorial”.
El impacto provocado por las imágenes de los cuerpos inmóviles de los jóvenes subsaharianos y las al menos 23 muertes de migrantes han empujado a la Fiscalía a pedir una investigación ante lo sucedido, al igual que han demandado los partidos de la oposición, también aliados de su socio Podemos, y sociedad civil. El Gobierno de Pedro Sánchez, quien aseguró que el asalto estuvo “bien resuelto” por las fuerzas marroquíes, no ha matizado su apoyo a Rabat. El último, el ministro de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones José Luis Escrivá, quien pedía este viernes “comprensión” ante la “presión tremenda” de Marruecos.
Pero ninguna investigación sobre la actuación de las fuerzas de seguridad habría sido posible sin el decisivo concurso de la delegación en Nador de la Asociación Marroquí de Derechos Humanos (AMDH), la mayor organización en este ámbito de Marruecos, autora de la mayoría de fotografías y vídeos de lo ocurrido e infatigable en su trabajo en defensa de los migrantes subsaharianos en el país magrebí a pesar de su falta de medios y las tradicionales trabas de las autoridades marroquíes a su trabajo.
La entidad, que ha acusado a Rabat y Madrid de practicar una cooperación securitaria “mortífera” en un manifiesto al que se ha adherido numerosas organizaciones marroquíes, magrebíes y europeas en las últimas fechas, denunciaba en su perfil de Facebook este viernes que “los agentes marroquíes cruzaban la barrera para recuperar a los migrantes detenidos por la Guardia Civil”. “Queda por demostrar que se recuperaron también cuerpos de migrantes muertos más allá de la frontera por parte de los marroquíes. Al menos es lo que nos ha confirmado Adam, quien vio a su amigo Ibrahim ser retirado cadáver hacia el lado marroquí”.
También a la delegación en Nador de la AMDH debemos las imágenes de las zanjas cavadas en el pequeño cementerio de Sidi Salem, en las afueras de Nador, para enterrar a los subsaharianos fallecidos en los enfrentamientos con las fuerzas de seguridad marroquíes. El cineasta melillense Driss Deiback, gran conocedor del drama migratorio y de la frontera entre la ciudad autónoma y Marruecos, admite a La Razón “estar gratamente sorprendido por la labor de la AMDH, que ha permitido que todos, porque las imágenes han dado la vuelta al mundo hayan visto lo que pasó en la frontera, y que da cuenta del hecho de que la sociedad civil marroquí está viva, y de que Rabat ha permitido la actividad de la asociación”.
Frontera sellada
El despliegue policial marroquí es férreo en el conjunto del perímetro fronterizo, especialmente en Beni Ensar, municipio portuario de 57.000 almas que se desparrama en torno a la divisoria de Melilla y que recuperó el pasado mes de mayo parte de la vida y el trasiego habituales tras dos años de cierre fronterizo. Cuesta adentrarse por alguna calle sin toparse con algún agente uniformado o de paisano. Igualmente controladas por la Policía están las carreteras de la zona. Mohamed, que trabaja en una empresa de offshoring en Nador gracias a su excelente castellano, lamenta la suerte de los subsaharianos y advierte de que la población marroquí también lo está pasando muy mal por culpa de la subida de precios.
Marruecos, que por ahora no está oficialmente investigando lo sucedido, no está dispuesto a que vuelvan a repetirse escenas como las del pasado fin de semana y ha trasladado a varios centenares de subsaharianos a distintos puntos del país desde las escarpadas laderas del macizo del Gurugú, que descienden desde la niebla hasta los abigarrados barrios de la zona alta de Melilla. Asimismo, los vecinos de Nador nos han confirmado que las autoridades locales les han pedido que no ayuden a los jóvenes migrantes refugiados en las montañas para evitar que se concentren y protagonicen nuevas tentativas de asalto. Al tiempo varias decenas de los subsaharianos detenidos en el asalto han comparecido ya ante la justicia marroquí.
Además, la creciente presión en las fronteras de las ciudades autónomas españolas, en especial la de Melilla, no es ajena a la guerra fría que viven Marruecos y Argelia en los últimos meses a cuenta del conflicto del Sáhara Occidental. El extenso territorio argelino es paso obligado para la ruta migratoria adoptada por los migrantes que protagonizaron el asalto masivo de la frontera melillense. Casi todos llegaron desde Sudán, la República de Sudán del Sur y Chad, países duramente golpeados por el hambre y la violencia.
Marruecos, que teme que Argelia pueda aprovechar el momento para jugar el arma migratoria –baza que todos conocen en la región-, ha reforzado en la última semana el dispositivo militar en sus fronteras con el país vecino, que están cerradas desde 1994. Una zona fronteriza donde, además, el régimen militar celebró el mes pasado –concretamente en Tinduf- maniobras militares para exhibir músculo en un momento de máxima tensión regional e internacional.
A través de su Embajada en Madrid, Rabat atribuyó en una nota emitida el pasado lunes a la “deliberada laxitud” de Argel la responsabilidad del asalto de Melilla, que, según Marruecos, estuvo dirigido por “experimentados milicianos” que se infiltraron a través de las fronteras argelinas. Al tiempo, la llegada a las costas almerienses de varias pateras desde territorio argelino, que se une a otras registradas en las últimas semanas, comienza a confirmar que Argel seguirá empleando la presión migratoria en las próximas semanas para expresar su malestar con Pedro Sánchez por su respaldo a Marruecos en la cuestión del Sáhara.
Pero la vida sigue y en el paso de Beni Ensar –solo unos pocos centenares de metros lo separan del tristemente célebre de la frontera sellada del Barrio Chino- las colas de vehículos y peatones vuelven a ser estampa habitual en este comienzo de la Operación Paso del Estrecho (o Marhaba, como la llama Marruecos) después de dos años sin trasiego por mor de la pandemia primero y de la crisis diplomática bilateral después.
Aunque con el paso de las semanas los controles en ambos sentidos se han venido relajando –atrás quedó la política de ni un yogurt y ni una lechuga-, con la promesa española de la reapertura de una aduana comercial en aire, el tránsito de mercancías sigue sin ser posible. Entretanto, la clase política melillense –con la excepción de Vox- se manifiesta estos días satisfecha con el nuevo concepto estratégico de la OTAN aprobado esta semana en la cumbre de la Alianza en Madrid.
La calma es sólo un momento fugaz y transitorio antes del siguiente asalto, como recordó esta semana el presidente de Melilla, Eduardo de Castro. Melilla y el montañoso Rif son una sucesión de metáforas y preguntas sin respuesta, como la de la forma de empezar a resolver el problema en una frontera que seguirá siendo la última barrera para miles de desesperados jóvenes africanos antes de alcanzar su sueño europeo.
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