Woody Allen: "Me gustaría ser un galán romántico"
El maestro vuelve a la brillantez thrilleresca de «Match Point» con «Golpe de suerte»
En medio de una sala enorme del hotel Excelsior del Lido veneciano, Woody Allen parece más pequeño de lo que es. De frente, replegado sobre su silla ante una mesa redonda, se le ve feliz. No es para menos: cuando parecía que la cultura de la cancelación había afectado su creatividad, y Cannes prefería darle la espalda para proteger su imagen de festival comprometido con la causa del #metoo, la Mostra de Venecia aplaudió unánimemente “Cuestión de suerte”, su primera película hablada en francés, la número cincuenta de su fecunda filmografía. Se le ve feliz, aunque uno siempre duda de si su bonhomía es la del anacoreta que hace oídos sordos al ruido de la realidad. Tal vez alcanzar la felicidad tenga que ver con hacer de la indiferencia un estilo de vida. Nunca, claro, desde la arrogancia. Porque trabajar, según Allen, es lo único que cuenta: “No estoy pendiente de lo que escriben sobre mí. Es una distracción innecesaria. Tampoco me preocupo de la taquilla de mis películas. Eso es cosa de los productores: yo cobro y me voy a casa. No podría vivir pensando en lo que tengo que enmendar en mi siguiente película. Lo divertido de hacer cine es hacerlo. Eso sí, es importante saber que el resultado final siempre te decepcionará, que nunca será tan bueno como te imaginabas”.
Si “Cuestión de suerte” es una lúdica meditación sobre el azar, y un aviso para navegantes contra los que quieren manipularlo, ¿qué piensa Woody Allen sobre el asunto? ¿Cree en la suerte? “Me considero un hombre afortunado. He podido dedicarme a hacer películas. Si la película era mala, no puedo culpar a ningún productor por ello. Soy responsable de todas mis decisiones. He vivido una vida estupenda”. Películas como “Annie Hall” y “Manhattan” existen, claro, por casualidad: “Escribí el guion de “Toma el dinero y corre” y quería dirigirlo, pero todos me decían que no podía, que no tenía ni la experiencia ni la reputación para hacerlo. Pero justo en ese momento apareció una productora, Palomar Pictures, que no estaba en la posición de atraer a directores de prestigio, y me llamaron a mí. La película fue un éxito, y así empecé mi carrera”.
Seguro que, a los 87 años, tiene algo que reprocharse. “Me arrepiento de un montón de cosas. Por eso nunca vuelvo a ver mis películas, siempre las estaría corrigiendo”. Sin embargo, cuando le preguntamos cuál es el error que sigue cometiendo como cineasta a pesar de su veteranía, no duda ni un segundo: “Soy muy descuidado. No soy nada perfeccionista. Cineastas como Spielberg o Scorsese lo son. Soy muy perezoso. Siempre trabajo en ciudades en las que me siento cómodo, acabo las jornadas de rodaje a las cinco o seis de la tarde, suelo dar por buena la primera toma, nunca me pierdo un partido de básquet porque empiezan a las siete y media. Nunca he sido un artista entregado a la causa”.
Es curioso que Allen añore sus años dorados como cineasta no por esas obras maestras que ya no volverán sino por las mujeres que pudo amar en la pantalla. “Cuando eres joven, puedes interpretar cientos de personajes, pero a mi edad… A mi me gusta interpretar al galán romántico, el que comparte escena con las actrices guapas, el que consigue o no a la chica al final… Creo que ahora no sería creíble que le diera un beso a Scarlett Johansson en plan romántico”. Primero habría que ver qué actriz norteamericana se prestaría a ello.