"Retorno al hogar": Pinter, o el aburrimiento colosal ★★☆☆☆
En esta versión de "Retorno al hogar", una de las obras más conocidas de Pinter, Daniel Veronese ha tratado de pulir y "naturalizar" un poco ese insufrible lenguaje pinteriano
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Autor: Harold Pinter. Director: Daniel Veronese. Intérpretes: Alfonso Lara, Miguel Rellán, Fran Perea... Teatro Fernán Gómez, Madrid. Hasta el domingo.
Exceptuando Traición, que está escrita bajo unas coordenadas literarias que poco o nada tienen que ver con el resto de su producción, qué difícil es ver hoy una obra de Harold Pinter que no resulte aburrida. Poco hay en ese lenguaje deformado, deliberadamente incoherente, que bebe del Teatro del absurdo sin adentrase del todo en él, y que pasa de lo disruptivo a la reiteración sin solución de continuidad, que nos permita en la actualidad no ya sumergirnos de lleno en sus argumentos, sino siquiera comprenderlos mínimamente y comprender a sus personajes. Hablo, claro está, de entender lo que pasa sobre el escenario en clave puramente teatral, más allá de lo que hemos estudiado sobre el supuesto significado de sus obras, y más allá, por tanto, de las presuntas justificaciones que podamos encontrar en los programas de mano.
En esta versión de Retorno al hogar, una de las obras más conocidas de Pinter, Daniel Veronese ha tratado de pulir y "naturalizar" un poco ese insufrible lenguaje pinteriano del que antes hablaba; pero ni por esas consigue que el espectador se interese por el destino de una familia repleta de cretinos que actúan de principio a fin sin ninguna clase de verosimilitud dramática. Estaría bien si la obra hablase de eso, del cretinismo humano, que sería un tema apasionante; pero, claro, si nos sentamos en la butaca esperando ver una función que ahonda, como nos han dicho siempre, en la opresión que ejerce en el individuo el entorno familiar, y en los vínculos de dominación, dependencia y celos que pueden guiar las relaciones humanas, advertiremos enseguida que todo está muy sacado de madre en el propio texto; que hay más trampas que en una película de kárate; que no hay motivaciones en los personajes que no provengan de la manipulación efectista de su autor, y que hoy en día resulta incluso pueril la pretendida provocación pinteriana.
En todo caso, uno quizá pueda conformarse viendo los esfuerzos de un elenco con no pocos buenos actores –vestidos, por cierto, de forma bastante incomprensible– tratando de meter algo de carne en unos personajes que no lo permiten. Destaca especialmente Miguel Rellán, que consigue infundir cierta verdad, las pocas veces que la acción lo permite, a su despreciable Max.
- Lo mejor: El intento de insuflar en la versión cierto ritmo al cansino lenguaje de Pinter.
- Lo peor: Si lo que pretenden las risas enlatadas es que todo se entienda menos todavía, la verdad es que funcionan.