Miguel Ángel Muñoz: “Se tiene que caer el mito de que soy el yerno perfecto; soy un canalla”
El actor se toma un descanso de la televisión y el cine para volver a su “esencia”, dice, en el teatro, donde representa “El síndrome del copiloto”, de Vanessa Monfort
Han pasado algo más de dos años desde que Miguel Ángel Muñoz pisara las tablas por última vez con Firmado Lejárraga y el actor necesitaba, dice, regresar para tomar tierra, así que vuelve a aferrarse a Vanessa Monfort para retomar el rumbo con El síndrome del copiloto (en los Teatros del Canal hasta el 24 de abril). Una función “sobre Marina [Cuca Escribano], una mujer que se ha quedado viuda y va a cumplir el último deseo de su esposo –explica–. Y para ello comienza una travesía con la sorpresa de que le acompaña su marido en forma de fantasma. Se da cuenta de que ha sido la copiloto de su vida durante todo el tiempo y, entonces, se descubre como mujer”.
–¿Hace de muerto o de fantasma, qué suena mejor?
–Prefiero muerto, que fantasma puede tener una connotación negativa. Pero este muerto puede permitirse cualquier cosa: andar por el agua, aparecer y desaparecer, crear tormentas...
–Cada equis tiempo regresa al teatro. ¿Qué le aporta?
–Me hace feliz. Cada dos años necesito subirme a las tablas. Es mi esencia: con 18 años, con mi primer sueldo importante, invertí en una obra, Quickly, con Daniel Huarte y con dirección de Mariano Alameda y Pepe Mora, en el Teatro Alcázar... Y perdí todo el dinero.
–Dinero que venía de Un paso adelante, ¿no?
–Sí, aunque a Dani y a Mariano los conocía de Compañeros. Ya habían producido Caos y pensamos hacer lo mismo. Tenía 18 años y me dio por ahí.
–El que si era un “fantasma” era el Tito Rober, su personaje de UPA.
–Y no en el sentido figurado, pero era muy divertido. Estoy muy agradecido a ese proyecto, fue La casa de papel de los 2000.
–Bueno, ustedes formaron grupo musical y sacaron disco; ellos, por ahora, no.
–Más de un millón de ventas, más de 20.000 personas en concierto...
–Dicen que la serie vuelve, ¿y usted con ella?
–Salen noticias de confirmaciones, pero yo la mía no la puedo decir.
–Algunos lo dan por hecho...
–Vamos a una velocidad con la que, dentro del romanticismo con el que me gusta vivir la vida, no estoy de acuerdo. De momento, solo tengo un guion, me tendré que leer el resto antes de dar el “sí, quiero”.
–¿Qué debe tener un texto para aceptarlo?
–En este debe haber una serie fresca y que el nuevo talento joven del país sea el protagonista. Hay que tener cuidado porque las segundas partes son difíciles. Me gustaría que me invitasen para apadrinar a los jóvenes.
–¿Y usted cuándo dejó de ser joven?
–Lo dice la edad [38], pero todo va en función de con quién te compares. Eso sí, los años que llevas trabajando te delatan. Si llevas 28 años en esto... Aunque todavía puedo bailar, hacer yoga, correr maratones...
–Y también cocina... Sin ofender demasiado: da hasta asco. Siempre sonriendo, siempre contento... ¿Es el yerno perfecto?
–[Risas] Si doy esa imagen es que algo estoy haciendo mal. Se tiene que caer el mito ya. No lo hago todo bien. Solo soy dedicado a lo que hago. Le pongo ganas y sonrío. Soy hiperactivo, pero tengo mil defectos. Hago mucha terapia porque si no estaría regular tirando a mal. Con el documental de la Tata se ha elevado toda esa imagen a la máxima potencia. En realidad, soy un canalla.
–¿Qué tal va la Tata?
–Celebrando que estamos nominados en los Platinos a mejor documental. Ella se lo pidió a San Judas y ese no falla.
–Ahora vuelve al teatro de la mano, una vez más, de Vanessa Monfort (tercera colaboración), no hay dudas de que es su actor fetiche.
–Me hace ilusión ser el fetiche de alguien... Ella también es mi directora fetiche [risas]. Nos entendemos y nos gusta arriesgar; y todavía tenemos un monólogo pendiente...
–¿La vuelta a las tablas le ayuda a desconectar del ruido de la “tele” y el cine?
–Conecto con mi esencia. No estudias para hacer un personaje, como en los otros medios, sino para encontrarlo. No está pagado que se suba el telón y empiecen a pasar un montón de cosas que te llevan a otra, y a otra, y a otra... Eso es maravilloso, como sentir al público cerca.
–¿Sigue cantando?
–Pero en privado. Constantemente pienso que la música y el baile se acabaron, pero siempre vuelven: hace poco The Dancer, un numerito en los Goya y alguna propuesta más que se terminará concretando.
–¿Es una espina clavada?
–No, pero, sin quererlo, viene a mí y no termino de entenderlo.
–¿A ver si va a terminar con un musical del Zorro?
–¡Me encantaría!
- Dónde: Teatros del Canal (Sala Verde), Madrid. Cuándo: hasta el 24 de abril. Cuánto: desde 9 euros.