Opinión
Del Bosón de Higgs al espíritu olímpico
A los Juegos hay que acercarse con ánimo disfrutón y despreocupado
Si con 26 futbolistas, un seleccionador y un balón hubo quien trató de encontrar explicación al Bosón de Higgs imaginen todo lo que nos espera en los Juegos con 383 deportistas durante algo más de un par de semanas y con una expectativa entre 20 y 25 medallas que ayude a superar el mito de Barcelona 92. Las más que previsibles reacciones del entorno dan una pereza máxima. Lo malo es que son inevitables.
El deporte español, entendido como lo que sucede en el estadio, en el pabellón, en la piscina o en la pista de tenis, sigue siendo un oasis en un verano con las olas de calor de toda la vida, aunque cambien los colores en los mapas. Alcaraz, Peleteiro, Alexia Putellas, Jon Rahm, Nadal, Rudy, Craviotto, Carolina Marín... la lista de ilustres y anónimos es una invitación a sesiones polideportivas interminables en las que acercarse a disciplinas ignotas como las aguas bravas, el taekwondo, el surf o el ciclismo BMX. Tampoco cuesta tanto y no se preocupe que hasta Los Ángeles 2028 no tendrá que volver a inquietarse por el pentatlón moderno.
España comparece en París después de una Olimpiada –ya saben el tiempo que pasa entre unos Juegos y otros, en este caso tres años por culpa de la pandemia– sobresaliente. En la expedición hay campeones de Europa, del mundo, números uno de lo suyo y un listado de equipos interminable que son el reflejo de la buena salud del deporte español al margen de algunos de sus dirigentes. Por eso el acercamiento a los Juegos tiene que ser con un ánimo disfrutón y despreocupado, que bastante tenemos ya con el día a día de un país encrespado y que para muchos es una constante cuesta arriba.
Enchufarse a una prueba de marcha a las 07:30 de la mañana –para quizá ver ganar un oro a Álvaro Martín– o cerrar la jornada surfeando en Teahupo’o a las 02:00 de la madrugada ayudará a salir de la rutina de las fiestas patronales de turno, a no encontrar vecinos indeseables de toalla y a olvidarse de la pulserita del resort de turno. Ir más allá del fútbol, el baloncesto o el tenis es un alejamiento de la zona de confort y ayuda a descubrir disciplinas e historias únicas. El tan manido espíritu olímpico va justo por ahí. Son jornadas para disfrutar de relatos que se salen de lo normal más allá de que los protagonistas ganen una medalla del color que sea o un diploma. Haber vivido unos Juegos por dentro siendo un adolescente, el mito de Barcelona otra vez, provoca que la llama olímpica siga encendida para los restos.
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