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Juan Ortega: crónica de lo extraordinario

El diestro salió a hombros en una tarde importante
El diestro Juan Ortega durante la corrida de toros que se celebra este domingo en la plaza de toros de Valdemorillo.
El diestro Juan Ortega durante la corrida de toros que se celebra este domingo en la plaza de toros de Valdemorillo.Alfredo ArévaloPueblos del Toreo

Valdemorillo (Madrid) Creada:

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Juan, Ortega, citó al toro con el capote arrebujado. Hay muchas maneras de contarlo, pero solo se transita por los caminos de la emoción. Fueron dos verónicas, tal vez tres y la media que quería morir en la cadera. Un fogonazo de invierno bien pasado porque merecía la pena haber llegado hasta aquí. El toro, el segundo de José Vázquez, había mostrado mansedumbre. No sabíamos si para irse suelto o para quedarse y apretar en la muleta. Ortega estaba convencido. Seguro de un camino que ha emprendido más allá del ruedo y que comienza en los despachos, porque no todo está en venta. Respetarse uno y desafiar las inclemencias de unas estructuras tremendamente crueles para quien osan hacerlo no esta al alcance de todos. Bien lo sabe Urdiales. De siempre lo hizo así. Quizá por ello algunos duran tan poco sin el calor y el cobijo del sistema. El toro, ese segundo, iba y venía después en la muleta sin acabar de pasar convencido y sin querer quedarse. A medio camino de una mansedumbre que lo dejó estar con visos de esa calidad extrema de quien se pone de verdad, porque para taparse ya hay otros. La mano, con la espada se le fue a los infiernos.
Corría el cuarto a su aire por la plaza como si lo persiguieran. Era su película. Ortega tenía prisa. Se la quitó de pronto cuando se reunió con el toro y joder de qué manera. Es que ocurre una cosa que es muy importante en estos tiempos de toreros cortados por simétrico patrón: es muy buen torero. Su capacidad para ralentizar los tiempos del toro y los suyos propios nos trasportaron al paraíso desde el comienzo. Era todo tan bonito, tan cadencioso, con un sabor tan auténtico y puro que resultaba innato abandonarse. La única petición es que no acabara pronto. Siguió por ambos pitones logrando retener la embestida y acoplándose al buen ritmo que como fondo tenía el de José Vázquez. Fue un torrente de torería y belleza que comenzaba en la manera de andar y estar en la plaza hasta los remates de una calidad grandiosa. El epílogo de faena, rodilla en tierra, fue un canto a todas las tauromaquias que perduran en el tiempo, en la memoria colectiva. Juan Ortega había sido la reserva de la biosfera del toreo. No había más cuentos, porque torero así hay que protegerlo, por el bien común, por la desidia que nos devora tantas tarde, por puro egoísmo. El sexto era el último cartucho, otra esperanza antes de que nos embargara la desesperanza de una mansada de Vázquez. Le costó empujar en la muleta una barbaridad. El toro lo que quería era pararse, detenerse, entorpecer el temple exquisito que quería ser. Entre derrote y derrote Juan se empeñó en robarle pases y brotó de inesperado el toreo, porque el de Sevilla vino convenido de que era su momento. Y lo fue. tan despejado de ideas que se fue tras la espada en la rectitud y lo enganchó feo. Tarde importante.
Como la había sido la de Diego Urdiales sin la menor opción, porque de tres toros no embistió claro ni uno. Pasó lo suyo con un primero que vivió de la mansedumbre indiferente a la peligrosa. Para abrir plaza y temporada no estaba mal. El tercero fue sobrero del mismo hierro y tuvo mucho mérito la faena. Incierto el animal, de corta embestida diestra e irregular. Al natural le cogió el ritmo perfecto y por un momento llegamos a pensar incluso que el toro era otro. Después regresamos al inmenso desafío de las incertidumbres. Seguro con los aceros.
El quinto no dejó la puerta abierta a Diego al menor lucimiento y antes de que nos diéramos cuenta desarrolló peligro. La guasa que había tenido casi toda la corrida. Urdiales lo enseñó, se puso y lo mató. No había más que la pena de no haberlo visto de otra manera.
Carteles con toreros así reconfortan por la tranquilidad de saber que lo que pasa por ahí abajo tiene verdad, entidad y respeto.
VALDEMORILLO (MADRID). Segunda de feria. Se lidiaron toros de José Vázquez, desiguales de presentación. El 1º, manso y con peligro; 2º, mansote que va y viene; 3º, sobrero, incierto y complicado; 4º, manso, noble y con ritmo; 5º y 6º mansurrones y con mal estilo. Lleno en los tendidos.
Diego Urdiales, de rioja y azabache, pinchazo, estocada descabello (silencio); estocada, descabello (saludos); pinchazo, estocada (silencio).
Juan Ortega, de verde botella y plata, bajonazo (saludos); dos pinchazos, descabello (oreja); estocada (oreja).

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