“Numancia”: La aspereza teatral de Cervantes ★★★☆☆
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Autor: Miguel de Cervantes. Directora y responsable de la dramaturgia: Ana Zamora. Intérpretes: José Luis Alcobendas, Alfonso Barreno, Javier Carramiñana, Javier Lara, Eduardo Mayo, Alejandro Saá, Irene Serrano e Isabel Zamora. Teatro de la Comedia, Madrid. Hasta el 30 de diciembre.
Cuando aún resuenan los ecos del merecidísimo éxito de su “Nise, la tragedia de Inés de Castro” –que volverá pronto al Teatro de La Abadía–, la directora Ana Zamora se ha embarcado en otra aventura tan difícil como suelen ser todas las suyas: en este caso, la puesta en escena de la desabrida tragedia de Cervantes “El cerco de Numancia”, en una coproducción de su compañía, Nao d’Amores, con la Compañía Nacional de Teatro Clásico.
La obra original, digámoslo claro, no es que sea precisamente una maravilla; pero bien está que una institución pública como la CNTC la quiera recuperar y montar: en primer lugar, por la información que nos proporciona acerca del estilo literario y de las preocupaciones intelectuales de Cervantes en su faceta de autor dramático; en segundo lugar, porque nos sumerge de lleno en la idiosincrasia del teatro renacentista, bien distinto de ese teatro barroco que muy poquito tiempo después se lo llevaría por delante.
La función, que se ha titulado simplemente “Numancia” en este montaje, cuenta los últimos días de esta ciudad celtíbera, sitiada por los romanos al mando del general Escipión, y el suicidio colectivo que llevan a cabo sus habitantes antes de tener que rendirse. Si la relación indisoluble entre los conceptos de libertad y dignidad es uno de los temas fundamentales en toda la literatura de Cervantes, no iba a ser esta tragedia una excepción. Lo que pasa es que el escritor alcalaíno enmarca esta vez su asunto favorito en una trama muy plana, de lento desarrollo y de escasa poesía. Ni siquiera es capaz de dar altura lírica a las figuras alegóricas que inserta, y que funcionan como personajes evolucionados del coro griego. Como consecuencia, esas figuras no hacen sino fracturar el ritmo de la acción, ya de por sí fatigado.
Pero, si detallo estos… digamos “defectos” del texto, es porque son exactamente los mismos que tiene la representación, pues Zamora –seguro que de forma absolutamente consciente– los ha mantenido y asumido en su propuesta, probablemente porque los considera indispensables para plasmar la verdadera esencia del teatro renacentista. De este modo, la función se inclina claramente hacia lo conceptual y simbólico, en detrimento del juego puramente dramático al que hoy estamos acostumbrados como espectadores. Pero, claro, ese simbolismo cervantino, como digo, es un poco tosco en su poesía, un poco áspero para conmover mínimamente. De hecho, hay más poesía en las metáforas que ha ideado la directora a la hora de componer sensorialmente algunas escenas –resueltas con un ingenio admirable en el lenguaje corporal– que en la propia literatura que las acompaña.
En definitiva, todo está hecho con la exquisita minuciosidad que es marca de la casa en los trabajos de Nao d’Amores, y está defendido en el escenario por un elenco de estupendos profesionales con un talento ya fuera de toda duda; sin embargo, el espectáculo aburre más de lo debido. Y aburre, sencillamente, porque es demasiado fiel al original en su propia naturaleza teatral.