Rebeca Argudo: "Las libertades se defienden en las zonas oscuras, no en la comodidad"
La columnista, escritora y colaboradora de LA RAZÓN se lanza a la novela con «Todos los hombres tristes llevan abrigos largos»
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Rebeca Argudo ha empezado a escribir novelas ( la suya se titula «Todos los hombres tristes llevan abrigos largos») y eso significa que ya no dejará de hacerlo, no porque necesite vitalmente contar una historia sino porque su destino es escribir y meterse en líos. Se ha ganado a pulso, y a base de andar por la calle leyendo y recalar en los bares, un puesto entre las mejores columnistas del momento. También analiza, en el espacio Contracultura de este periódico, los sinsentidos de algunas «batallas culturales» aunque a ella no le guste el sintagma. Argudo reinventa el humor en tiempos de mala leche.
-¿Qué la impulsó a escribir este libro? ?¿Escribir no es un incordio?
El impulso fue la propuesta de la editorial. Si no, no habría escrito nada. Y yo sé que es poco místico y, a lo mejor, incluso impopular. Pero es así: yo siempre escribo por encargo. Y sí, es un incordio, porque para bajar las musas al teatro hay que ponerse a ello. Escribir es un trabajo. Y todo trabajo implica esfuerzo, tiempo y paciencia. No es como ir a tomar cañas con los amigos, que te sale solo. Y yo siempre encuentro motivos para no hacerlo (trabajar, no ir de cañas). Pero, dentro de que sea un trabajo, se me ocurren pocos mejores, más libres y más divertidos.
"Escribir es un trabajo. Y todo trabajo implica esfuerzo, tiempo y paciencia. No es como ir a tomar cañas con los amigos, que te sale solo"Rebeca Argudo
-Han comparado al personaje de su novela con una Bridget Jones, pero Bridget Jones es un poco moñas y su personaje no lo es.
Sí, lo dijo María José Solano, magnífica escritora y cofundadora de Zenda, y buena amiga mía. Una de las primeras personas en leerse el libro, cosa que le agradezco muchísimo. Pero creo que se refería más a un tono general, un ambiente, que al personaje en sí, que no tiene nada que ver. Me daba pánico que la protagonista pareciese cursi (o moñas) porque yo no me la imaginaba así. Pero tampoco quería decirle al lector explícitamente que no es una cursi, porque si se lo parece está en su derecho. Yo no quiero tomar por tonto al lector, quiero que saque sus propias conclusiones. Me ponen muy negra esas novelas en las que un narrador omnisciente te dice sobre el protagonista «era irresistible e inteligente». Oye, déjame que eso lo piense yo viendo cómo actúa o lo que dice, no me predispongas ni me guíes.
-¿Escribe para la quieran?
Si lo hiciese por eso lo estaría haciendo fatal, desde luego. No. Yo escribo por dinero porque es mi trabajo. Luego es verdad que me encanta y que doy gracias todos los días por dedicarme a algo que me divierte y me entusiasma, y que me paguen por ello. Y, encima, no se me da mal del todo. Pero es un trabajo, insisto, y yo quiero que me paguen por hacerlo. Y siempre me parece que me deberían pagar más.
-¿Qué le gustaría más, que su libro fuera un éxito de ventas o que la cancelaran?
Casi prefiero lo segundo, que como publicidad hoy en día es impagable. Pero no creo que lo hagan porque el libro, aunque tiene su mala leche, no apunta y dispara a nadie. Me conformo con que alguna persona se ofenda porque cree reconocerse en sus páginas. Aunque ya te adelanto que estará equivocado porque ningún personaje tiene su homólogo en la vida real. Yo tengo muy mala memoria como para vengarme y soy demasiado pudorosa como para homenajear.
-Hay un personaje en su novela al que llama «el escritor» que no sale muy bien parado, ¿hay mucho falso prestigio en la literatura española actual?
Ese es un personaje ficticio tras el que no se encuentra un nombre concreto pero sí un prototipo de personaje real al que es fácil encontrar y detectar. Sería una mezcla de muchos de ellos hiperbolizado en uno solo. Más que falso prestigio, que no soy yo nadie para poner y quitar medallas, creo que hay autores que se toman demasiado en serio a sí mismos y a su obra. Como si siempre tuviesen un gran mensaje que trasladar a la humanidad y una forma especial de hacerlo. Casi como si se vieran a sí mismos a través de los ojos de un futuro club de fans enfervorizado y actuaran como creen que aquellos esperarían que lo hiciesen. O como si estuviesen a tres párrafos de ser descubiertos por crítica y público y de pasar a la posteridad. Debe ser agotador. Con lo divertido y cómodo que es vivir en un discreto fracaso.
-¿Duerme mejor por ser políticamente incorrecta? Sus rifirrafes en las redes son antológicos.
Yo duermo y como siempre bien. Ni los disgustos ni las alegrías me quitan una cosa o la otra. Creo que no soy políticamente incorrecta, o al menos no lo soy de manera premeditada. Pero sí tengo la asquerosa costumbre de dar mi opinión, la mía propia, porque es mi trabajo. Apoyándome en argumentos, que pueden ser equivocados, y en datos. En un proceso de documentación y reflexión, sin importarme a quién llevo la contraria. Eso hace que te odien los que disienten y también los que han coincidido varias veces y, de pronto, no lo hacen. Se sienten traicionados. Pero es que yo no me debo a ellos, a ese grupo inexistente de gente que comparte un pack mental. Yo me debo a mis propias opiniones y a mi oficio, que es manifestarla y explicarla. Y esas siempre están en continua revisión y listas para ser cambiadas si me convencen con buenos argumentos y mejores datos. En cuanto a los rifirrafes, diré en mi descargo que nunca los empiezo. Es decir, yo no busco la polémica o el enfrentamiento, pero si llega a mí no soy de las que se aparta. Lo recibo a porta gayola, ancha es Castilla y hasta donde haga falta.
-¿Los libros le cambian la vida a uno o eso era cuando el que le pregunta era joven?
Los libros solo cambian vidas, y no siempre, cuando se leen en la niñez o en la adolescencia. En la edad adulta solo acompañan.
-La novela es tremendamente divertida, delirante, y a la vez, conserva un poso triste. ¿La vida es eso? ¿La vida es un ascazo?
La vida es eso exactamente: un ascazo maravilloso. Y esa dicotomía, ese andar siempre con un pie en la melancolía y otro en la ilusión, de la alegría a la tristeza, del amor al desamor, continuamente, de la esperanza al desencanto, me parece fascinante. Porque yo odio los cambios y la vida es un cambio continuo y no me acostumbro, y lo odio. Pero adoro estar viva. Y encima se acaba con ese gran cambio final, como una gran broma, de pasar de vivo a muerto, sin solución de continuidad. Vivir no nos da tregua.
-¿Le gusta más recrearse en la literatura o escribir una columna, que es una ráfaga?
Gustarme, me gusta más la columna. Es más divertido de escribir porque me permite jugar con las palabras, trastear en mis convicciones, ponerlas a prueba, aprovechar la actualidad para hablar de otra cosa, y al revés. Es un artefacto maravilloso: breve, como un nutritiva píldora, que se despliega conforme avanza, rápida y certera, y que lo contiene todo: análisis, información, opinión, estilo… Yo tengo mis columnistas de cabecera pero no tengo mis escritores de cabecera. Tengo libros de cabecera, pero no columnas de cabecera.
"Hay cantantes de las que sé que les hicieron bullying de pequeñas pero que no soy capaz de tararear ni una sola canción suya, actores de los que conozco su opinión sobre Palestina o la gestación subrogada pero no sé en qué películas salen"Rebeca Argudo
-¿Qué tiene que tener un columnista para que cuente con su respeto?
Primero, estilo propio. Doy por sentado que un columnista está alfabetizado y que todos escriben bien, porque es su trabajo, así que tiene que ir más allá y tener ese no se sabe bien qué es que hace que sepa que su columna es suya aun sin ver su firma. Tiene que hablarme de actualidad, de una manera u otra, porque para eso abro un periódico y no un libro. Incluso aunque la utilice de McGuffin para hablarme de otros temas. O al revés, que utilice otros temas para hablarme de actualidad. Pero que tenga actualidad. Y que no me dé lecciones. Que me dé su opinión, claro, que para eso le busco. Pero sin encaramarse a la atalaya del que lo ve todo displicente por encima del bien y del mal. Oiga, hábleme desde aquí, pie en tierra, y mirándome a los ojitos. Que no está usted salvando vidas, está contándomelas.
-El llamado «mundo de la cultura» también se ha polarizado, están los ofendiditos y los que, según ellos, no paran de ofender. Y mientras tanto, ¿quién crea?
El mundo de la cultura se ha polarizado porque ahora es eso lo que les da visibilidad y estatus moral. Hay cantantes de las que sé que les hicieron bullying de pequeñas pero que no soy capaz de tararear ni una sola canción suya, actores de los que conozco su opinión sobre Palestina, sobre la gestación subrogada, la Ley Trans y los alimentos transgénicos, pero no sé en qué películas salen. Escritores de los que no he leído nada más que manifiestos. Para qué vas a perder tiempo en crear nada si puedes estar en eso que se llamaba antes Twitter recibiendo quinientas mil palmaditas en la espalda antes de que esté listo el café.
-¿Las batallas culturales están para perderlas?
Todas las batallas están para perderlas. Ganar es una vulgaridad y además debe ser aburridísimo. Supongo, porque yo nunca he ganado nada. En las batallas culturales, que es un sintagma horrible que deberíamos cambiar ya por otro pero no se me ocurre cual, yo creo que ambos bandos tienen la sensación de ser la resistencia. De ser los buenos y estar perdiendo. Yo tengo claro cuál es mi lado, y creo que estamos perdiendo, pero también creo que tenemos que resistir. Pero cuando hablo con alguien que está en el otro lado, no tienen la sensación de estar ganando. Creen que están asediados y amenazados, que ganamos nosotros. Y me parece bien y lógico, porque uno no pelea por algo en lo que no cree por algo de lo que no está convencido, ni discute con alguien que piensa que está en lo cierto, ni sigue luchando si ha vencido. Uno se enfrenta a los equivocados. Y cabe la posibilidad siempre de que el equivocado seas tú. Por eso a mí los que me parecen peligrosos son los que se suben a su ego y, con la bandera de la moderación y la equidistancia, dicen que eso de discutir y debatir y batallar es una tontería y que las batallas culturales puaj y que la polarización y que el enfrentamiento, y que todo meh. ¿Y qué quieres? ¿Consenso? El consenso y el pensamiento único solo se han dado en momentos muy oscuros de la historia. La democracia es pluralidad. Y la pluralidad es diferencia de pensamiento. A lo que hay que aspirar no es al consenso sino al respeto.
-¿Si las grandes corporaciones, antaño conservadoras, como Disney, se ponen al frente de la ideología “woke”, ¿qué nos queda? ¿seremos capaces de matar a la madre de Bambi?
A la madre de Bambi hay que matarla como hay que matar al padre de Simba. Porque es ahí donde hay que batallar, en lo que incomoda y en lo ofende. Las libertades se defienden en las zonas oscuras, no en la comodidad. A nadie le molesta que se diga que no se empuja ancianas bajo las ruedas de un autobús, todos estamos de acuerdo en que está feo. Por eso no se defiende al que lo dice, hay que defender al que se caga en Alá o en Dios. Al que dice que un transexual no es una mujer, al que dice que ser de derechas es ser nazi, al que dice que Cataluña no es España. Y al que dice lo contrario: al que dice que un transexual es una mujer, al que llama nazi al que no piensa como él, al que cree que Cataluña debería ser libre. Ahí es donde hay que defender la libertad de expresión. Ahí está el verdadero ejercicio de tolerancia. Otra cosa es dar el siguiente paso y llegar a la acción, ahí ya estamos hablando de otra cosa. Pero esta ideología «woke» defiende lo contrario, que no hay que decir nada que pueda molestar a alguien. Y eso, que ya es suficientemente malo, se vuelve perverso cuando además es en una única dirección, cuando a los que no hay que molestar es a unos y a los otros sí, se puede y se debe. Porque jamás defienden que no se pueda molestar a conservadores, a católicos, a los de derechas, a los que no piensan como ellos. Para ellos el mundo se divide en buenos (ellos) y malos (todos los demás) y lo que les está permitido a los primeros no se lo está a los segundos.
-Dígame, usted está en contra de todo movimiento identitario, pero ¿su novela la hubiera escrito un hombre?
No la hubiese escrito ni un hombre ni una mujer, porque si la hubiese escrito otra persona ya sería otra novela porque hablaría de las obsesiones de otro, con el estilo de otro y desde otro punto de vista.
-Y, por último: ¿me puede decir quién es usted?
Soy alguien que escribe por ahí.