Mentiras y verdades de Juan Ortega
El diestro sevillano pide "perdón" por el daño ocasionado a pocos días de comenzar la temporada española
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A nadie se le escapa a estas alturas quien es Juan Ortega. Mejor dicho, a casi nadie se le escapa que Juan Ortega el 2 de diciembre, aunque en verdad parece que hace siglo y medio, anuló su matrimonio a pocas horas de hacer el paseíllo hacia el altar. Caso casi único. Lo que en el toreo sería una "espantá" en toda regla. Recordemos a Curro Romero, que se fue, pero volvió. En esta época, no hacemos estas cosas. Nos casamos y separamos con facilidad inaudita. Los datos nos avalan. Ortega, con un horrible manejo de los tiempos, con un doloroso quebranto del corazón cuando el tic tac quitaba oxígeno a los minutos, se dijo no, para expandir una onda que trajo consigo un terremoto mediático, también inaudito, sobre todo porque la historia quedó ahí. No hubo más cebo. Ni terceras personas. Ni más polémica. Por mucha mentira que se haya publicado sin pudor. Y esto es para planteárselo. Desde aquel día 2 del todavía año 23 desapareció Ortega de las fauces de la tierra. Se lo tragó. A ambas partes. También a Carmen.
Hoy ha hablado con Herrera, en La Cope, para charlar de la inminente temporada en España, que comenzará el próximo día 10 de febrero en la plaza de Valdemorillo, donde lo hizo el año pasado con éxito, aunque antes cruzará el charco en la plaza mexicana de León.
Lo cierto es que Juan Ortega se ha abierto en canal sobre el tema, igual ha sido una catarsis, una manera de sobrellevar esa culpabilidad que tiene que gestionar, esa losa pesada de saber que ha herido a las personas que quiere. La vida, "Son muchos cambios que sufres en tu día a día. Sabes que has causado sufrimiento y tengo sentimiento de culpa. El tiempo va ordenando las cosas. Vivo para el toreo, para mi profesión", acertaba a decir al final de la entrevista.
Juan Ortega es el torero sevillano que deslumbró en plena pandemia con nueve años de alternativa. No es un torero más. Tiene un fragilidad artística y espiritual que le hace capaz de concebir el toreo de muchos quilates o perderse en otros tiempos por no acabar de verlo. No es torero de medianías ni mentiras. Es el sentido último de la tauromaquia, alejado de los oficios, y en el centro de gravedad de la creación artística. Torea más despacio que nadie. Así habla. En 2023 firmó una campaña de recuperación y brillantez con faenas sólidas y una capacidad hasta ahora insólita, sin techo, e ilusionante, porque toreros como Juan Ortega, son más que necesarios en la Tauromaquia, son los que marcan la Historia y por los que se hacen peregrinación de plaza en plaza. De esto sabe Juan del Val.
Esta es la verdad, la de quien se juega los muslos, el pecho y el corazón, las arterias vitales, de quien es capaz de exponer en honor de una pasión, superando los miedos, porque con ellos se conviven, y se malvive a veces. Se respira después, cuando pasa todo, a otro ritmo, con otra felicidad, con la mirada perdida, de quien ha transitado otro planeta para volver a este y reconciliarse con el mundo.
Las mentiras ocurren mientras tanto, en otro orden de cosas. Para decir que si el suegro, el amigo, el cura, Ortega rezando en una iglesia de Madrid, bla bla bla, ble, ble, ble. Cuando sale el toro, no hay lugar a la mentira ni el trampantojo. Y los aficionados le exigirán a Ortega que se haya despropiado de toda culpa porque el Juan que encandiló a la afición ya era el de antes del 2 de diciembre. La vida sigue, torero.