Opinión
De Lilí Álvarez a Queralt Castellet
Las grandes referentes del deporte femenino. Garbiñe Muguruza, Alexia Putellas, Castellet... la tendencia que comenzó en Londres hace diez años no ha hecho más que consolidarse
Los Juegos de Londres 2012 supusieron un hito para el deporte femenino español, que aportó al medallero nacional trece de los veinte podios alcanzados en la capital británica. Los títulos olímpicos logrados por Lidia Valentín, Marina Alabau y la tripulación del Elliott 6m patroneado por Tamara Echegoyen triplicaban el botín del solitario oro de Joel González en taekwondo y, aunque el honor masculino quedó a salvo con platas meritorias como las de los baloncestistas, David Cal, Saúl Craviotto o el triatleta Gómez Noya, entre otros, fueron mujeres como Ruth Beitia y Mireia Belmonte (campeonas cuatro años más tarde en Río) o las selecciones de waterpolo y balonmano las más aplaudidas por crítica y público. Nueve años después, en Tokio, las fuerzas se han reequilibrado, pues España atesoró un oro masculino, uno femenino y otro en una prueba mixta.
Hasta que Blanca Fernández Ochoa lograra el bronce en el eslalon de Albertville, en fecha tan tardía como 1992, ninguna mujer española se había colgado una medalla olímpica. Unos meses después, en Barcelona, las chicas aportaron más o menos un tercio de la cosecha –cuatro oros sobre trece y ocho podios del total de veintidós– y los aficionados comenzaron a familiarizarse con nombres como Theresa Zabell, Miriam Blasco, las heroínas inesperadas del hockey o las ya conocidas Arantxa Sánchez Vicario y Conchita Martínez, subcampeonas en dobles que acaparaban portadas gracias a sus títulos en Roland Garros (1989, 94 y 98) y Wimbledon (1994).
Sánchez y Martínez eran dos apellidos tan comunes como Álvarez, el que portaba otra tenista y pionera incuestionable del deporte femenino español. Elia María González-Álvarez y López-Chicheri, Lilí Álvarez, nació en Roma en 1905, en el seno de una familia acomodada que residía habitualmente en Suiza, donde se convirtió en una reputada patinadora que ganó en dos ocasiones la Medalla Internacional de Saint-Moritz, considerado el mundial oficioso de la disciplina. Una lesión le impidió participar en los Juegos de Chamonix de 1924, para los que era considerada la gran favorita, y se decantó desde entonces por el tenis, con lo que se convirtió ese mismo verano en la primera mujer olímpica española.
Lilí Álvarez y su pareja de dobles, Rosa Torras, fueron las únicas féminas en la delegación de 111 deportistas que mandó España a la capital francesa, donde la oriunda romana ganó dos de los siete diplomas olímpicos –ninguna medalla– sumados por el equipo nacional, sendos quintos puestos en los torneos individual y dobles mixtos. Lucen en su palmarés una veintena de títulos tan prestigiosos como los de Montecarlo y Roma, aunque su gran popularidad le llegó por las tres finales de Wimbledon perdidas entre 1926 y 1928. Sí ganó Roland Garros en 1929, pero formando dúo con la neerlandesa Kea Bouman. Casi un siglo después, el pasado noviembre, Garbiñe Muguruza se convertía en la primera española en ganar el Masters y enhebraba la tenista vasca el hilo de las pioneras que la unía con su remota antecesora.
El triunfo de Muguruza abrió una temporada otoño-invierno, si excusan el guiño sexista que supone este perpetuo paralelismo entre mujeres y moda, fastuosa para el deporte femenino español. La jugadora nacida en Caracas batía en la semifinal del Masters a Paula Badosa en lo que fue un duelo histórico entre compatriotas, pero eso no fue nada con el doblete de Alexia Putellas y Jennifer Hermoso en el Balón de Oro, el segundo para un futbolista español y que venía a refrendar el título de la Champions conquistado por el Barça, donde ambas militan. Hace unas semanas, en las laderas pekinesas, Queralt Castellet se colgaba una plata en snowboard halfpipe: la segunda para una española en los Juegos de Invierno, la única de la delegación nacional… y la que pudo haber ganado Lilí Álvarez hace 98 años en Chamonix de no haberse lesionado.
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