Ricardo III cambia las palabras por el lenguaje de signos
Los portugueses de Terra Amarela, en coproducción con el CDN y el Teatro Nacional D. Maria II, estrenan en Madrid un Shakespeare que cambia la fuerza de la palabra por la poética gestual
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Ángela Ibáñez es Ricardo III, y no oculta el desafío que tiene por delante: «Es una responsabilidad, pero también un orgullo», explica quien se siente «la capitana del barco», sonríe. Sin embargo, el mayor «reto», dice, es el que se presenta a un público oyente que deberá ver la obra de Shakespeare como nunca antes –«al menos, en un gran teatro de Madrid», puntualiza Alfredo Sanzol, director del CDN–. Ricardo III adquiere una nueva poética con el impulso del CDN, del Teatro Nacional D. Maria II y de la compañía lusa Terra Amarela, y apuesta por contar el clásico a través del lenguaje de signos castellano y portugués. «Esa doble posibilidad nos permite ampliar todavía más las posibilidades de jugar con las imágenes», explica Marco Paiva, director del montaje y de la compañía integrada por artistas no normativos. «Bienvenidos a nuestro mundo. Os ponemos en nuestro lugar, la comunidad sorda, y así nos podéis conocer», pide Ibáñez.
Ya habíamos visto al Bardo siendo contado a través de corbatas, como aquel Hamlet de los también portugueses Chapitô en el que la palabra era lo de menos, pero no en este juego de integración que lleva la cultura sorda hasta un escenario de primer nivel durante más de tres semanas. «Es algo necesario», corta tajante Paiva, que ya practicó este lenguaje con Zoo Story hace un año y al que pudimos ver en Madrid, en 2021, con Calígula murió. Yo no. Terra Amarela quita peso a la palabra pronunciada para apostarlo todo a la carga visual, «también a un trabajo sonoro que está presente».
El reto en esta ocasión es para el publico oyente, que podrá ahondar en la cultura sorda
Cuenta el director que Ricardo III era un texto que le perseguía desde hace mucho tiempo y que encontró en él una poética que se podía apoyar en la «potencia corporal». Y, a partir de ahí, fue Magda Labarga la responsable de versionar el texto: «Debía encontrar lo esencial del argumento, así que lo limpié de las referencias a la historia de Inglaterra que aquí no nos aportan nada. Pero no la dejé en el esqueleto, sino en su esencia para comprenderla y llegar a la fuerza del personaje». La adaptadora defiende a Shakespeare como «un maravilloso constructor de imágenes» y ahí es donde este lenguaje «podía desenvolverse con toda su belleza. Las palabras se volvían más poderosas en un segundo», desarrolla de un trabajo que ha completado con textos propios y con otros fragmentos del dramaturgo.
No ocultan Paiva y Labarga que «toda versión implica pérdidas», pero también «ganancias». El ritmo es otro, «aunque Shakespeare sigue estando en el centro. Cuando lo traducimos al castellano también perdemos la música del inglés», apuntan: «Hemos ido perdiendo Shakespeare durante todos los siglos, lo que nos ha llegado son ideas de ideas. Y en este montaje lo que logramos es que la musicalidad pase a los cuerpos. Es como un soplo de aire fresco. Pese a haber visto centenares de direcciones de sus obras, te entran ganas de volverlo a hacer porque lo redescubres».
El lenguaje hablado deja paso a las imágenes del cuerpo y cada músculo habla. Entra en acción la visual vernacular, «el arte propio de la lengua de signos», resume María José López (actriz) de un juego sin palabras en el que la mímica de manos y cuerpo es la que toma el protagonismo. «La adaptación es un trabajo de llevar el texto a otra cultura, y dentro de la lengua de signos también influye cómo te mueves –continúa Ibáñez–. Puedes hacer una imagen mucho más atractiva. Un juego físico que respeta la poesía y que igualmente lleva un trabajo de investigación».
Sanzol, como responsable del Dramático, presenta este «Ricardo III» con un especial orgullo: «Es una excepción que un espectáculo de este tipo esté cuatro fines de semana en una sala grande como el Valle-Inclán, pero el objetivo es que deje de ser esa excepción». Reconoce el director que el éxito no es solo suyo, «ni mucho menos», sino de todo ese ecosistema que se fue fabricando desde el anterior mandato de Ernesto Caballero, cuando se implantó el ciclo anual de «Una mirada diferente». Allí ya estuvo Paiva y todavía da las gracias a Miguel Cuerdo e Inés Enciso –sus directores– por la oportunidad. Fue el germen que hizo crecer a Terra Amarela y que hoy hace posible que intérpretes como Ibáñez, López, David Blanco, Marta Sales, Vasco Seromenho y Tony Weaver estén encima del escenario. Aunque quede mucho por hacer: «Yo me tuve que ir a estudiar a Francia porque en España no hubiera podido ser actriz, salvo que yo me pagase al traductor cada día», denuncia Ibáñez.