«Operación Burlero»
«Ellos saben que un día les van a matar. Lo tienen tan asumido que su última preocupación es que la Guardia Civil entre de madrugada en su casa. Al ver que somos nosotros se relajan: saben que simplemente irán a la cárcel». La realidad del narco y todos sus vericuetos la conoce bien el comandante responsable del Grupo de Blanqueo de Capitales de la UCO, artífice junto a su equipo de la «operación Burlero», que se ha saldado con cuatro detenidos que ya han ingresado en prisión. Los agentes suelen comentar que este tipo de delincuentes «torean» mucho: se mueven con soltura en el mundo del hampa pero, al final, «el toro te acaba pillando» y de ahí que quisieran bautizar a la operación con el nombre de uno de los toros más famosos: el que acabó con la vida del mítico diestro «El Yiyo». Valiéndonos de este símil, podríamos decir que nuestro «Yiyo» en esta historia probablemente sea uno de los sicarios más importantes asentados en España. No llega a los 50 años y ya acumula «decenas» de homicidios en su Colombia natal. Le llaman «Cucho», un término coloquial colombiano para dirigirse a los familiares de mayor edad y, en las organizaciones de narcos, para llamar al jefe; algo así como el «Don» en la mafia italiana. La sangrienta trayectoria del «Cucho» y sus contactos con importantes miembros de los cárteles colombianos más activos le otorgaron la reputación más valiosa en ese mundo: el respeto. Estuvo un tiempo entre rejas y al salir vino a España, donde ya había obtenido la nacionalidad (evitaba así líos con Extranjería) y vivía a todo tren en un lujoso chalé de Villaviciosa de Odón (Madrid). Pagaba todo en efectivo: los casi 3.000 euros de alquiler, los dos BMW X6, el colegio privado de los dos niños, ropa de primeras marcas, su colección de relojes y las joyas de su mujer: también arrestada y que sabía perfectamente qué cantidad máxima debía gastar en las joyerías para que no tuvieran que dar aviso por sospecha de blanqueo. A veces, hasta iba varias veces en un mismo día para fraccionar sus pagos –siempre en metálico–, y no dejar rastro. Pero su precaución le valió de poco porque la UCO ya la estaba siguiendo desde hacía dos años gracias a un aviso de la DEA, que puso al grupo de Blanqueo sobre la pista de esta oficina que llevaba, mínimo, seis años operando desde Madrid. Los agentes no tardaron en llegar al líder, al «Cucho», y pronto se dieron cuenta de que no estaban ante un sicario al uso.
Sistema de compensación
El estatus logrado y el hecho de mantener allí contactos estratégicos le erigieron como uno de los sicarios que «mejor trabajaba» en España y, posiblemente, en Europa. ¿El secreto? Ofrecía el servicio que todos los narcos querían: efectividad y discreción. Su oficina de cobros no solo conseguía el dinero de los deudores sin apenas necesidad de emplear la violencia (saber quién daba el aviso bastaba a los pagadores para obedecer), sino que también era capaz de blanquear sin necesidad de mover físicamente el dinero. Es decir, tenía a gente en Colombia u otras zonas de Latinoamérica con la capacidad económica de pagar allí, en pesos colombianos, las deudas reclamadas por las organizaciones con base allí pero que hacían negocios en España. Y eso significa disponer de mucho efectivo. Estos contactos, a su vez, le iban encargando realizar por aquí pagos de la misma índole e iban cuadrando así adeudos y abonos. Es lo que los investigadores llaman sistema de compensación. «No es habitual que alguien tenga la capacidad de mover, por ejemplo, un millón en efectivo en Colombia sin necesidad de llevar el dinero hasta allí», asegura el comandante. Es por eso que, si bien a menor escala hay muchas oficinas de cobros instaladas en España, no tantas (quizás ninguna) al nivel del «Cucho».
Sólo con los grandes
Y, como se lo podía permitir, escogía clientes, de forma que se dedicaba casi en exclusiva a los cárteles más importantes o a compromisos. Según los investigadores, no se movía por deudas que no se acercaran al millón de euros para cobrar su buen porcentaje de comisión. Así, podía vivir solo arriesgándose tres o cuatro veces al año. Aunque el «Cucho», lógicamente, ya no era quien hacía el trabajo sucio. Para ello contaba con dos fieles colaboradores (también detenidos) que vivían prácticamente a su servicio y que, a su vez, contaban con distintos testaferros o personas de confianza. Estos dos escuderos eran compatriotas que, una vez que empezaron a trabajar para él, ya no les quedó más remedio que continuar. Están presentes en tantas conversaciones y saben ya tanto de él que no pueden irse si es que conservan algo de aprecio por su vida. Su mano derecha, de hecho, vivía en un cuartucho abuhardillado situado en la planta superior de la mansión del «Cucho», donde tenía el gimnasio y su espacio «religioso». Toda la estancia estaba copada por fruta fresca, tartas de gominolas, bebida servida en copas, cuadros y artesanía africana: sus ofrendas a la Santa Muerte.
«Ellos la tienen muy presente porque matan, han visto muchos muertos y saben que algún día van a morir de la misma forma», asegura el comandante. Por eso piden a la Santa Muerte para que cuide de los suyos y se lo toman muy en serio. En el garaje también había simbología y manchas en el suelo que permitían inferir que allí se habían practicado rituales de santería: matan animales para ahuyentar los malos espíritus y que el negocio salga bien. No solo la simbología era «sagrada» en esa casa. El «Cucho» tenía tan interiorizado que un día entrarían a matarle que su seguridad en torno a esa idea rozaba la obsesión: no salía mucho de casa (vivía casi autoconfinado) y tenía puertas blindadas no solo en la entrada de la finca y de la vivienda, sino también una tercera en el pasillo previo a los dormitorios: todo para ganar tiempo ante una entrada violenta. De hecho, cuando los agentes entraron de madrugada él ya estaba levantado y les recibió con calma en el vestidor. Pero el dato más sorprendente en este sentido es que había practicado con sus hijos, de 9 y 12 años, dónde esconderse cuando algo así ocurriera, como quien ensaya el protocolo ante un terremoto en una escuela japonesa. Y en sus escondrijos les encontró la Guardia Civil: al niño tras un soporte de madera bajo su cama y a la niña dentro del armario bajo una montaña de abrigos.
¿Han matado aquí?
Aunque el nivel de estos cobradores les alejaba de los secuestros exprés, torturas y demás sistemas de extorsión, sí contaban con armas de fuego preparadas para su uso. Las encontraron, una en el tambor de la persiana de la vivienda de uno de y otras cinco semiautomáticas en un trastero, además del revolver que el «Cucho» guardaba en su vestidor. En total siete armas cortas con el número de serie borrado y que ahora analiza el servicio de Criminalística de la Guardia Civil para comprobar si han sido utilizadas en crímenes sin resolver encargados a sicarios, como uno de los últimos miembros de «Los Miami», Richard, en 2018 o «El Niño Sáez» el año anterior.
La antigua UCIFA
El Grupo de Blanqueo de la UCO trabaja unido al de Drogas porque ellos se centran en blanqueo de capitales de este tipo de organizaciones criminales, cuyo origen es el narcotráfico. El grupo tiene sus orígenes en la extinta Unidad Central de Investigación Fiscal y Antidrogas (UCIFA), cuando en 1997 se separó de esta unidad la sección dedicada a la investigación del narcotráfico. Con el paso de los años, este Grupo se ha convertido en la punta de lanza de la Guardia Civil para combatir e investigar desde las formas de blanqueo de capitales más tradicionales, hasta las más innovadoras basadas en el uso de las nuevas tecnologías mediante criptomoneda, además de dar apoyo y asesoramiento al resto de Unidades de la Guardia Civil que estuvieran llevando a cabo una investigación sobre operativas complejas de blanqueo de capitales.
Entre las operaciones más destacadas de los últimos años, destacan la “operación Tulipán Blanca”, en la que con la colaboración del Departamento de Defensa de Estados Unidos (Homeland Security Investigation HSI-ICE), se investigó a más de 130 personas por blanquear mediante criptomoneda más de 8 millones de euros entre España y Colombia. También fue importante por la complejidad de la propia investigación la “operación Kampuzo”, en la que por primera vez en Europa se intervinieron cajeros automáticos de Bitcoins, o en octubre de 2017, cuando este Grupo detuvo a varios ex altos y ex directivos de empresas públicas del Gobierno Venezolano.