Guerra en Afganistán
No hay victoria política en la derrota
Sánchez celebra un «éxito de país» en medio de un baño de sangre y una estampida
La matanza de Kabul ha precipitado el final de la misión de evacuación de las potencias en Afganistán. Se calcula que más de 100.000 personas embarcaron en el aeropuerto camino de un destino seguro los últimos días bajo la protección de las naciones democráticas. España ha hecho lo propio y los militares presentes en las instalaciones aeroportuarias han puesto con el último vuelo el colofón a la intensa presencia de nuestro país durante dos décadas que ha acarreado enormes sacrificios y que ha cosechado también resultados notables. El presidente del Gobierno compareció ayer para dar cuenta de un balance final de 2.206 personas rescatadas por el despliegue de nuestro país tras la victoria talibán. Pedro Sánchez felicitó a todos los que lo han hecho posible, y es de justicia porque un buen puñado de servidores públicos se han jugado su integridad para cumplir con el compromiso adquirido con aquellos afganos que apoyaron a nuestros militares en tiempos de guerra. Esa comprensible e incluso saludable satisfacción por el deber cumplido de poner a salvo más de dos mil vidas tendría que quedarse ahí y no afectar a un balance global sobre la operación en Afganistán y el futuro del país que es crítico, por no decir desesperado, con un pueblo que con razón puede sentirse traicionado. Apelamos en días pasados a la verdad y el rigor de la ministra de Defensa sobre lo que aguarda en el territorio ya hostil sin la presencia de las fuerzas internacionales. Es una lástima que el presidente se desmarcara de ese guion y hablara con ligereza propagandística de que «el Gobierno no se va a desentender de aquellos afganos que se han quedado en su país, ni va dejar solo al pueblo afgano» y elucubrara con «más misiones» en Afganistán. Esas fueron sus palabras, los hechos tozudos enseñaron al mundo que los aliados salieron de estampida, más acelerada aún por los atentados de Kabul, y que desde miles de kilómetros promesas sobre manos tendidas a personas que suplicaban dejar su país y su hogar parecen un gesto frívolo y sin más sentido que el de un gobierno dispuesto a exprimir todo el rédito político posible de un extraordinario trabajo de militares, policías, diplomáticos y funcionarios. Hablar en este contexto de «éxito de país», en medio del último baño de sangre y en los albores de un régimen abrazado a la sharía y verdugo de cualquier derecho humano podrá sostener un discurso político, pero tiene poco de moral.
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