Opinión
El Atlético de las dos caras para una victoria
El cambio de planes del Cholo en la segunda parte en Valladolid es difícilmente comprensible
Al Cholo Simeone se le pueden reprochar unas cuantas cosas, pero nunca que no sea fiel a sus principios. Su manera de entender el fútbol es la de ceder el balón al contrario y penalizar los errores del rival saliendo a la contra. Esta táctica, más antigua que comer con las manos, es perfectamente lícita e incluso aplaudida, pero la manera de explotarla por parte del entrenador argentino en determinadas ocasiones resulta absolutamente incomprensible.
El Atlético salió mandón en Pucela. Fue tremendamente superior al Real Valladolid en todos los aspectos posibles. Presionaba arriba la salida del balón del rival, mandaba en la posesión, la defensa estaba adelantada y el resultado acompañaba. Con 0-3 en el minuto 38 sólo los errores de Mateu Lahoz dieron algo de salsa a un partido que estaba más que finiquitado. Los locales acortaron distancias antes del descanso y fue entonces cuando el Cholo decidió que había que cambiar el plan, que lo de divertirse jugando al fútbol no va con él y que la idiosincrasia del Atlético obliga a su seguidor a sufrir incluso cuando no es necesario.
Con los mismos jugadores que iniciaron el partido, el equipo retrocedió las líneas 20 metros, cedió el balón al rival y se olvidó de todo lo que le había hecho ser superior los primeros 45 minutos. Así, sin más. El resultado final, un escandaloso 2-5, da la razón al Cholo Simeone en su planteamiento, pero cualquiera que viera el partido sabe que los rojiblancos sufrieron mucho más tiempo del debido de manera innecesaria. En el minuto 85 el resultado era 2-3 y los visitantes estaban achicando balones. Parecían equipos completamente distintos, cuando lo único que había cambiado era la intención del juego. Los futbolistas que se divertían teniendo el balón y generando jugadas en el inicio, pasaron a correr detrás de la pelota ante un equipo tremendamente inferior. No es la primera vez que ocurre y, desgraciadamente, no será la última. Pero lo que sucedió en Zorrilla fue tan evidente que se podría poner como ejemplo en cualquier escuela de fútbol.
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