Opinión
Del señorío de Dalic al macarrismo de Messi
Los bad boys albicelestes son la antítesis de una selección croata en la que la humildad, la deportividad y el fair play son el estandarte, la señal de identidad, la marca de la casa
El Países Bajos-Argentina fue seguramente el encuentro más vibrante futbolísticamente hablando de lo que llevamos de Copa del Mundo. Ese gol de Weghorst en jugada ensayada en el último segundo del partido, y que se estudiará en todas las academias de entrenadores, resultó la guinda que le faltaba a un choque que fue lo más parecido en versión futbolística a la Tercera Guerra Mundial.
Lo peor de todo es que si bien los de Scaloni demostraron por enésima vez que poseen el gen competitivo que le falta a Brasil, mancharon todo lo logrado con el balón entre los pies con una actuación más propia de una pandilla de bad boys del Bronx o de una mara centroamericana que de una selección top. La imagen de los albicelestes tatuados de arriba abajo, excepción hecha de Acuña y Tagliafico y no sé si alguno más, tampoco contribuye a dulcificar la imagen colectiva. El pelotazo de Paredes al banquillo neerlandés tras una espeluznante falta cometida por él mismo, el encaramiento, Topo Gigio incluido, de Messi con Van Gaal, las repugnantes burlas de los sudamericanos a un metro de sus rivales tras vencer en la tanda de penaltis y el “¡qué miras, bobo!” de un “10″ que lleva siete años sin lograr un gran título deberían avergonzar no sólo a la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) sino también a los 46 millones de habitantes de la nación hermana.
Ya sabíamos que los sudamericanos no saben perder, pero lo que nunca imaginamos es que lograsen ese más difícil todavía que supone no saber ganar. Manda huevos. Especialmente, teniendo en cuenta que “La Pulga” ha sido impecable dentro y fuera de los terrenos de juego durante toda su carrera. No recuerdo un mal gesto ni, desde luego, una humillación al adversario en esos partidos que el Barça de los buenos tiempos se anotaba por goleada ni tampoco en los que sacaba adelante por la mínima.
Los bad boys albicelestes son la antítesis de una selección croata en la que la humildad, la deportividad y el fair play son el estandarte, la señal de identidad, la marca de la casa. No estaría de más que tomasen unas lecciones de Luka Modric. Este virtuosismo es culpa de un míster, Zlatko Dalic, que se parece física y futbolísticamente a Luis Enrique en el blanco del ojo. Son el yin y el yang. El tiempo que nuestro ex preparador dedicó al payasismo en streaming, su colega croata, que no va de prota por la vida, lo empleó en estudiar compulsivamente a los rivales, en diseñar estrategias y en preparar físicamente a unos jugadores que van como aviones. Pase lo que pase es ya, por derecho propio, el mejor coach del Mundial.
Conviene no olvidar unos datos que lo dicen todo: Croacia tiene 3,8 millones de habitantes, 12 veces menos que Argentina o España, 56 veces menos que Brasil, 10 por debajo de Marruecos, 17 veces inferior a Francia o Inglaterra y la cuarta parte que Holanda. Una gesta, la de Croacia, que tal vez tenga algo de milagro dado el fervor religioso tanto de futbolistas como de ese entrenador que en cuatro años los ha conducido a una final y, de momento, a una semifinal. Yo, en lo que resta de Mundial, me enfundo la camiseta arlequinada. Cuestión de valores, morales y futbolísticos. Son un ejemplo para todos.
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