Todas las faraonas que tenía dentro Lola Flores
Carlos Barea coordina «Flores para Lola», un libro de ensayos y acercamientos alternativos a la mítica folclórica
Madrid Creada:
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Hay, incluso en este país de discusión como disciplina deportiva, cosas que simplemente no se debaten. No se discute la temperatura de la caña, la siesta ni, por supuesto, tampoco a Lola Flores. Pero, ¿cómo es posible que una de las artistas más relevantes durante el franquismo, rostro incluso promocional de aquella España «diferente», sea ahora un referente para una comunidad reprimida por la Dictadura como la homosexual? El escritor y periodista Carlos Barea tiene una teoría al respecto: «Toda creación de iconos en la cultura popular va aparejada a una proyección propia. Como nos gusta el personaje, le colgamos las etiquetas que mejor nos vengan. Lola era capaz de meterse a cualquiera en el bolsillo con su carisma, y lo acabó consiguiendo con un país entero», explica convencido.
Barea sabe de lo que habla. Tras estudiar a conciencia la figura de la Faraona, ha coordinado «Flores para Lola», recopilación de ensayos que publican Dos Bigotes y Egales y que se define como «una mirada ‘‘queer’’ y feminista» sobre su figura, pero que en realidad es mucho más. «Tuvo sus luces y sus sombras, como todos los personajes, pero su manera de ser trascendió incluso a su propia trayectoria», completa el editor, que aquí ha reunido enfoques alternativos, satelitales, alrededor de la folclórica.
Ya se ha contado mil y una veces que Flores cambió su propia fecha de nacimiento para aparentar ser más joven y que el engañó solo se descubrió en su boda con «El Pescaílla», pero pocas veces se ha explorado su relación para con la causa gitana, como aquí hace Noelia Cortés en el texto «Nana, nanita de los gitanos»; todo el país se sabe aquello del «no canta ni baila, pero tienen que ir a verla», pero apenas sabemos nada de su inmersión y rechazo inicial por parte del cante y baile canónico, al que no convenció hasta que comenzó a girar por cafés sin terminar todavía de ser una niña, como aquí detalla la divulgadora Lidia García; todo sabemos de su vida privada y la de sus hijas en papel cuché, pero apenas comenzamos a entender qué significaba que una mujer dijera en público que le daba igual que publicaran «su pecao» y cómo esa defensa del sexo libre, en pleno «prime time», abrió los ojos a autores como Daniel María, que escribe sobre la Lola más carnal.
«Quizá desde una visión un poco rancia, el folclore siempre fue visto como el arte del régimen. Y eso, las nuevas generaciones, lo están cambiando. Solo hay que ver a nuestros artistas más importantes a nivel mundial. Pero esa nueva lectura comienza con figuras como Lola Flores o Rocío Jurado. ¿Por qué resuena eso con comunidades como la LGBTQ+? Quizá por el exceso. Porque eran mujeres que luchaban contra todo y contra todos y que le cantaban, muchas veces, a las otras, a esas amantes y a esos amores prohibidos. ¿Cómo no iba a conectar eso con lo marica?», explica cómico Barea, sobre el libro.
¿Cien años de olvido institucional?Hemos visto decenas de aspavientos en torno a la figura de Picasso, tan relevante para el arte mundial como «cancelable» hoy en día; y la clase política también se ha remangado para rendir homenaje, en su centenario, a Joaquín Sorolla, Antoni Tàpies o María Callas. Por eso mismo, llama la atención que el centenario de Lola Flores, nacida en Jerez de la Frontera en 1923, apenas esté motivando celebraciones oficiales en nuestro país. En el registro queda el homenaje del Ayuntamiento de su localidad natal, que le inauguró una placa, un puñado de ciclos cinéfilos repartidos por nuestra geografía y una pequeña nota en la página web del Ministerio de Cultura, que se estructuraba, por la razón que sea, alrededor de su relación con el mundo de los toros. Se antoja poco alboroto, precisamente, ante una de las figuras que históricamente ha puesto más de acuerdo a los españoles. A los de ahora, y a los de siempre.
Pero más allá de las reapropiaciones, «Flores para Lola» también es interesante como un acercamiento, histórico y crítico, a su concepción como polímata, como artista completa. Minucioso es el estudio que le dedica la periodista y crítica de cine Pepa Blanes al cine de la Faraona, quizá en su momento álgido en los cincuenta, cuando se trasladó a México para rodar «¡Ay, pena, penita, pena!» (1953) o «María de la O» (1958), y cómo sus movimientos inspiraron buena parte de los mejores trabajos de otro referente como Carlos Saura. No se trata tanto de colgarle etiquetas específicas a Lola Flores («feminista», «activista por los gitanos», «defensora de los gays»), como comprender en realidad la sombra entera del mito, entender que su proyección misma solo cabe dentro de ese «bigger than life» que inventaron los sajones y que, dentro de la misma Lola Flores, había hueco para más de una sola Faraona. Una lectura imprescindible, justo a cien años del nacimiento de la folclórica.