Copa del Rey
Triunfo a beneficio de inventario
Obviado Obiang, ausente como si estuviera pactado para no añadir morbo al espectáculo, el fútbol tomó la palabra en Malabo y el público, expectante por la visita del ilustre campeón, se dispuso a disfrutar. El juego no fue para tanto, pero entretuvo. Frente a una selección muy inferior, tan inocente como bien intencionada hasta que a Fidjeu le dio un ataque de matón y mandó a Xabi Alonso a la caseta, España, de rojo total, ganó (1-2) el partido de la cordialidad relajada en exceso y a menos de medio gas.
Podía haber propuesto Andoni Goicoechea un partido de choque, trabado, astilloso y ultradefensivo, asumida la inferioridad de su equipo, tan evidente. Pero no lo hizo. Colocó a los jugadores y les ordenó divertirse sin renunciar a competir. Fidjeu, de origen camerunés, quizá no entendió las instrucciones de su entrenador ni el carácter amistoso del encuentro y en el primer tiempo, con un inconveniente exceso de celo, hizo tres entradas que debieron suponerle la expulsión que el árbitro local sancionó con una amarilla, cuando la patada a Alberto Moreno, y una mirada hacia otro lado cuando se llevó violentamente por delante el tobillo de Xabi Alonso.
Alonso, tendido en el suelo, con ostensibles gestos de dolor, hizo saltar la alarma en el banquillo español, y entre los seguidores del Madrid, que el viernes perdieron a Khedira para seis meses. Busquets le sustituyó cuando ya Juanfran había marcado el 1-2. La leña de Fidjeu estaba fuera de lugar, mucho más cuando Bermúdez empató a uno. Se había adelantado la Selección tras un fallo garrafal del meta Danilo, que Cazorla no desperdició, ni celebró apenas. Le dio corte, seguro. En cambio, el tanto del empate, cabezazo del central ecuatoguineado en un saque de esquina que pilló a los españoles en el recreo, se festejó como si fuera el de Iniesta en el Soccer City.
Bermúdez se frotaba la cabeza como si no creyera en la gesta; el estadio gritaba alborozado el gol a los campeones mundiales y europeos; el 1-1 era una gesta que el presidente de la nación prometió recompensar en los días previos: cinco millones de euros por la victoria, que no se creía ni él –don Teodoro es un sátrapa, pero no un lelo–, y 5.000 eurillos a quien marcara un gol a los españoles. El autor del tanto seguro que pensó más en el carácter simbólico de su hazaña que en la propina.
Hasta el 1-1, incluso después, la superioridad española resultó tan manifiesta que en más de un pasaje cayó en esa autocomplacencia que al rival, inocente a más no poder, no le pasó inadvertida. Fueron más los sustos del pobre Danilo que los de Pepe Reina. En cualquier caso, todo servía para extraer alguna conclusión positiva. Por ejemplo, Bartra, el central azulgrana a quien Martino se resiste a descubrir, agradó, como Íñigo Martínez. Juanfran estuvo como el Atlético, crecido, y en una de sus escaladas hizo el 1-2, el resultado más justo. Alonso era el dueño del partido hasta que Fidjeu le dejó cojo. En el descanso se supo que sólo sufría una contusión, nada grave. Después, en el segundo tiempo, más de lo mismo y la prevista rueda de cambios.
Como el campo estaba duro, el balón botaba con una viveza poco habitual y costaba controlarlo. No es excusa, ni para la testimonial presencia de «La Roja», que hizo lo justo, ni para las entradas a destiempo de algún jugador despistado de Goicoechea. En el minuto 74 cazó Mbele a Llorente, que había suplido a Negredo, con los dos pies por delante y el paisano sólo le mostró amarilla. El delantero de la Juve disfrutó de un par de ocasiones. También entraron Villa, Iniesta, que se llevó la segunda ovación del partido –la primera fue para Bermúdez–, Pedro y Sergio Ramos. Ni mejoró ni empeoró el juego de la Selección, que ganó porque era mejor, sencillamente, y se tomó el partido a beneficio de inventario, suficiente para triunfar. Guinea Ecuatorial tiene muchísimo más petróleo que fútbol y España, todo lo contrario, aunque de lo suyo no alardeó.
✕
Accede a tu cuenta para comentar