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"Prima facie": Sobre el abuso y el consentimiento

El Canal ha sido el primer espacio de titularidad pública en levantar el telón en la capital
Vicky Luengo se enfrenta a su primer monólogo en "Prima facie"
Vicky Luengo se enfrenta a su primer monólogo en "Prima facie"Pablo Lorente
La Razón

Madrid Creada:

Última actualización:

Autora: Suzie Miller. Director: Juan Carlos Fisher. Intérprete: Vicky Luengo. Teatros del Canal (Sala Verde), Madrid. Hasta el 17 de septiembre.
En Madrid, el curso teatral ha empezado de la mejor manera posible. El Canal ha sido el primer espacio de titularidad pública en levantar el telón en la capital, y lo ha hecho con Prima facie, una estupenda función, que llega precedida de un enorme éxito en los países de habla inglesa, con la que Vicky Luengo está recibiendo cada noche una merecida ovación. Ojalá el listón, para todos los teatros, se mantenga igual de alto en lo que resta de temporada.
La obra, para colmo, toca un tema de plena actualidad después del famoso beso de Luis Rubiales a Jenni Hermoso. Tessa es una exitosa abogada penalista que defiende a sus clientes de la mejor manera posible, siempre dentro de los márgenes que permite la ley, sin preocuparse por la culpabilidad real o no de ellos. Cuando ella misma se convierta en presunta víctima de un abuso sexual, y decida llevar a juicio a su agresor, un compañero de trabajo con el que ha iniciado recientemente una relación, su manera de entender la justicia y el mundo cambiarán.
A decir verdad, el texto de Suzie Miller –me refiero al texto sobre el papel– no es ni de lejos la maravilla que algunos habían anunciado: la obra está llena de lugares comunes, tanto en el propio lenguaje como en la construcción de los personajes. Aunque se trate de un monólogo, su escritura está más influida por el típico guion cinematográfico de thriller judicial que por la poética y original belleza de la gran literatura dramática (al menos en la versión en castellano que ha llegado hasta mis manos). Desde el punto de vista literario, hay metáforas y alegorías horrendas y peliculeras, como ocurre, nada más empezar, con los abogados pijos comparados con purasangres y los juicios, con carreras deportivas. Hay, además, algunos usos onomatopéyicos, como “bang”, que casi producen sonrojo. Y hay, por último, una flagrante inercia imaginativa a la hora de conformar el bagaje vital y psicológico de los protagonistas: la estudiante de familia humilde y desestructurada que se ha modelado a sí misma con mucho tesón para convertirse en la exitosa abogada que ahora es, o el compañero pijo y amable, de irresistible encanto, al que todo le ha resultado fácil para llegar donde está.
Por si fuera poco, algunas escenas atentan contra las leyes de la verosimilitud: vamos a ver, si un profesor dice a sus alumnos que miren todos a su izquierda, es imposible que la protagonista cruce la mirada con el chico que tiene a su lado, porque este también estará mirando a la izquierda; lo mismo ocurre cuando el profesor les pide a todos que miren a la derecha, y la protagonista vuelve a cruzar su mirada, en esta ocasión, con la chica que se sienta junto a ella en esa dirección. Solo se me ocurre que la mitad del alumnado de esa clase de Derecho en esa universidad concreta tenga dislexia espacial, pero, claro, eso tampoco sería muy verosímil.
Lo que sí hace Miller de manera brillante es plantear dramáticamente la situación que desencadena el conflicto con la equidistancia y la complejidad suficientes para que el lector-espectador advierta que a veces podemos llegar casi a normalizar conductas que son, en puridad, de todo punto reprobables. Y este es el gran motor de toda la función; y el único motor que el director peruano Juan Carlos Fisher –poco conocido aún en nuestro país– ha manejado con inteligencia para vehicular la acción llevando hipnotizado al espectador hasta el precipicio, sin que se perciban, en el terreno de la representación escénica, todas esas fallas literarias antes señaladas. Para conseguir que la cose funcione era necesario un equipo artístico de primer nivel que trabajase en preservar la potencia de ese conflicto y favoreciese su continuidad narrativa, que es lo que han hecho el músico Luis Miguel Cobo, el iluminador Ion Aníbal y la escenógrafa Lua Quiroga Paúl.
Y, por supuesto, era imprescindible contar sobre las tablas con una actriz de la talla de Vicky Luengo, capaz de ir aportando los variados matices que el personaje principal va demandando en virtud de su propia evolución dentro un contexto dramático en el que, además, intervienen otros personajes que la propia Luengo ha de incorporar. El trabajo interpretativo es muy difícil y ella lo resuelve muy bien; y probablemente se irá ajustando más, si cabe, a medida que la función se vaya rodando, sobre todo en lo que tiene que ver con el ritmo, demasiado uniforme durante la primera parte el día del estreno (algo que, probablemente, se haya subsanado ya cuando esta crítica salga publicada).
  • Lo mejor: La función discurre como un tiro y Vicky Luengo resuelve con muy buena nota el primer monólogo de su carrera.
  • Lo peor: Los premios y la repercusión del texto como tal en Londres y Nueva York no están en consonancia con su calidad literaria.