El Euroblog
Cameron gana, Europa pierde
La inesperada holgada reelección de David Cameron en las elecciones británicas del 7 de mayo reabre las dudas sobre la permanencia de Reino Unido en la Unión Europea. Fiel a su palabra, el líder “tory” no sólo mantiene su promesa de celebrar un referéndum si ganaba un segundo mandato, sino que se plantea adelantarlo a 2016. Una exigencia reclamada por la City y el gobernador del Banco de Inglaterra, Mark Camey, para evitar que se prolongue la incertidumbre financiera o la consulta sea contaminada por las elecciones alemanas y francesas previstas en 2017. No por casualidad, muchos de los 250 bancos con sede en Londres amenazan con mudarse si Reino Unido abandona el barco europeo.
Obligado por el sector eurescéptico de su partido a dar este paso adelante, Cameron vuelve a dejar en manos de los electores el futuro de su país. Y es que, un eventual resultado a favor de abandonar el “club” comunitario reabriría automáticamente los deseos secesionistas de Escocia, cuyo Gobierno autónomo ya ha advertido que no tolerará quedarse fuera de Europa por el viejo y rancio nacionalismo inglés. Y es que, aunque es pronto para saber cómo se plantearía la campaña del referéndum, está podría ser entre un Reino Unido con influencia internacional gracias a su pertenencia a los Veintiocho y su vínculo transatlántico con Estados Unidos o un Reino Unido más pequeño e insular que nunca.
Cameron y su equipo de Gobierno han prometido desembarcar en Bruselas para negociar con los socios europeos y las instituciones comunitarias la reforma de la UE que ambicionan, una Europa más competitiva y centrada en el empleo que devuelva a los Estados nación aquellas competencias que pueden gestionar mejor. Su ministro de Finanzas, George Osborne, que viajará antes del verano a Bruselas y Berlín para sondear la situación, ya ha prometido una “negociación firme, pero constructiva”. Sobre el papel, no hay nada que discutir ni que reprochar al Gobierno de Londres. De hecho, los países nórdicos y Países Bajos rubricarían estos objetivos sin muchas objeciones. Sin embargo, si esta reforma alude al recorte de alguna de las cuatro libertades fundamentales (personas, bienes, servicios y capitales) se va encontrar con la firme oposición de la Comisión Europea y de los principales Estados miembros, con Alemania y Francia a la cabeza. Tampoco es realista que los demás socios acepten ahora reabrir los tratados comunitarios para complacer los deseos de Londres, dado el peligro que entrañaría de que otros países trataran de obtener sus propias contrapartidas.
Sólo una posible corrección de los abusos que puede provocar el tan cacareado turismo social entre trabajadores comunitarios podría convertirse en la solución de compromiso para Reino Unido. Sin embargo, ¿será suficiente para que Cameron regrese a Londres con la fortaleza política suficiente para vender el “sí” en el referéndum frente al radicalizado UKIP, que ha cosechado cuatro millones votos en las urnas con su discurso eurófobo y racista, o sus propios colegas de Gabinete que han prometido hacer campaña por el no?
Si los argumentos económicos y políticos dominan la campaña, Reino Unido renovará sus votos con Europa 41 años después de una primera consulta en la que, paradojas de la política británica, Margaret Thatcher pidió el voto por el “sí”, mientras muchos ministros laboristas del “premier” Harold Wilson lo hicieron por el “no”. Sin embargo, si los sentimientos nacionalistas y sensacionalistas exacerbados por la prensa amarilla toman la voz cantante, es prácticamente seguro que los británicos terminen decantándose por abandonar una Unión de la que se sienten muy lejos por la falta de valentía de una clase política temerosa de exponerles que el empleo y el crecimiento en las islas depende del Mercado Interior que comparten con 500 millones de europeos y contribuye cada año al 5% de su PIB. ¿Estará Cameron a la altura de la historia?
pgarcia@larazon.es
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