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Eduardo Inda

La unión de Argentina hizo la fuerza… de Messi

Leo, que llevaba en el limbo desde 2015, reapareció. Vuelve a ser muy grande, aunque no tanto como Pelé, Maradona o Di Stéfano

Messi besa la Copa del Mundo Manu FernandezAP

Antes de nada, es de justicia resaltar que se trata de la mejor final del Mundial que ha vivido un menda, seguramente desde la que conquistamos nosotros en el Soccer City de Johannesburgo hace 12 años. Y tal vez, y yendo mucho más atrás en el tiempo, a 1986 concretamente, desde aquél 3-2 que la Argentina del pelotero número uno que han visto mis ojos, Diego Maradona, le endosó a la Alemania de Rummenigge.

Lo primero que hay que resaltar es que la albiceleste se proclamó campeona con justicia: se llevó de calle los dos primeros tercios del partido frente a una Francia que en ese lapso de tiempo no disparó una sola vez entre los tres palos, luego los galos resucitaron de la mano del mejor futbolista del planeta, Kylian Mbappé, y en la prórroga las tornas volvieron a cambiar. Los sudamericanos fueron razonablemente superiores a los blues demostrando un nivel competitivo superlativo cuando llegó la hora de la verdad.

Fue, tal y como reconocía al final del partidazo el inteligentísimo Nicolás Tagliafico, “el éxito de la pasión y la unión”. Efectivamente, la raza y el espíritu combativo y ganador que exhibieron los de Scaloni no se veía desde hacía años en el fútbol moderno. Eso que un día se dio en llamar instinto asesino, el gen que distingue a los ganadores de los perdedores. La Furia de Belauste y Sabino, pero aderezada con la clase de Messi y cía. Los argentinos ejecutaron una inmisericorde presión que debería ser materia obligada en las escuelas de entrenadores y, en consecuencia, arrasaron obscenamente al equipo de Didier Deschamps en la inmensísima mayoría de los balones en disputa.

El acierto del ex jugador del Dépor Lionel Scaloni fue diseñar un equipo en el que todos trabajaban para todos y no el que antaño se dedicaba a hacerlo en exclusiva para uno llamado Leo Messi. Claro que cuando cuentas con estrellas en ciernes que ayer reventaron definitivamente como Enzo Fernández, el descomunal Julián Álvarez, el más que notable Mac Allister y realidades como el veterano “Dibu” Martínez las cosas son más fáciles. Y si, además, reaparece cuasicelestialmente un Leo Messi que llevaba en el limbo desde 2015 el asunto se antoja coser y cantar. Llegar a los penaltis fue un suicidio para Deschamps, básicamente porque las estadísticas estaban enfrente. Hugo Lloris exhibe un 19 por ciento de acierto en las penas máximas frente al ¡¡¡32!!! del “Dibu”, una auténtica salvajada.

Cuatro nombres propios a destacar en la finalísima: obviamente, el “Dibu”, que salvó a los suyos del desastre con una parada a lo Casillas a Kolo Muani y luego hizo lo propio en la tanda de penaltis; Di María, que a sus 34 años revolucionó el primer tramo del encuentro imprimiéndole un ritmo infernal y metiendo un golazo; Mbappé, que él solito estuvo a punto de anotarse la final; y naturalmente un Leo Messi que completa su extraordinaria carrera con la Copa del Mundo, ésa que se le escapó frente a una vulgar Alemania en Maracaná en 2014. El primer corolario de este Mundial es que el espectáculo vuelve al balompié, circunstancia que impedirá la desbandada de los estadios de la que advierten algunas estadísticas. El segundo, que Messi vuelve a ser muy grande, aunque no tanto como Pelé, Maradona o Di Stéfano. Y perdón por la blasfemia, pero ésa es mi opinión.