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“Amaeru”: salvar al otro para salvarte a ti

Carolina Román lleva a los Teatros del Canal una comedia dramática sobre los vínculos afectivos y al deseo de ser cuidado
Descripción de la imagenManolo Pavón

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Los sentimientos humanos son universales e inherentes a cualquier tiempo y cultura, pero no las palabras que usamos para nombrarlos, hay sentimientos que ciertas culturas pueden expresar con un vocablo que los define, que, sin embargo, no tiene su equivalente en otras. «Amaeru» (甘える) es un término japonés que alude a la benevolencia del cuidado de una persona hacia otra y no tiene traducción al español. Un sentimiento difícil de identificar sobre el que estuvo indagando la actriz, directora y dramaturga argentina Carolina Román (Juguetes rotos) para escribir Amaeru, su nueva propuesta escénica. «Muchos de nuestros vínculos de codependencia están fundados en la palabra “amaé”, referida al cuidado entre padres e hijos, pero trasladar ese sentimiento a vínculos no sanguíneos, me llevó a investigar el por qué teniendo cosas tan parecidas no teníamos una palabra que lo definiera, y “amaeru” sería la parte sana de depender del cuidado del otro», explica Román, que define su obra como «una comedia dramática que reflexiona sobre los vínculos afectivos y las relaciones humanas basada en un realismo mágico y futurista con tintes costumbristas». Una función que se estrena en los Teatros del Canal con los también argentinos Daniel Freire y Omar Calicchio.
«Cuidar de otros o dejarse cuidar, eso es “Amaeru”, un ciclo de ida y vuelta, un viaje emocional donde la importancia de dar y recibir cuidados va más allá del tiempo y del espacio», afirma la directora, que comenzó esta pieza partiendo de la situación de la pandemia, «curiosamente, pensando en lo necesarios que son los otros, tanto los de fuera como los que convivíamos dentro del encierro, la importancia del contacto, de los vínculos, hasta que di con esta palabra, con esta emoción y su ausencia de sentido, porque parece que lo que no se nombra no existe y escribiéndola recaí en la historia de mi padre y en esos vínculos tan fuertes y vitales que vivió –explica–. Hice la pieza pensando en él, criado por una madre soltera y su tía, que conformaron un todo haciendo que no sintiera carencias emocionales, que fuera un niño muy querido, amado y feliz de puertas para adentro. Sin embargo, hacia afuera era distinto porque vivir en un pueblo suponía cuidar el qué dirán, donde socialmente tiene que haber un padre, una madre, un hijo, vínculos reconocidos que deben corresponder a un patrón y en este caso no lo había y era muy difícil explicar esa vida distinta, pero muy feliz. Esto sirvió de caldo de cultivo a mi historia, con estas dos mujeres locamente enganchadas a una telenovela famosa encerradas en una especie de Casa de Bernarda Alba a lo argentino», apunta Román.
Costumbrismo argentino
Con rasgos oníricos, la historia está contada desde un costumbrismo argentino, con música en vivo interpretada por Omar Calicchio y danza japonesa butoh. Amaeru, añade la dramaturga, pone sobre la mesa la necesidad de un nuevo espacio emocional: «La trabajé en tres etapas y cada actor interpreta a tres personajes, pero sin planteamiento, nudo y desenlace, esto me ha permitido una estructura no frecuentada en mí que llamo “células emocionales”, y vamos pasando de una a otra, desde la mirada del niño que fue mi padre, pero con mucho humor, porque dicho así parece muy sesuda, pero trata de reírse de su propia herida para poder pasar página. Al final –sostiene–, estamos hablando de la deshumanización, de hacia dónde estamos yendo en esta civilización que niega la parte emocional, donde cada vez estamos más solos, más desconectados, siendo menos compasivos y cada vez con más inteligencia artificial sustituyéndonos. Estamos perdiendo el sentido de nuestra vida con el otro y para el otro, de ahí que las enfermedades mentales y los suicidios aumentan. Sin embargo hay como un tabú grande porque la sociedad no lo quiere ver –resalta Román–, los medios hablan poco de ellos, pero las urgencias están a tope, no en camas, pero cada vez hay gente más joven con protocolo de suicidios y esto es un mal pospandémico al que se está dando la espalda, por eso me llama mucho la atención lo de Japón donde prima este tipo de vínculos, como si fueran salvavidas de la vida, yo me agarro a ti y tú a mí, no importa si hay consanguineidad o no. Los cuidadores natos no solo tiene que ver con las enfermedades, van más allá, dicen, “aquí estoy para lo que haga falta”, aunque sea para reñirte, porque tú me necesitas y yo necesito cuidarte».
Para Román, todo ello «se traduce aquí como toxicidad, como codependencia desde un lugar enfermo, pero creo que ese “amaeru” existe entre nosotros en esta cultura y no todo es toxicidad, también hay gente que te salva de la soledad, que es familia sin serlo, a veces más que los consanguíneos». Y apostilla: «Al estar localizado en un barrio de Buenos Aires, donde viven encerradas estas dos hermanas mellizas en un mini mundo que les ha permitido salvarse del naufragio de no encajar fuera, puede parecer un historia local, pero en realidad está hablando de la vida: háblame de tu aldea y me hablarás del mundo».
  • Dónde: Teatros del Canal, Madrid. Cuándo: del 5 al 22 de enero. Cuánto: 20 euros.