Golf
Y Rahm domó a su bestia interior
El chico que de joven no podía controlar su carácter alcanza la madurez para hacer historia al ganar el US Open
Dos birdies que tenían su miga, en los hoyos 17 y 18, hicieron a Jon Rahm estallar de alegría; y a los aficionados, enloquecer. Había que medir bien el terreno y darle una pequeña curvita a la bola para apoyarse en la caída y en las imperfecciones. Terminó siendo la curva de la felicidad la que dio el español a esos dos putts, aunque todavía tenía que esperar. Cerró Jon el US Open con un total de -6 (-4 en la brillante última jornada), y se colocó líder, aunque el surafricano Oosthuizen venía por detrás, a falta de cinco hoyos y sólo a un golpe de distancia. En lo que le quedaba, tenía que hacer al menos otro birdie para forzar el desempate, y no es un campo sencillo el de Torrey Pines, en San Diego, la sede de esta edición. Hasta 18 golfistas comenzaron con opciones el cuarto día, pero poco a poco fueron cayendo en las trampas. Una bola del canadiense Hughes a la copa de un árbol, doble bogey en el 11 y adiós concentración. En el 12, Rory McIlroy que iba de búnker a búnker y de ahí a la hierba alta; o el cachas y defensor del título DeChambeau acabó necesitando ocho golpes en el hoyo 17, que es un par cuatro... Así uno tras otro, desesperados, menos Oosthuizen y Rahm. El único bogey del español fue en el hoyo 4. Hizo, a cambio, cinco birdies, pero pudieron ser muchos más porque siempre acertó con lo que buscaba y los putts pasaban rozando el premio, hasta que lo consiguió en esos dos finales fantásticos. «Los últimos nueve hoyos de este US Open son de supervivencia, el campo estaba con banderas muy difíciles y los pares eran buenos, entonces iba pegando buenos tiros, generando oportunidades de birdie...», explica Nacho Gervás, director técnico de la Federación Española de Golf. «Se le veía que iba muy tranquilo, con calma y centrado; y el resto de jugadores tenía cara de último día de US Open: caída, demacrada», añade.
Cómo cambia la vida en poco tiempo. Si hace apenas quince días Jon Rahm dio positivo en covid durante la tercera jornada del Memorial Tournament, torneo en el que iba líder destacado, que lo más seguro es que hubiera ganado, pero tuvo que abandonar, desolado, y pendiente de si conseguía llegar al US Open; ahora ha levantado la copa de su vida... De momento. En ese periodo de cuarentena y de tensión empezó a gestarse la victoria. «Hizo unas declaraciones previas en las que decía que pensaba que algo bueno le iba a pasar, y se lo ha creído de verdad, porque ha salido toda la semana con una gran sensación de control... Él es tremendamente temperamental. Lo ha trabajado mucho, pero el temperamento le sale, está en su ADN, y luego ves que lo intenta controlar. Pero esta semana me ha dado la sensación de que no había lugar a ningún tipo de enfado, que estaba convencido de que algo bueno le iba a pasar», opina Gervás.
Se refiere el director técnico a una época no tan lejana que él bien conoce. «Jon es temperamental y eso no debe cambiarlo porque es lo que le ha llevado arriba, pero a veces le jugaba malas pasadas. Hace años veías que los enfados le costaban golpes. En cualquier caso, tiene una gran capacidad de concentración: aunque tenga un brote de esos en los que ves que se le va, luego cuando tiene el golpe delante su capacidad de concentración es grandísima», cuenta quien conoce a Rahm desde muy joven. «Es algo que detectamos cuando estuvo aquí en la Blume: en los test de concentración se salía del mapa», continúa Gervás. En esos años en la Blume, el descontrol de Jon Rahm era mayor fruto de la edad: rompía palos, se enfadaba... «Era igual de grande que es ahora, pero con 16 y 17 años tienes un menor control. A pesar de todo, él es muy inteligente y se deba cuenta de las trastadas que hacía. Todo eso se ha trabajado y hemos tenido confianza en que era un tema de madurez, que lo iba a superar casi más con que pasaran los años que con lo que nosotros pudiéramos hacer», asegura Nacho Gervás. «De pequeño era un trasto. Soy extremadamente competitivo y odio perder. Por eso, más veces de las que hubiese querido, perdía los papeles. No estoy orgulloso y pido perdón. Doy gracias a la Federación: a pesar de mi carácter, me dieron mil oportunidades y no pararon hasta que me ayudaron a mejorar», desveló el propio Rahm en una entrevista en LA RAZÓN en 2015, cuando estaba dando el salto al profesionalismo. Los que insistieron con él sabían que en ese chico que comenzó haciendo todo tipo de deportes, practicando hasta kung fu, había un golfista de cuidado que terminó de pulirse en la universidad de Arizona State. «Allí estuvo con Tim Mickelson, hermano de Phil [ganador de seis «majors» y también una especie de mentor para el vasco], que era muy cañero, y la persona que necesitaba en ese momento, alguien que no dudaba en sacar el látigo», dice Gervás.
La rabia de Rahm apareció después de ese último birdie. Besó a su hijo Kepa Cahill, que nació el pasado abril (y que le ayudó a dar un paso más en su madurez como persona, lo que se ve reflejado en su golf), y lo agarró entre sus brazos mientras se daba un abrazo con su mujer, Kelley. Se puso a ver a Oosthuizen sin perder el modo competición, preparado para un desempate. Aguantó el surafricano los hoyos 14, 15 y 16, pero en el 17 falló y en el 18, donde necesitaba un eagle, no lo arregló. Y así Rahm, con 26 años, conquistó el primer «major» de su carrera.
Recupera el número uno del mundo
Jon Rahm ganó el primer «major» de su carrera y el premió añadido fue que recuperó el número uno del mundo, desbancando al estadounidense Dustin Johnson. Ya había alcanzado la cima el 19 de julio de 2020, donde estuvo dos semanas, para perderlo y volverlo a recuperar después durante otro quince días. También comandó el Ránking Mundial Amateur durante 50 semanas en su etapa de formación. Hacerlo con los «mayores» era un objetivo en sí, porque de niño no decía que soñaba con ello, decía que lo conseguiría, con la decisión con la que lo hacía todo. Le faltaba inaugurar su cuenta de «majors» y había estado cerca varias veces. Y por fin lo consiguió, a los 26 años. El premio económico por ese triunfo son 2,2 millones de dólares. Es, además, el décimo tercer título individual que gana en su todavía corta carrera. Y no va a ser el último.
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