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Tony Moreno: «Los políticos deberían hablar más del bien común y no tanto de gilipolleces»

Los granadinos Eskorzo, clásicos del rock fusión, emprenden una gira europea con el flamante «Historias de amor y otras mierdas», su octavo disco de creación
Tony Moreno, cantante de Eskorzo
Tony Moreno, cantante de EskorzoDavid JarLa Razón
La Razón
  • Javier Menéndez Flores

    Javier Menéndez Flores

Madrid Creada:

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Nada tiene que ver el aspecto intimidante de este músico con el zumo de su discurso. Tony Moreno (Granada, 1976) es un tipo mesurado e instruido (abandonó Derecho en tercer curso para dedicarse enteramente a la música) que lleva al frente de Eskorzo, banda compuesta de siete músicos, cerca de un cuarto de siglo. Acaban de parir el disco «Historias de amor y otras mierdas», un título con el que, como en casi todos sus trabajos anteriores, pretenden levantarle la ceja al personal, y en cuyas canciones abordan el amor desde distintas perspectivas: el de pareja, el familiar, el amical, el que hiere, el que libera… Pero ¿es un elogio de ese sentimiento o una sátira? «Es una sátira, evidentemente», responde el vocalista. «Tenemos idealizado el amor. Bien gestionado, es una cosa muy bonita que te puede salvar, sí, pero también te puede hacer descender a los infiernos. La idea era hablar un poco de la mitología del amor romántico, y también de quererse a uno mismo. Porque esa palabra tan genérica, “amor”, tiene muchos significados y facetas». Le señalo que de ese «y otras mierdas» del título de su disco se desprende que el amor es, de por sí –según Eskorzo, claro–, una mierda. «Exactamente. El amor es una mierda muchas veces. Pero puede salvarnos, mientras que las otras mierdas no. El amor es la única solución que hay para arreglar mogollón de cosas del mundo en general, cualquier conflicto. La única manera es dialogar, tratar de entenderse, quererse y tener empatía. En un conflicto, las dos partes tienen que ceder un poco. La diplomacia es también una forma de amor. Y luego está el amor por el dinero, claro. Aquello de Woody Allen: “El dinero no da la felicidad, pero produce una sensación tan parecida que casi no noto la diferencia”. Y en política –añade– hay poco amor y empatía, y las cosas están muy polarizadas. Lo que echamos en falta de los políticos es que hablen más del bien común y no tanto de gilipolleces. Que aborden la sanidad, el paro… los problemas reales. ¡El precio del aceite! Que te vas a Portugal o a Irlanda y vale cuatro euros... Habría que proteger a la ciudadanía de esos abusos». Le ha salido ahí a Tony la vena reivindicativa y rebelde. La que se adivina tras la «k» que adorna el nombre de la formación, una rúbrica que se quiere punk y que los hace pasar por unos vascos de Granada –«Sí, de “Euskádiz”, jajaja»–, y cuya existencia tiene una explicación que se remonta a más de dos décadas atrás: «En Andalucía, en los años noventa, que es cuando nosotros formamos la banda, la música moderna y lo vanguardista nos venía del País Vasco: Negu Gorriak, Kortatu… Ellos mamaban de Inglaterra, de los Clash, los Specials, Sex Pistols. Todo eso entró por el norte y, a través de canales alternativos, se fue difundiendo y caló fuerte en Granada. A veces nos hemos sentido tentados de cambiar la “k” del nombre por una “c”, sobre todo cuando nos han confundido con un grupo de “thrash metal” de Euskal Herria. Y siempre que empiezo a poner en Google Eskor… me sale Eskorbuto [famoso grupo punk del País Vasco cuyos dos principales miembros murieron con sólo 30 años tras una vida de excesos estupefacientes]. Pero la “k” continúa vigente –remata–, porque aunque este disco hable de “amor y otras mierdas” es bastante punk».
A Eskorzo se los sitúa dentro del llamado rock fusión, junto a Mano Negra, Amparanoia, Fabulosos Cadillacs y Tabletoom, entre otros. Lo suyo sería, en cualquier caso, «música mestiza», por más que esa etiqueta encierre incontables afluentes. ¿Está de acuerdo? «Lo nuestro es música mestiza, sí. Pero es que yo tengo el concepto de que la música es mestiza “per se”. Aquí tenemos el flamenco, que, a pesar de lo que sostienen los puristas, es lo más mestizo del mundo. Es un cruce de caminos de un montón de culturas. Te vas a Marruecos y escuchas llamar a la oración y es puro cante jondo. Y tiene un rollo gitano, castellano, mediterráneo. O los “cantes de ida y vuelta” flamencos originados a partir de la música popular latinoamericana. ¿Y qué me dices del blues? ¿Es mestizo o no? Y cuanto más se abra la música, más mestiza es. Tenemos un montón de colores y hay que utilizarlos todos», sentencia.
Para alguien como él, que vive de afilar versos para ser bramados, ¿la corrección política actual es un problema? ¿Se ha llegado a plantear la autocensura? «No me he planteado autocensurarme, lo he hecho», contesta, franco. «¿El arte tiene que entrar en ese juego? No, en absoluto. Pero los artistas, a veces, somos muy “cagaos”, hemos perdido valentía. Porque si abres la boca más de la cuenta te buscas muchísimos problemas, te hacen boicot. Aunque eso también es bueno. Estoy en contra del insulto fácil. Se puede ser revolucionario sin ser soez, con buena pluma, y eso no quiere decir que acepte la censura». Pero sí entiende que haya líneas rojas: «No me gustan los mensajes que fomentan el odio. ¿Apología del terrorismo? Por ejemplo. Yo no quiero matar a nadie. Estoy en contra de la violencia en todos los aspectos, y se puede enviar un mensaje muy cañero sin recurrir a ciertas palabras. Otra cosa es que me pueda meter con el sistema y cagarme en “tó”. Mira Roberto Iniesta. Es un tío más antisistema y más anarquista que el copón, y no ha tenido que decir “vamos a matar a guardias civiles”. Dice cosas, pero con clase. Porque es un poeta. A Roberto le escuchas cantar “Hoy te la meto hasta las orejas” y en él suena poético, pero en un cantante de trap… Ahí hemos bajado muchísimo el nivel. Y no soy antitrap, ojo. Me encantan los ritmos y conozco grupos de trap que tienen letras muy guapas, pero lo que se vende ahora mismo son tetas y culos. Tengo una niña de 11 años que está todo día “pin, pon”, y veo las redes… Creo que hay que diferenciar entre sexualidad y sexualización. Yo quiero, y me parece muy bien, que todo el mundo folle con quien quiera, faltaría más, pero otra cosa es sexualizar y basar la vida en que todo es… Como decía Javier Krahe: “No todo va a ser follar”». Pues eso. No todo va a ser follar.
LA VIDA, EN PROFUNDIDAD
Por Javier Menéndez Flores
No bastaba con observar la vida como si fuera una pintura o una fotografía, un bodegón cargado de objetos sin pulso, había que sumergirse en ella y moverse, actuar. Porque vivir consiste en lanzarse a las cosas desprovistos de chalecos antibalas y con la determinación invencible del que espera obtener algún tipo de botín, sea de la naturaleza que sea. Así lo entendieron desde un principio Tony y el resto de la tropa, que desde aquella ópera prima tan bulliciosa no han dejado de mostrar de qué material están hechos sus sueños y obsesiones. Y es ya un cuarto de siglo liándola pardísima en los escenarios, con estampa de orquesta desmadrada y alma de corredores de fondo. Benditas sean las letras valientes, las notas bien ejecutadas y el catecismo rejuvenecedor de la guasa.
Pero ¿cómo que la magia de los años ochenta? Los noventa no fueron peores, de ninguna de las maneras, y fueron enteramente nuestros. Nos los comimos, nos los bebimos, los inhalamos. Rodamos por el césped, en un abrazo loquísimo, con ellos. Y nos regalaron la música que nos desconectaba y nos hacía levitar, y que hoy llena la nevera y paga la luz y la letra del coche y las clases extraescolares de la niña. La música, a Tony, lo sanó, lo salvó, y aún lo sana y le saca la cabeza del agua cuando al bajón o al estrés les da por presentarse sin previo aviso como hacen esos amigos borrachos de exceso de confianza. Y entonces se va a ensayar con los muchachos y empieza a notar cómo las nubes oscuras se van blanqueando. Pero no es hasta que se sube a un escenario cuando ve con claridad cómo los demonios que lo sitiaban se desintegran igual que en un videojuego.
Hay un árbol de la duda. Y paraísos artificiales. Y caminos de fuego por los que transita una manada de primates que aspiran a ser dioses. Y hay una alerta caníbal y un mundo bullanga (el «no» es mi bandera, sabedlo). ¿Y acaso no os parece fascinante que un re menor sea triste y un re mayor alegre? ¿O que haya música que te asuste y otra que te arranque las lágrimas como si estuvieras cortando una cebolla? A Tony le pasa cuando escucha «War», de Bob Marley, y se niega a reprimir el llanto. Porque aunque su generación es la de los chicos no lloran, aquel que se resiste a los estímulos del arte es un insensible o un filisteo o un miserable, o las tres cosas. Y los tipos que llevan cresta y tatuajes también se rompen si es domingo por la tarde y suena «Have you ever seen the rain?» o «Sorprendente» o «Volando voy».
En el sur somos millonarios en fuego y en alegría, en sonreír y reír y en pasarte a la mínima el brazo por encima del hombro e invitarte a una copa, o a tres. Pero del norte nos vinieron unos sonidos importados de la Gran Bretaña que nos ensancharon el corazón, nos elevaron la cabeza y nos marcaron el camino a seguir. Y como somos de ensaladas y de cócteles, y no de sabores únicos, mezclamos a lo loco lo suyo con lo nuestro y empezamos a crear una música en la que no hay un solo género non grato, ni un solo estilo prohibido, y con la que cualquiera se puede sentir identificado.
Y ahora –a la vejez, viruelas–, en estos tiempos de guerras varias y trabucazos digitales, nos ha dado por escribir todo un tratado sonoro sobre el amor y otras mierdas. Y no porque sepamos tanto de los secretos del corazón como Casanova o doña Corín Tellado, qué va, sino porque creemos que aún hay esperanza para ese mono confundido y dañino que todavía somos.

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