Salman Rushdie, la voz que nadie enmudece
El escritor, que el pasado agosto sufrió un atentado islamista, publica novela aunque reconoce que todavía sufre «estrés postraumático»
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Esta es la historia de un autor que comenzó a ser perseguido por una serie de dementes que, de tanto leer, no libros de caballerías, sino las páginas de un Corán que interpretaban a su manera, «se les secó el celebro de manera que vinieron a perder el juicio»: los fanáticos islamistas. Cómo reaccionaría este escritor, Salman Rushdie, cuando, un año después de publicar «Los versos satánicos» (1988), el ayatolá Jomeini lo condenó a muerte por lo que consideraba un insulto al Corán. Un edicto religioso, o fatwa, que instaba a su ejecución, fue leído en Radio Teherán por el propio líder religioso de Irán, acusando al autor de «blasfemo» y de cometer apostasía al abandonar la fe islámica –en la novela Rushdie afirmaba no creer ya en el islam–, haciendo extensiva la amenaza «contra todos aquellos involucrados en su publicación y que son conscientes de su contenido».
El edicto tuvo consecuencias letales: el traductor del libro al japonés, Hitoshi Igarashi, fue apuñalado en 1991 por un agresor desconocido. Dos años más tarde, el editor noruego William Nygaard sufrió tres disparos por la espalda en Oslo, aunque pudo sobrevivir al atentado. Desde el edicto, Rushdie debió acostumbrarse a ir por el mundo protegido y custodiado, tras haberse puesto precio público a su cabeza: cinco millones de dólares. La respuesta a ello fue seguir escribiendo, incesante y valientemente, y también, respondiendo a todo ello con otra arma, igual o más contundente que la agresividad de los fanáticos que lo señalaron: el humor.
El último caso fue la magnífica novela «Quijote», en que ofrecía la obsesiva vida de un viajante de origen indio que se enamoraba de su Dulcinea particular, una presentadora de televisión, lo que era una crítica a cómo lo ordinario y vulgar. Con ello abordaba las hipocresías de la gente que, por propia voluntad, elige lo superfluo y frívolo, hablando a la vez del pueblo inglés, de Twitter, de la inmigración, de la comunidad india de Atlanta, de la industria farmacéutica y de la telebasura.
Su nueva obra, «Ciudad Victoria» (traducción de Luis Murillo Fort) podría volver a conectarse con sus orígenes literarios, dentro de una trayectoria que ha sido relacionada con el realismo mágico. Sin embargo, él siempre ha rechazado tal vinculación, pues a sus ojos el realismo mágico forma parte de una tradición que existe desde hace más de mil años, todo lo cual ha llamado «fabulismo», que arranca con «Las mil y una noches». Y en torno a ese concepto se desarrolla esta novela, de la que habló, en una conferencia en el noroeste del estado de Nueva York, justo el mismo día que un terrorista islamista de 24 años llamado Hadi Matar le asestó una decena de puñaladas que le hirieron de gravedad en el brazo y el hígado y le hicieron perder un ojo.
Hace escasos días se publicó en «The New Yorker» una larga entrevista con el autor, a cargo de David Remnick, en que se le veía retratado con gafas de sol, tapándose así el ojo del cual ha perdido la visión, y con una apreciable cicatriz que le atraviesa un lado de la cara. Mucho más delgado que antes, el narrador confesaba sentir «eso que se llama trastorno de estrés postraumático», y sufrir muchísimas dificultades a la hora de sentarse a escribir, como si su creatividad se hubiera acabado; dice que se pone a trabajar pero que le sale «una combinación de vacuidad y desechos, cosas que escribo y borro al día siguiente».
No en vano, las secuelas de la agresión, aparte de la lesión ocular y de un tic involuntario en un labio, le han provocado que tenga una mano paralizada y problemas para mover el brazo, lo que le dificulta sobremanera emplear el teclado del ordenador, además de hacerlo con lentitud. En esta entrevista, Rushdie habla de las pesadillas que ha ido padeciendo, y también que tuvo que apartar la tarea literaria a la que estaba consagrado, y que suena de lo más interesante: una novela cuyo protagonista está basado en las personalidades tanto de Franz Kafka como de Thomas Mann. En todo caso, lo que ya está listo ahora es «Ciudad Victoria», que tiene un inicio en verdad llamativo: «El último día de su vida, cuando tenía doscientos cuarenta y siete años de edad, la milagrera, profetisa y poetisa ciega Pampa Kampana puso fin a su inmenso poema narrativo sobre Bisnaga y lo metió en una cazuela de barro sellada con cera en el corazón del Recinto Real ahora en ruinas, como mensaje para el futuro».
Lo que ocurrirá a continuación será una suerte de epopeya, fechada en el siglo XIV, en un tiempo que ha visto enfrentarse militarmente a dos reinos en el sur de la India. En torno a ello, surge una chiquilla de nueve años que ve morir a su madre de forma espantosa, en un suicidio colectivo de mujeres en una hoguera, y es cuando la protagonista recibe una serie de dones divinos, entre ellos la facultad para que funde –por medio de una bolsa de semillas mágicas– una ciudad llamada Bisnaga, que significaría «ciudad de la victoria».
Así, Pampa Kampana vendría a ser la vigilante del lugar, con un marcado toque femenino, además, al estar comprometida a atender a las mujeres para que tengan las mismas oportunidades que los hombres. Al igual que él/la Orlando de Virginia Woolf, el personaje de Rushdie también ve el paso de las centurias, con los cambios previsibles en las áreas del gobierno o de la guerra. Inevitablemente, ello lleva al escritor a presentar la condición humana desde su soberbia y sed de poder. Se recrea así un territorio que aspira a vivir en tolerancia y en paz, donde todas las religiones son aceptadas, pero no tardará en aparecer el fundamentalismo de los que quieren imponer sus ideas por encima de las de los demás, aunque sea a costa de defender ciertos ideales recurriendo a iniciativas bélicas.
Pero, sin duda lo más interesante es el factor literario, técnico. Y es que, como ya es habitual en él, Rushdie juega con lo metaliterario y su propia identidad presente de modo indirecto en el texto, como el descubridor de una obra compuesta por veinticuatro mil versos encontrados en el interior de una urna. Ese texto es la vía para conocer «los secretos del imperio que ella había hurtado a la historia durante más de ciento sesenta mil días. Nosotros conocíamos únicamente las ruinas de ese imperio, y el recuerdo de su historia estaba también en ruinas debido al paso del tiempo, a las imperfecciones de la memoria y a las falsedades de quienes vinieron después». Es con la lectura del libro de Pampa Kampana cuando lo pretérito cobra cuerpo y se recupera el imperio Bisnaga, renaciendo «con sus mujeres guerreras, sus montañas de oro, su generosidad de espíritu y sus momentos de vileza, sus puntos débiles y sus puntos fuertes». De tal modo que «Ciudad Victoria» sería la explicación, más sencilla, en prosa, de esa pieza épica antigua, presentada como el relato de un cuentacuentos, con todo tipo de historias legendarias, en la mejor tradición de la literatura oral.