Afganistán
Kabul, a un año de la deserción de Occidente
Afganistán volverá a ser refugio de terroristas islamistas, mercado negro de armas, drogas y personas; nido de todo tipo de corrupción y, lo que es más preocupante, un foco antioccidental en una de las zonas más inestables del planeta
Tal vez, las conciencias de los ciudadanos que viven en las democracias más avanzadas del mundo se hayan sentido algo reparadas con las noticias de los nuevos rescates llevados a cabo de antiguos colaboradores afganos y sus familias –que en el caso de España ha supuesto la llegada de más de un centenar de refugiados–, pero, con ser de celebrar, estos gestos no pueden borrar ni la vergüenza de la retirada, casi huida, de las fuerzas occidentales ni dejar en un segundo plano las lecciones aprendidas, que deberían marcar la política exterior de Estados Unidos y de la Unión Europea, socios ambos en la OTAN, en el inmediato futuro.
Lecciones que nos hablan, especialmente a los europeos, de la necesidad de reforzar nuestras capacidades militares y de proyección estratégica para no depender en el futuro de las decisiones que tome Washington, guiadas por sus servidumbres en la política interior y que están estrechamente ligadas a lo sucedido hace un año en Afganistán, cuando la Casa Blanca, sin consulta previa a sus aliados, llegó a un pacto con el enemigo talibán y tiró por la borda décadas de esfuerzos y dolorosos sacrificios que, y es lo peor de todo, comenzaban a dar los primeros frutos.
Nada de lo que pudiera haber acordado el presidente norteamericano, Joe Biden, que, ahora, reclama esfuerzos y sacrificios para contener las amenazas de China y Rusia, se ha cumplido. Afganistán vuelve a gemir bajo una tiranía teocrática que anula a las mujeres, pero, también, que trata con mano de hierro a cualquiera que discrepe de su concepción del mundo y de la sociedad. Afganistán volverá a ser refugio de terroristas islamistas, mercado negro de armas, drogas y personas; nido de todo tipo de corrupción y, lo que es más preocupante, un foco antioccidental en una de las zonas más inestables del planeta.
Y no hay que dejarse engañar por las apariencias de «moderación» del régimen de Kabul y su apertura a la Prensa internacional. No han disparado al medio centenar de valientes mujeres que se atrevieron a exigir justicia y libertad, pero ellas saben que tienen los días contados, salvo que tomen el camino del exilio, como otras muchas. Los talibanes van ocupando todos los espacios públicos y aún privados poco a poco, porque, no en vano, veinte años de esfuerzos occidentales consiguieron avances económicos y sociales en el país, que ejercen cierta resistencia. Pero no hay que engañarse. Las mujeres ya están fuera de la vida pública y del mercado laboral y en las zonas rurales tienen vetada completamente la educación. Un tercio de los medios de comunicación que existían hace un año han desaparecido y los que restan están en manos del régimen o sujetos a la más estricta censura. Occidente nunca lamentará bastante la oportunidad perdida ni podrá justificar el abandono a la peor de las tiranías de todo un pueblo.
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