Hosteleros
“Salvé el desahucio con una huelga de hambre; de mi bar salía en ambulancia o ataúd”
Sergio Villaverde, hostelero asturiano, denuncia la imposibilidad de obtener las ayudas prometidas por el Gobierno
La mala fortuna quiso que, solo once días después de hacerse hostelero, a Sergio Villaverde le cerraran el bar. Fue durante el mes de marzo de 2020, cuando se decidió a quedarse con “El Caleyón”, en la localidad asturiana del Palomar, donde llevaba unos años trabajando de camarero. Un pueblo pintoresco a solo once kilómetros de Oviedo en el que se podría ganar la vida gracias a turistas y veraneantes. Todo cambió con la pandemia. Tanto que este hombre de 50 años ha tenido que hacer una huelga de hambre para salvar el desahucio de su local, que también le sirve de vivienda.
Estuvo casi dos semanas sin ingerir alimentos sólidos para llamar la atención ante lo que califica de “desastre total”. Y no es el único. Todo el sector de la Hostelería española está en pie de guerra porque se consideran el “chivo expiatorio” de unas crisis sanitaria que está acabando con su negocio, con su salud e, incluso, con su vida, como fue el caso del dueño del bar “Las Torres”, en Valladolid, que se quitó la vida en su cocina a principios del mes de diciembre.
Sergio Villaverde a punto estuvo de cumplir su propia profecía: “Yo dije que de mi bar salía en ambulancia o en ataúd”. Tuvieron que ingresarle unas horas porque el ayuno le estaba debilitando en exceso; asegura que perdió hasta quince kilos duranta una huelga que comenzó en la Noche de Reyes. Aquel fatídico día le llegó la carta de desahucio. Debía a la dueña un total de 2.100 euros, correspondiente a seis meses de alquiler, una cantidad que le era “imposible” abonar. Asegura que logró salvarse “gracias a que logré que un presidente regional de Vox viniera a verme y me consiguiera el dinero a través de una plataforma ciudadana”.
Desde el pasado mes de marzo, estaba esperando la ayuda prometida por el Gobierno de 400 euros, que le había sido concedida pero que nunca le llegó: “Traté de aguantar todo el verano y a finales de octubre el Principado de Asturias volvió a cerrarnos 40 días. Entonces nos anunciaron otra suma de 1.500 euros que yo solicité rápidamente”. Fue en diciembre cuando se enteró de que le había sido denegada por retrasarse en el pago de la Seguridad Social, una deuda que no llega a los 500 euros.
Este hostelero fue viendo cómo se le iba cerrando una puerta detrás de otra. Un callejón sin salida que le llevó a Urgencias la semana pasada porque “ya no puedo comer, no me entra nada”. Se desmayó el jueves, solo cinco días después de que otro médico le advirtiera de que dejara la huelga “porque iba a pagar caras las consecuencias”. Y eso hizo: “Pensé que no merecía la pena dejarme aquí la vida por dos políticos”. Cuando volvió a casa le esperaba otra mala noticia; le habían cortado la luz. Hasta ayer no logró que se la volvieran a conectar previo pago de los 220 euros que adeudaba. “He logrado abrir el bar igualmente, pero ha sido una calamidad. Se me estropeó toda la comida de la nevera, que acabó en la basura, y he pasado mucho frío”, explica en conversación telefónica con este periódico.
Su voz refleja bien la desesperación por una situación que considera que podría haberse ahorrado. A ratos rompe a llorar de pura impotencia: “Es que me tienen ahorcado, es todo un despropósito. Si hubieran entrado las ayudas cuando decían que las iban a dar nunca hubiera llegado a esta situación tan extrema. No tiene sentido que no te echen una mano porque tienes un impago, ¿entonces solo ayudan al que puede pagarse la facturas?”. Cree que “descartan a los que están al límite para quitárselos de encima”.
Sergio, que sirvió diez años como cabo primero en el Ejército, no piensa rendirse y afirma que tratará de sacar adelante “El Caleyón”. Trabaja de lunes a domingo y, aunque dice haber recibido amenazas de “socialistas” tras el apoyo de Vox, mucha gente le apoya y el sábado “tenía la terraza llena”. El problema con las medidas restrictivas es que “Asturias no es Marbella, aquí llueve” y es mucho más complicado limitar el negocio a las mesas al aire libre. “Es todo tan apretado, tan apretado, que la gente no viene, está todo el mundo asustado. Pero lo estoy intentando y lo levantaré como pueda”, concluye.