Entrevista (I)
Álex Corretja: “Gané a Sampras en semis, mis hermanos entraron al vestuario y los eché: no había nada que celebrar todavía”
El ex número dos del mundo recuerda su triunfo en el Masters de 1998, en el que derrotó a Moyá en la final tras batir al número uno del mundo y gran referente del momento
Álex Corretja (Barcelona, 48 años) es uno de los dos tenistas españoles que sabe lo que es ganar el Masters, el torneo que reúne a los ocho mejores del año. El otro es Manolo Orantes, que lo logró en 1976; y en el circuito femenino lo consiguió en 2021 Garbiñe Muguruza. Álex levantó el título en 1998 tras remontar a Moyá, que había sido su verdugo en el duelo por el título de Roland Garros y ganó los dos primeros sets de esa final (3-6, 3-6, 7-5, 6-3 y 7-5). Corretja llegó a ser número dos del mundo en 1999 y en esta entrevista, dividida en dos partes, habla de aquel triunfo que le llevó a la gloria, de Nadal y Alcaraz, del tenis y de la vida, en general. Aparte de comentar partidos en televisión, da charlas a gente de todo tipo: empresarios, empresas de ropa deportiva, de pan...
Lo que le enseñó el tenis, ¿se aplica para la vida en general?
Todo, todo, todo es lo que he vivido en el tenis. Yo no hice la selectividad ni estudié una carrera en la universidad, lo único que he aprendido es en la pista y fuera de ella. Toda la experiencia que tengo en mi vida es del tenis y luego lo he llevado a la práctica en los medios de comunicación, en la tele, la radio, la prensa... Por eso creo que a veces tenemos que abrirnos mucho más de mente y movernos, porque eso te da una visión mucho más amplia de lo que es la vida en general, porque ves todo tipo de situaciones, has vivido lo bueno y lo malo, has sabido estar en situaciones muy diversas a lo largo de tu carrera, y sobre todo en edades muy jóvenes. Al final con 16 años, si tú entrenas 8 horas para ser tenista eso te tiene que dar un rendimiento importante positivo, consigas o no llegar a donde tú querías, pero aunque no lo consigas el aprendizaje que estás teniendo durante esa época de tu vida lo puedes aplicar para el resto de tu carrera personal o profesional.
Habla de vivir lo bueno y lo malo, ¿lo bueno es ganar o está sobrevalorado?
Ganar no está sobrevalorado. Yo no sé si la gente miente, porque no está bien decir eso, pero cuando tú eres un deportista de élite tu objetivo es ganar. Es obvio que luego cuando pasa el tiempo te das cuenta de que a lo mejor no todo es ganar en la vida, porque mientras estás llevando esa trayectoria estás aprendiendo muchísimo, pero en el fondo tu objetivo es llegar a ser lo mejor que tú puedas ser e intentar triunfar el máximo posible. Tú no puedes decir: “No, yo me voy a París-Bercy y si gano dos partidos o cinco me da igual”. No te da igual porque al final quieres ganar el máximo de partidos posibles. No está sobrevalorado porque lo que más satisfacción te produce es el sentimiento de ganar, sobre todo en las edades profesionales. Yo ahora me pongo a jugar y tengo un objetivo muy claro: el número uno es no lesionarme. Pero ya tengo 48 años, no 24 como cuando estaba jugando la final del Masters. No está sobrevalorado, yo pierdo la final de Roland Garros y estuve muy contento con mi resultado, pero lo que a mí me marca el resto de mi vida es ganar el Masters, no perder la final de Roland Garros; pero para ganar el Masters tuve que perder la final de Roland Garros. Todo es como un proceso de aprendizaje constante, pero eres consciente mucho más tarde, porque eres muy pequeño, con 20-22 años, con 19 que tiene Alcaraz ahora, él cuando mire atrás y tenga 35 o 36 años dirá: “Ostra, con 19 años yo era el número uno del mundo”. Es muy fuerte, es prácticamente un milagro.
Como te pares a pensarlo, te explota la cabeza.
Claro, no tomas mucha conciencia porque en el fondo tú estás metido en esa vorágine y estás como convencido de que lo que estás haciendo es lo normal porque es lo que tú has soñado, pero te explotaría la cabeza, como dices, si te paras a pensar en la gente que te sigue, en los millones de personas que siguen tu deporte, los millones de seguidores que hay en el mundo que te idolatran y te ven como una auténtica estrella... Pero cuando estás ahí simplemente piensas: “¿Qué tengo que hacer para ganar este partido? ¿Cómo me recupero de esta lesión?”. No vas más allá. El más allá lo haces cuando te haces más mayor.
¿Qué recuerdos tiene del Masters de 1998, el que ganó?
Al final el Masters es como el torneo del orgullo, porque sólo hay ocho jugadores que se clasifican. Es como que el circuito es muy competitivo, pero durante once meses hay ocho jugadores que son los que más puntos suman para definir quién es el mejor del año. Para nosotros como españoles la referencia era Roland Garros, lógicamente, y el Masters era como un premio a la temporada, a tu regularidad. Yo tenía la sensación de que ese año todavía me quedaba por hacer algo grande: me había quedado a las puertas en Roland Garros, habíamos hecho semis de Copa Davis... Y hablando con Javier Duarte, mi entrenador, me dijo la noche antes de empezar el torneo: “Todavía nos queda esta semana para hacer eso grande que tú sueñas desde toda tu vida”. Y yo le dije que el Masters era demasiado grande: pista cubierta, Agassi, Sampras, Moyá, Kafelnikov... Y me contestó: “Aquí habéis llegado todos en las mismas condiciones, físicamente es difícil que haya alguien que trabaje más que tú, porque tú necesitas eso; a veintipico de noviembre todo el mundo está muy tocado físicamente y mentalmente y el que sea más fuerte es el que va a ganar este torneo. Es evidente que Sampras tiene un estilo de juego que se adapta mejor a esta superficie que el tuyo, pero llegado el caso ya veremos si es capaz de ganarte, porque tú también has demostrado que puedes jugar bien en pista rápida, porque tu autoestima es mucho mayor ante estos jugadores y tienes la experiencia de que ya eres un ‘top 10′ consolidado, de que ya has jugado una final de Grand Slam, las semifinales de la Davis... Vamos a ir paso a paso y día a día y ya veremos dónde llegamos, pero confía en que podemos tirar con esto para adelante”. Y ese es el recuerdo más grato que tengo, es decir, pensar que yo soy uno de ellos, que pertenecía ahí. Porque no es un torneo que tú eres el 50 y vas sorprendiendo... Has hecho todo un año hasta llegar. Es un grupo muy selecto, empiezas en enero, y en noviembre estás entre los ocho mejores, entonces estás preparado para enfrentarte a ellos, con la mayoría has jugado durante el año o en otras superficies, en otros torneos, unas veces has ganado, otras has perdido... Tienes la sensación de decir que no es un regalo, que has entrado ahí porque te lo mereces. El Masters es en pista cubierta, que yo había tenido resultados muy malos, excepto en Lyon tres semanas antes que fui campeón, y ese torneo también me dio confianza: yo ya he ganado un torneo en esta superficie, ¿por qué no lo voy a repetir? Sobre todo el recuerdo de la concentración: “No, no yo hasta que no salga ganador de este torneo no me relajo”. Incluso gano a Sampras, 7-6 el tercero, y levanto un poco los brazos y no hago nada.
Casi ni lo celebra.
¿Sabes por qué? Yo en Roland Garros me meto en la final y pienso: “Tío, estoy en la final de Roland Garros y esto es un premio de la leche”. Y pierdo con Moyá y digo: “De ganar a perder hay una diferencia abismal”. Y entonces al ganar las semis del Masters digo: “No, no estoy satisfecho con este resultado, porque mañana tengo a mi bestia negra del año, que es Moyá, al que no he ganado ni un set; si malgasto la poca energía que me queda a 29 de noviembre con celebraciones y tal, no voy a encarar bien la final”. Ya me pasó en Roland Garros, que Moyá fue muy superior a mí y yo encima estuve muy conformista. Y como no quería que me volviera a suceder dije: “No, no, cuidado, que aquí todavía queda el partido más difícil de mi carrera”. Yo a los diez años entrenaba cuatro horas cada día, y ahí tenía 24, 14 años para llegar hasta ahí, ¿cómo me voy a relajar ahora? Tengo que apretar los dientes, todo lo que he trabajado durante 14 años lo he de poner en práctica en tres horas en el siguiente partido. Por eso no me relajo al ganar las semis, incluso yo echo a mis hermanos y a mis amigos de mi vestuario, porque en el Masters cada uno tiene su vestuario personal, les echo, ellos entran: “Vamos, la final, no sé qué”. Y yo les echo: “No, no, por favor, ya la cagamos en Roland Garros, fuera todo el mundo, no quiero ni veros, iros a celebrar vosotros, yo no quiero celebrar nada hasta que no gane mañana el torneo”.
Pero acababa de ganar a Sampras, el referente, el número uno. ¿Cómo era jugar contra él?
Era un calvario porque tenías una sensación de que sus saques los ganaba el 80 por ciento con una facilidad pasmosa, y tú jugabas muy presionado todo el tiempo con tu servicio y en cuanto se te ponía 0-15, 15-30 ya sufrías porque pensabas que no sabías cómo le ibas a recuperar si perdías un saque, porque cuando se ponía por delante era una apisonadora. Es verdad que yo por estilos de juego, le desgastaba, le hacía correr porque metía muchas bolas dentro, le jugaba alto a su revés, que por ahí le molestaba; entonces sabía que siempre hacíamos partidos muy igualados, porque él mis saques es como que los jugaba pasando de todo. Jugaba sus servicios, pero el juego o dos juegos del set donde se ponía más serio y más sólido te complicaba mucho, porque decías: “Me está amenazando”; y lo sentías, a lo mejor con 0-0 te hacía un revés cortado y se metía a la red, y a un tío normal igual le pasarías, pero con él... A veces le mirabas más a él que a la propia pelota y eso te hacía jugar mal. Era un jugador muy incómodo, que tenía para mí el mejor saque de la historia, igual ahora habría que ver quién tiene mejor saque, pero su segundo también era una barbaridad, era un gato en la red, la derecha era muy plana... Te agobiaba mucho.
Y en la final, Moyá, que además le ganó los dos primeros sets y le había derrotado tres veces en 1998: Montecarlo, Roland Garros y US Open.
Diez sets seguidos había perdido con ese 6-3, 6-3 del Masters, y esto justo lo explico en las charlas: la diferencia más grande es que yo estaba convencido de que iba a luchar hasta el final pasara lo que pasara y aún yendo perdiendo, sentía que si jugaba punto a punto y me olvidaba del marcador, iba a tener una posibilidad de darle la vuelta. Es verdad que para mí Carlos era muy difícil porque me aguantaba muy bien los peloteos de fondo, y él tenía mejor derecha, mejor servicio y ganaba puntos con más facilidad, cosa que a mí me costaba, y yo tenía que trabajar constantemente lo que eran los peloteos, etc. Se convirtió en el rival más difícil porque me conocía perfectamente, sabía que mi derecha no era ni la mitad de buena que la suya y aunque yo tácticamente jugaba muy bien, me faltaba algo de potencia para hacerle daño, y eso hizo que me costara mucho jugar contra él. También es verdad que jugar en pista rápida y pista cubierta me ayudaba un poco porque yo le forzaba algo más, le jugaba con el revés cortado a su revés, que le dolía bastante, pero para mí era muy duro, porque yo sentía que él jugando contra mí estaba cómodo. Igual que en años anteriores veía que le faltaba solidez para ganarme, en el 98 yo sentí que dio un paso adelante y que no le costaba jugar contra mí. Entonces me concentré al máximo y dije: “Voy a jugar aquí punto a punto hasta el final, me da igual el marcador”. Por eso tenía fe y físicamente sabía que estaba muy preparado y que iba a aguantar pasara lo que pasara. Seguramente es el partido más difícil en toda mi carrera.
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