Rafael Nadal
Nadal roza la perfección para arrasar a Djokovic y ganar Roland Garros
El español se impuso en la final por 6-0, 6-2 y 7-5 con un partido sublime. Suma 20 Grand Slams, los mismos que Roger Federer y tres más que el serbio
La estatua de Nadal que decía “L’Equipe” que había que derribar ya la pueden hacer un poco más grande. Rafael Nadal Parera ganó ante Novak Djokovic (6-0, 6-2 y 7-5 en dos horas y 42 minutos) su décimo tercer título de campeón en Roland Garros. Trece títulos en otras tantas finales. Lo nunca visto. Y hay más. La victoria ante el número uno del mundo sitúa al español a la altura de Roger Federer. Ya tiene 20 Grand Slams. Los mismos que el suizo y tres más que el serbio en la pelea por ser el primero en la Historia.
La victoria de Nadal llegó en el Roland Garros más extraño. En un torneo muy diferente a sus doce títulos anteriores, pero con el mismo desenlace: con Rafa levantando la Copa de los Mosqueteros. Dio igual que la final se disputase bajo techo en la Philippe Chatrier, dio igual el otoño, la lluvia, las bolas Wilson... Lo dijo Moyá. Es Roland Garros, es París y “tenemos un plan”.
El plan trazado por el clan Nadal no pudo empezar mejor. Y eso que la organización decidió cubrir la central cuando poco antes se había disputado la final femenina de dobles al aire libre. Dio igual. No hubo una sola grieta de Rafa en el primer set. En la tercera dejada del serbio hubo una especie de clic que lo cambió todo. Las dos primeras le funcionaron. La siguiente ya no porque Rafa físicamente está como si tuviera veinte años. La diferencia es que ahora no malgasta un gramo de energía. El control sobre el serbio fue absoluto. Salvó el español su primer servicio, anuló tres bolas de break en el segundo y ya no hubo un titubeo.
Djokovic hurgó en su mochila y no encontró nada. El revés, cruzado y paralelo, no hacía daño. La derecha no existía. Se olvidó de las dejadas y cada servicio fue una tortura. Ante el mejor restador del mundo estuvo por debajo del 40 por ciento en primeros. Un lastre. Fue como si Rafa tuviera el control de la raqueta de Nole. “Sé que me la vas a poner ahí”. Y ahí se la ponía. Tres servicios del de Belgrado y tres breaks para Nadal. Sólo dos errores no forzados en todo el primer set. Un rosco para empezar. Mejor imposible.
Enfrente estaba el número uno del mundo, pero la sensación de control de Rafa resultaba abrumadora. Djokovic necesitó 55 minutos para apuntarse el primer juego y lo hizo salvando otras tres bolas de break. Intentó ser un poco más agresivo, aplicar la derecha para intentar buscar algún punto flaco de Rafa. No hubo ni uno. Más saques del serbio y más pelotas de ruptura. En el quinto juego del segundo set ya habían sido catorce, cinco breaks en contra... el serbio sólo había sido capaz de ganar un servicio. El monólogo era impensable en un duelo de estas dimensiones.
Rafa no concedía un solo error y su lectura del partido era intachable. Agresividad, cambio de alturas, aproximaciones a la red siempre con criterio y la derecha de toda la vida. Cada golpe era un rasguño. Djokovic trataba de disimular su sensación de impotencia. Hora y media sometido. En un error de Rafa alzó los brazos al cielo. Era la forma de expresar la desesperación que le invadía. En la décimo tercera final, Rafa estaba ofreciendo su versión más consistente.
El serbio se topó con dos sets en contra y con la impresión de estar ante un rival inabordable. El último intento de engancharse a la final fue en los cuatro primeros juegos de la tercera manga. Trató de buscar más golpes ganadores e intentó echar un poco para atrás a Rafa. Hubo una momentánea sensación de igualdad, pero Nadal no se alteró. Es una de sus muchas virtudes. El rival puede dar un paso al frente, aumentar la presión, pero él sigue a lo suyo. Si hay que defenderse un poco más, no hay ningún problema. El muro seguía sin grietas y en el quinto juego llegaron tres bolas de break. La forma en que Djokovic perdió el saque, con un revés que se quedó en la red, pareció una rendición. Sólo lo pareció. Nole volvió cuando estaba medio muerto. Después de más de dos horas de pelea consiguió un break para al menos seguir en la pelea. Su grito y los gestos de autoafirmación encontraron continuidad en su tenis. No era tanto dominar el partido como sentir que ya no tenía la raqueta de Rafa asfixiándole. Fue al límite en su tenis y en sus gestos. Nadal rearmó su escudo. Se trataba de defender todo lo ganado sin perder el sitio. El serbio estaba volcado porque no le quedaba otra. Fue tan al límite que en el undécimo break cometió una doble falta letal. Rafa sirvió para ganar, para seguir haciendo historia, para firmar su victoria número 100 en París, la décimo tercera Copa de los Mosqueteros, su vigésimo Grand Slam... Nadal es el más grande.