
Economía
Manual para deshacer el error nuclear
El mundo ha entrado en una nueva era en la que la energía nuclear parece inevitablemente destinada a ganar protagonismo para garantizar el desarrollo y la suficiencia energética

Confucio (551-479AC), ahora también un referente en la China en la que conviven el capitalismo de hecho con un comunismo oficialista, que solo conserva la autocracia y un poder central férreo, ya enseñaba que «el hombre que ha cometido un error y no lo corrige, comete otro mayor».
Quizá, incluso no sea necesario admitir la equivocación, pero sí optar por la vía de la enmienda. Muchos años después del sabio chino, San Agustín (354-430), obispo de Hipona, una de las grandes mentes de todos los tiempos, también explicaba –apoyado también en sus propias experiencias–que «errar es humano; permanecer en el error es diabólico».
En España, sin embargo, siempre ha gozado de un cierto prestigio la actitud de «sostenella y no enmendalla», expresión atribuida a Guillén de Castro (1569-1631) en su obra «Las mocedades del Cid». La realidad es que el dramaturgo escribió «defendella y no enmedalla», como precisó en su momento Miguel de Unamuno (1864-1936), pero desde mediados del siglo XX se popularizó la versión de «sostenella».
El primer Gobierno de Pedro Sánchez decidió, en 2019, tras unas muy complicadas negociaciones con las empresas del sector, el cierre escalonado de los siete reactores nucleares que quedaban operativos y que desarrollaría con un calendario que iba de 2027 a 2035, y que comenzaría con las dos centrales ubicadas en Extremadura, Almaraz I, en 2027 y Almaraz II, en 2028.
Luego seguirían las demás, hasta concluir el proceso en 2035, con el cierre de Trillo (Guadalajara). En Cataluña, Ascó, debería apagarse en 2030, al mismo tiempo que la valenciana Vandellós II, mientras que Ascó II y Vandellós lo harían en 2032 y 2035.
Las compañías eléctricas no tuvieron más remedio que aceptar las propuestas del Gobierno que, además incluían, alzas impositivas notables a las nucleares que, en la práctica hacían imposible el mantenimiento de las centrales por su coste.
La doctrina oficial, impulsada sobre todo por Teresa Ribera, la gran abanderada del cierre nuclear y ahora vicepresidenta europea, defiende que son las propias compañías las que no están interesadas en el negocio nuclear. Elude que lo hacen porque la carga impositiva lo convierte en inviable.
Desde 2019 han pasado apenas siete años, pero los cambios han sido tan enormes como inesperados. Hay un nuevo mundo, con Vladimir Putin y Donald Trump, y una situación geopolítica que ha puesto negro sobre blanco las carencias energéticas europeas.
También se han desarrollado nuevas tecnologías o aplicaciones que, como la Inteligencia Artificial y los centros de datos, necesitan grandes cantidades de energía. Alemania cerró sus centrales nucleares por decisión de Ángela Merkel y se convirtió en un país ruso dependiente desde el punto de vista energético. La invasión de Ucrania evidenció la debilidad de esa política y, desde entonces, la economía alemana más que renquea.
La necesidad de energía y el enrevesado escenario internacional han dado otra oportunidad a la nuclear. La Agencia Internacional de la Energía, describe un panorama en el que «la mitad de los proyectos de energía nuclear en construcción están en China, que se prevé que supere tanto a la Unión Europea como a Estados Unidos en capacidad nuclear para 2030».
Sin embargo, todo puede volver a cambiar. Al principio de la próxima década entrarán en servicio los llamados pequeños reactores nucleares (SMR), sobre todo en EE.UU. Al mismo tiempo, mientras Emmanuel Macron baraja –todo importa- que el poder nuclear francés sirva de cobertura a toda la Unión Europea (UE), otros países anuncian cambios en sus planes. Bélgica, que también pensaba abandonarla, plantea ahora duplicarla, como anuncia el primer ministro Bart De Wever.
Y países, hasta ahora al margen de esa energía, como Italia, barajan incorporarse al club nuclear, según sugiere Giorgia Meloni. En España, el Gobierno, ahora por boca de Sara Aagesen, ministra del ramo y sucesora de Teresa Ribera, mantiene su postura a favor del cierre nuclear.
El debate, sin embargo, se ha reabierto. Ignacio Sánchez Galán, presidente de Iberdrola, ha sido contundente. Ve «absolutamente necesaria» la energía nuclear para evitar problemas energéticos a medio plazo. No es, ni mucho menos, el único.
Las advertencias sobre los riesgos del programado apagón nuclear español se han repetido hace algunos meses, desde las empresas implicadas de forma más o menos directa hasta todo tipo de expertos. Nadie defiende la construcción de nuevas centrales, pero sí el mantenimiento por ahora de las actuales. El Gobierno, cometiera o no un error en su día, tiene la oportunidad de no cometer otro mayor como enseñaba Confucio.
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