“El perro del hortelano”: Tirarse a la piscina con Lope de Vega ★★★☆☆
La propuesta de Mir se levanta como un simpático artefacto que busca el puro entretenimiento sin adentrarse en laberintos poéticos ni dramáticos
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Una confusión terrible unida a un azaroso contratiempo, impiden que los actores de una compañía de teatro lleguen a tiempo a la sala donde tendrían que representar, con el público ya esperando en su butaca, El perro del hortelano. Para solventar el entuerto, los dos técnicos de la compañía, que han viajado por otro lado, y que sí se encuentran en la sala, deciden hacer la función –ya que se la saben de memoria- con la colaboración de dos actrices aficionadas, pertenecientes a una compañía local, que se han prestado a ayudarlos.
De este juego metateatral se ha servido Paco Mir para realimentar la maravillosa comedia de Lope de Vega con otra trama más contemporánea y más fácilmente accesible en su lenguaje para todo tipo de espectadores hoy. Ya en la propia versión del texto original al que se han de enfrentar los cuatro improvisados intérpretes se advierte una clara apuesta de Mir por la sencillez y por la actualización de algunos términos y construcciones gramaticales, decisiones que están en perfecta consonancia con el pretexto dramatúrgico del que ha querido partir. Asimismo, está plenamente justificada la austeridad escenográfica con la que tendrá que llevarse a cabo la representación, pues el material de la compañía no ha llegado y los actores solo cuentan con unos pocos elementos que han pedido prestados aquí y allá.
Las carencias artísticas para sacar adelante la función, los inevitables errores que, como consecuencia de ellas, se van sucediendo a lo largo de la representación y las disparatadas soluciones que cada uno va proponiendo en escena para seguir con la obra hasta el final son el reclamo argumental y humorístico de un espectáculo que trata de llegar a un público más amplio al que llegaría una versión, digamos, más estandarizada de este obrón del Siglo de Oro. Además, el hecho de que los “técnicos” tengan que introducir las escenas que han de ir interpretando sirve de inteligente excusa al director para aclarar el argumento, más si cabe, al espectador menos acostumbrado a ver y escuchar teatro en verso.
La propuesta de Mir se levanta, en definitiva, como un simpático artefacto que busca el puro entretenimiento sin adentrarse en laberintos poéticos ni dramáticos. Cualquiera podrá ver y seguir la función con agrado de principio a fin; pero, dado que la nueva trama de humor adherida al clásico tampoco alcanza extraordinarias cotas de ingenio, el amante del gran teatro barroco olvidará el montaje al poco tiempo de salir de la sala.