Editorial
López Obrador sólo busca una coartada
La constitución de México como nación soberana vino precedida de una larga guerra civil a la que siguió un siglo de turbulencias políticas extremas que culminaron con una revolución frustrada ya entrado el siglo XX. En el convulso proceso, y salvo una intervención episódica en el marco de una expedición internacional, España se mantuvo totalmente al margen, incluso, cuando el antiguo virreinato, ya independiente, se vio obligado a ceder la mitad de su territorio a los Estados Unidos.
Es decir, los mexicanos han sido dueños exclusivos de sus destinos a lo largo de los últimos doscientos años y, por lo tanto, es sobre sus hombros donde descansa la responsabilidad última de la conformación del México actual. Es cierto, es imposible negarlo, que esa moderna nación, llamada a ser una de las grandes potencias del mundo, se asienta sobre un profundo sustrato cultural español que impregna las relaciones bilaterales hispano-mexicanas de un aire de falsa familiaridad que, en demasiadas ocasiones, ampara actos de descortesía que serían muy mal tolerados por los gobiernos y las opiniones públicas de otros países. Pero es un coste menor, asumido, frente a la venturosa realidad de dos pueblos que, al primer roce, se descubren íntimamente fraternos.
De ahí, que las invectivas pseudohistóricas que suele prodigar el actual presidente populista de México, Andrés Manuel López Obrador, contra España y su Corona apenas tengan eco en la población, más allá del ámbito de ese indigenismo criollo, blanco, paradójicamente, sin vinculación afectiva con los pueblos originarios que forman parte de la república. No sería, pues, motivo de mayor inquietud las últimas declaraciones del mandatario mexicano, en las que reclama «pausar las relaciones con España», si no fuera porque López Obrador, cuyo ejecutoria gubernamental no está siendo, precisamente, brillante, es un especialista en buscar coartadas a sus propios errores y no tiene el menor empacho a la hora de trasladar responsabilidades, ya sea a los periodistas, pese a que son asesinados por docenas en medio de un clima de impunidad doloroso; ya a los gobiernos anteriores, ya al «enemigo» externo, del que, naturalmente, forman parte destacada las denostadas multinacionales.
Y es el caso de que en México operan más de 6.300 empresas españolas o participadas, lo que convierte a nuestro país en el segundo inversor mundial en la economía mexicana, con presencia destacada en los principales sectores estratégicos, como la energía, la banca, las telecomunicaciones, las obras públicas o el turismo. Empresas que son codiciadas presas de los populismos de izquierdas, a las que se trata de convertir en chivos expiatorios de los problemas económicos y sociales de un país. Y, hoy, México, con López Obrador, presenta varios de esos problemas.
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