Lo importante es participar
Jesús Carballo, una historia calcada a la de Joaquín Blume
Casi medio siglo después de la muerte del mito de la gimnasia española, Carballo emuló su gloria mundial e infortunio olímpico
El deporte de alta competición tiene un alto componente genético fácilmente perceptible en las disciplinas minoritarias, en las que la tradición familiar pesa lo suyo. Decir «gimnasia» en España es evocar casi de inmediato el apellido Carballo, el padre Fillo y el hijo Jesús, como en una Santísima Dualidad, que han marcado durante el último medio siglo desde distintos cargos: hoy, en la presidencia de la Real Federación Española y entre siglos, el uno como entrenador de varias generaciones de atletas olímpicos mientras su vástago reverdecía los triunfos de Joaquín Blume, la primera estrella global del deporte nacional. E igual que le ocurrió al «Ángel Dorado», el destino le negó la gloria en los Juegos.
No había elección en la casa del sempiterno patrón de la gimnasia española. Internacional durante su época en activo, el gallego Jesús «Fillo» Carballo destacó sobre todo como entrenador, ya que alternó los cargos de seleccionador masculino y femenino durante cuatro decenios. Su hijo homónimo, como no podía ser de otro modo, competía en el circuito mundial con 15 años y ganaba su primer título de campeón de España antes de cumplir la mayoría de edad. Especialista en la barra fija, aunque era también un notable «completista», su eclosión en la élite llegó en el momento ideal. En 1996, tres meses antes de los Juegos de Atlanta, ganó el oro en ese aparato en el Mundial de San Juan de Puerto Rico.
En la final olímpica, a la que accedió con la mejor nota preliminar y con el ejercicio de mayor dificultad, el pronóstico era unánime: sus siete rivales pelearían por la plata y el bronce, lejos como estaban de un Jesús Carballo imperial, que incluso había puesto su nombre a un elemento. Pero en la primera suelta, sencillísima, su mano derecha resbaló sobre la barra y se encontró el español en el tapiz. Era tal la diferencia con el resto de competidores, que se quedó a menos de una décima –9,737 frente a 9,800– del terceto de gimnastas que compartió el bronce, entre ellos la leyenda bielorrusa Vitaly Scherbo.
Carballo sufrió una doble fractura de brazo en el invierno postolímpico, lo que no le impidió dominar de nuevo la barra fija en los años previos a Sídney, cuando conquistó los oros europeos (San Petersburgo 98) y de nuevo mundial (Lausana 99). De lo que no se repuso el campeón madrileño fue de la grave lesión de rodilla que sufrió cuando preparaba esos Juegos del año 2000 que tuvo que ver por televisión, tras pasar por el quirófano en junio.
Aún tuvo arrestos para, con un programa reducido a los aparatos en los que necesitaba menos impulsión de piernas, contribuir a la clasificación de España para Atenas 2004. En la capital griega, sólo participó en la barra fija y, como le había pasado ocho años antes, se cayó, aunque esta vez en la ronda previa y se quedó sin final. No estaba, sin embargo, en condiciones de aspirar a medalla. Poco después de su retirada, que anunció en 2005, fue nombrado director técnico de la Real Federación Española de Gimnasia, que preside desde 2010 y al frente de la cual ha ganado tres elecciones sin atisbo de oposición.
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