Opinión
“Wanted Vinicius” vivo o muerto
A Vini y al Real Madrid los va a venir muy bien la semana de tregua liguera con el Mundialito de clubes
Ancelotti, que lleva millones de chicles mascados en bandas de medio mundo, arropó a Vinicius, como un padre ofrece consuelo a su hijo, al final del partido en Mallorca. La protección a un jugador que ya no es un crío buscaba no agravar aún más un parte de guerra traumático para el Madrid. A Vini y al equipo los va a venir muy bien esta semana de tregua liguera con el Mundialito de Clubes. En Marruecos, el Al-Ahly egipcio y una hipotética final con el Flamengo, si se gana el título, son un buen par de terapias antes de que llegue lo del Liverpool y el reencuentro con hinchadas y centrales que no hacen prisioneros.
El que afronte un análisis del «caso Vinicius» partiendo de la base de que el brasileño es el culpable de lo que pasa tiene un problema serio. O no ha visto un partido en su vida o el antimadridismo, como otras muchas veces, lo ciega. Los diferentes, los atrevidos, los jugones, los que aportan un factor diferencial siempre han sido trofeos de caza mayor para la defensa y para la grada. Vinicius tenía que estar acostumbrado a eso porque no es un recién llegado y lo sufrió desde el primer día. Por eso su gesto de besarse el escudo dirigiéndose al público en el descanso sólo era más madera para la hoguera. Raíllo y Maffeo no son más que unos defensas que tienen colgado en sus taquillas de Son Moix un «Wanted Vinicius» vivo o muerto igual que lo tiene cualquier central que se precie en la Liga. Ancelotti y el resto de la plantilla lo saben. Falta que el brasileño termine de asimilarlo y sepa digerir las provocaciones que le seguirán llegando.
Lo del Mallorca es un zasca de manual al fútbol moderno. Se calienta el partido durante la semana, se hace una falta cada tres minutos, un tercio de las faltas van dedicadas a Vinicius y si además se lesiona Courtois antes de empezar tenemos el pack completo. Es la receta que sin ir más lejos empleaban Camacho y compañía en las famosas remontadas. «Damos la primera patada y al rival que se vaya al suelo bronca al canto por tirarse». El manual no ha cambiado y bien lo sabe Javier Aguirre.