Atletismo
Ruth Beitia: «Sigue cayendo la cervecita después del entrenamiento»
Ruth Beitia / Saltadora de altura. Si no es la atleta más feliz de estar en Río anda muy cerca. Persigue el único metal que no ha conseguido y ve los Juegos como una fiesta en la que quiere ser protagonista
Si no es la atleta más feliz de estar en Río anda muy cerca. Persigue el único metal que no ha conseguido y ve los Juegos como una fiesta en la que quiere ser protagonista
Ruth Beitia (1/4/1979, Santander) aprovecha los ratos libres en la Villa para leer y ver series, algo que el día a día no le permite normalmente por su entrenamiento y su labor como política en el Partido Popular. Está feliz. Tras un amago de retirada en 2012, volvió para lograr los mejores resultados de su vida. Sólo le falta la medalla olímpica, que busca en Río.
–Es una veterana. ¿Le presiona estar en las quinielas como opción de medalla?
–Para nada. La vida me dio una segunda oportunidad, nunca pensé que podría llegar a estar en Río y desde que volví la sensación es que cada día suma, independientemente de cuál sea el resultado. Sigo con la misma ilusión y las mismas ganas y lo bueno es que me he quitado cualquier piedra de la mochila. Cada día es intenso y cada día es la oportunidad de conseguir el último sueño que me queda por cumplir en este deporte, que es la medalla olímpica.
–¿Fue realmente meditada la decisión de dejarlo en 2012 después de los Juegos?
–Sí, por supuesto. Además, tengo una vida plena, tengo una gran lista de cosas pendientes y durante tres meses pude hacer muchos deportes que no me podía permitir con el atletismo por los contratos publicitarios, por evitar lesiones, por la beca... Fueron tres meses gratificantes. También iba a ayudar al club en el que estaba, sin presión, les pedía que sólo la longitud y el triple, que cero salto de altura, que aunque llevasen a una chica de 1,30 no contasen conmigo. Hubiese empezado a entrenar en enero o febrero para hacer algo y no perder un poco la chispa. Pero no, empecé prontito, a finales de noviembre, y me pudo el gusanillo. Desde ese día no se me ha vuelto a borrar la sonrisa.
–Eso iba a decir, si se enfada alguna vez...
–Me enfado, me enfado, pero mejor que no me vean, ja, ja, ja. No, me enfado muy pocas veces, además soy de las personas que se da la vuelta y cuenta hasta diez, y si no es suficiente, pues hasta quince o veinte.
–Son muchos años con Ramón Torralbo, su entrenador. ¿No desgasta?
–Al contrario. El secreto está, aparte de que nunca hemos discutido, en la confianza mutua que tenemos y en el equilibrio que da que él me permite hacer. Cuenta muchísimo con mi opinión, en los entrenamientos, en la técnica, nos guiamos mucho por sensaciones, me deja hablar primero y me dice si estoy equivocada. En ese sentido, desgaste cero, al contrario, plena confianza y cada día mejor. Ya hace mucho que dejó de ser sólo mi entrenador. Yo soy una Torralbo en su familia y él es un Beitia en la mía.
–¿Qué le parece este titular: «Beitia, bronce en Río»?
–Lo primero, nunca leo nada que se escriba acerca de mí, ja, ja, ja. Es verdad que para que salga el bronce hay que ir a por el oro, por eso, por ahora, no firmo nada ni quiero leer nada. Quiero conseguir mi sueño, luchar por todo lo que hemos hecho durante cuatro años y si hay una oportunidad, pues ésta es la última.
–Tokyo no está tan lejos...
–Estos cuatro años realmente se me han pasado muy rápido, pero en una prueba técnica, la vida me ha dado la oportunidad de seguir con 37 años, pero con 41 es impensable.
–¿Ha cambiado la forma de entrenar estos cuatro años?
–La forma de entrenar, no. En 2011 tuve muchos problemas de espalda. Tengo dos protrusiones y ahí sí que hubo un cambio de entrenamiento. Yo estudié fisioterapia y por hacer caso a los médicos y a los fisios me equivoqué, porque dejamos de hacer el «a,b,c» del salto de altura y lo pasé muy mal, sobre todo viendo en el Mundial de Daegu la final desde la grada. La vi sola, con mis gafas de sol, aunque era de noche, y lloré. Ese día decidí que nunca más iba a estar en una competición sin pasar a la final y hasta ahora ha salido todo muy bien. El único cambio fue por una noche de insomnio, que tengo muy pocas porque duermo fenomenal, pero me vi saltando de parado en vez de lanzada, se lo dije a Ramón, él me dejó hacer como siempre, probamos y metimos dos zancadas más para coger velocidad y fue un cambio espectacular porque me siento muy cómoda.
–¿Siguen sin perdonar la cervecita de después del entrenamiento?
–Aquí se nos ha puesto un poco difícil, pero sí la seguimos tomando, claro, y es genial porque es la cervecita que tomamos sin hablar de atletismo. Salimos de entrenar, si ha ido bien pues bien, si mal, pues mal, pero esa cervecita es nuestro momento para hablar de otras cosas.
–Hábleme de su ritual antes de saltar.
–Ja, ja, ja. Pues no me doy cuenta. Cuando comencé a salir de parado no sé el motivo, eché la mano hacia arriba, la otra para atrás, empecé a chasquear atrás, empecé a mover los dedos, empecé a sonreír al listón. Lo bonito de este ritual es que la gente disfruta viéndome saltar y lo más llamativo es mi sonrisa, ésa que a la gente le tranquiliza. Hubo un momento muy mágico en Ámsterdam. Sabes que todo el mundo en la grada cada vez que corre Usain Bolt hace su gesto. Pues en la vuelta de honor y antes de intentar saltar los dos metros, la gente sacaba el brazo y movía los dedos en la grada, y fue como: «Perdona, ¿esto es por mí?». Es llamativo cómo los niños en los colegios, cada vez que voy a darles una charla, o la gente por la calle, me dicen que si estoy haciendo un conjuro y me río mucho. Ha sido puro instinto y está siendo hasta divertido.
–Está pendiente de que le den el bronce de Londres si se confirma el positivo de Chicherova, que fue la campeona...
–Si lo hacen, me robaron la oportunidad de subir al podio, que es mi ilusión. No voy a tener la sensación del aplauso del público, de haber subido al podio, sobre todo el reconocimiento personal al trabajo de Ramón y mío, en el que nos hemos levantado, nos hemos caído... Ha pasado de todo. Si llega, llegó, pero ahora estamos a otra fiesta, que es ésta en Río de Janeiro.
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