Papel
El peligro de las banderas
Cuando el árbitro abra el guateque, y cuando los nietos de la resistencia y la OAS, los partisanos y la Ustacha, corran tras la pelota, será un momento para recordar hasta qué punto elegimos la guerra pasada por el fútbol a la guerra de plomo y hueso
Cuando el árbitro abra el guateque, y cuando los nietos de la resistencia y la OAS, los partisanos y la Ustacha, corran tras la pelota, será un momento para recordar hasta qué punto elegimos la guerra pasada por el fútbol a la guerra de plomo y hueso.
Habían invitado a mi padre a un curso de verano en Almuñécar. Fuimos los cuatro y, cuando estábamos frente al mar, supimos que había estallado la guerra en Yugoslavia. O quizá seguíamos en la habitación del hotel y vimos la noticia en el telediario. El inminente salpicón de vísceras con el que el supremacismo identitario decoraría las tardes de Europa. Supongo que aquella fue la primera detonación. En Eslovenia. Antes del tsunami entre Croacia y Serbia. Una década y 200.000 muertos más tarde los Balcanes habían recuperado su áspera condición de avispero nacionalista. Una balada oscura, criminal y monstruosa, que debería de resonar en España, donde sufrimos los aguijonazos del terrorismo etnicista durante medio siglo y donde el presidente de una comunidad, asombroso admirador de viejos fascistas, reivindica a la secesión mientras acude a Moncloa con un lazo que, básicamente, tacha a España de satrapía delincuencial y a sus ciudadanos, ustedes, yo, de cómplices miserables.
Imposible no recordar la peste mientras cuento las horas para la final más improbable.
A un lado los franceses. Estrellas multimillonarias y biónicas. Que militan en los clubes de más relumbrón. Con no menos de dos aspirantes al Balón de Oro, ninguno más emblemático que Griezmann. Uruguayo honorífico. Colchonero y letal, burlador del Barcelona. Nadie mejor diseñado para asaltar el trono de Messi/Cristiano que Mbappé, que mezcla la estabilidad de un tigre y la potencia turboalimentada de un viejo Fórmula Uno. Los croatas también disponen de varios ases. Alguno tan fiable como Rakitic: equipado con seis pulmones, en el Barcelona corría por toda la delantera. Otros tan acorazados como Mandzukic: capaz de marcar tullido el equivalente agónico al gol de Iniesta. Ninguno tan inteligente como Modric: el único futbolista desde Xavi con la habilidad para que sus equipos jueguen al compás de sus botas. Y encima, a diferencia de Xavi, no obsequia con dogmáticas conferencias sobre la longitud del cesped.
Cuando el árbitro abrá el guateque, y cuando los nietos de la resistencia y la OAS, los partisanos y la Ustacha, corran tras la pelota, será un momento óptimo para recordar hasta qué punto elegimos la guerra pasada por el fútbol a la guerra de plomo y hueso y cuánta razón tenía Camus al reivindicar la ética que escupe el rectángulo verde. Los españoles, que no acaban de entender hasta qué punto lo sucedido en Cataluña amenaza la convivencia y las libertades, inconscientes de que bailan sobre el tapete sus derechos políticos y la igualdad ante la ley, haríamos bien en rememorar la implosión balcánica. De cómo un país puede acabar bajo el agua y de la infinita capacidad para generar veneno del nacionalismo, y del peligro que tienen las banderas más allá del perímetro que marca el estadio, saben bien los niños del horror, hoy héroes.
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