Paco Cerdà: «Franco manipuló la imagen de José Antonio para cimentar la dictadura»
Describe el traslado de Primo de Rivera desde Alicante al monasterio del Escorial en «Presentes», donde cuenta cómo se construyó su mito y qué propósito había detrás
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Lo llamaban el Fundador, el Ausente, el Maestro, el Genio creador, el Glorioso mártir, el César eterno. También, la Muerte que vive, el Novio de España, el Nunca muerto o el Primero de los caídos. Y, para dejar la lengua desprovista de epítetos y desnuda de ditirambos, otros se referían a él como el Profeta de Dios, el Apóstol de la verdad, el Príncipe de la juventud, el Vencedor de la muerte, el Héroe del imperio soñado, el Inmortal caído, la Figura de la raza. Su verdadero nombre era José Antonio Primo de Rivera y Sáenz de Heredia. O, lo que es lo mismo, José Antonio. Fue fusilado en la prisión de Alicante el 20 de noviembre de 1936 y su cadáver era, primero, arrojado a la fosa número 5, fila 9, cuartel 12, del cementerio, y, apenas dos inviernos después, rescatado de ese hueco y alojado en el nicho 515.
Tres años después de su ejecución, sus restos fueron desenterrados y trasladados de nuevo, esta vez a hombros de falangistas, en un ataúd recubierto con una bandera de España y otra de Falange, durante once días y diez noches, hasta el Monasterio de El Escorial, el panteón de los monarcas españoles, y donde reposan la mayor parte de los reyes desde el emperadorCarlos I.
Este cortejo fúnebre, acompañado a su paso por jaculatorias, exclamaciones fervorosas, antorchas y hogueras encendidas, se convirtió en una de las mayores manifestaciones patrióticas de la época, y ahora el escritor Paco Cerdà lo describe con minuciosidad en su libro «Presentes» (Alfaguara). «Es la mayor exaltación personal que se ha dedicado a alguien en la Europa del siglo XX. A nadie le han llevado a pie a lo largo de 467 kilómetros. Los once días son los que cimentan simbólicamente la dictadura. José Antonio es un mito fundamental para el franquismo».
«Se quiso vaciar la figura de Primo de Rivera; cuanto más diluida, mejor se podría reescribir»Paco Cerdà
El autor, además, añade un detalle que no es para nada baladí y sí muy relevante: «Es un gran artificio escénico el que se va a plasmar. La caravana no va por Sevilla, sino que discurre por las tierras leales a la República, donde, hasta hace muy poco, estaban luchando brigadistas y había resistencia republicana. Fue toda una obra de teatro».
Paco Cerdà, un escritor ya imprescindible en las letras españolas con una prosa de fuerte impronta estilística y representante de la renovación de la no ficción, ha trabado una obra de relevante personalidad que hasta ahora deambula por las merindades de la Segunda República y la Dictadura. Una apuesta, por la literatura de corte realista, que arrancó con «El peón» (Pepitas de calabaza), donde daba cuenta de la formidable vida de Arturo Pomar, Arturito, el ajedrecista prodigio del franquismo, y «14 de abril», II Premio de No Ficción de Libros del Asteroide, un fresco indiscutible de ese momento clave del siglo XX español.
«Fue también una víctima de la guerra, aunque hay otras que conmueven más», añade el autorPaco Cerdà
Cerdà, que advierte de antemano que no es un historiador y que se define como un «cazador de historias», viene en esta ocasión con un capítulo clave de la Dictadura, pero relegado desde hace tiempo y sobre el que pocos hablan. Y lo hace con un propósito concreto, no por capricho: «A mí lo que me interesaba narrar era cómo se construye un mito, un mártir. En ese momento impera la cultura de la muerte. Un cadáver es un símbolo. La pregunta es ¿por qué son tan importantes los mártires para estos regímenes? Porque legitiman un esfuerzo, un derroche, un precio y un sacrificio, en este caso, del bando nacional, que ha pagado por dos elementos precisos: la cruz y la patria. Esta es la idea que vertebrará el primer franquismo, aunque José Antonio no represente eso. Pero da igual. A Franco sí le importaba».
El relato, apuntalado con monografías y trabajo de hemeroteca, es una disección de ese instante. Cerdà explica que en ese tiempo «se está creando un nuevo Estado, una nueva España, pero también en el apartado de lo simbólico. Estamos en la Segunda Guerra Mundial. Hay que pensarlo. Alemania ha invadido Polonia hace unos meses y todo este cortejo no se entiende sin tener presente que transcurre mientras Hitler y Mussolini están en el poder. Por eso imita la plástica del fascismo, que es la que impera en esos años».
Un eje del libro, y lo que deja traslucir su lectura, es cómo Franco se aprovecha de la imagen del líder de Falange para asentar el poder de su dictadura. «Es así. Totalmente. Franco manipuló la imagen de José Antonio. Para levantar un Estado no solo hay reconstruir los edificios destruidos y los puentes hundidos. También hay que disputar varias batallas de la conciencia. Franco no solamente quiere rehacer España desde el plano de lo físico, sino desde lo simbólico también. La memoria histórica no es algo solo de hoy. Ahí es donde el Movimiento deglute a Falange, un partido de un ideario contradictorio, con su antipolítica, su anticapitalismo, y que no creía en la democracia. Todo un cóctel, desde un punto de vista intelectual, interesante para estudiar. Franco apoya el nacionalcatolicismo y el nacional militarismo, no el nacionalsindicalismo de Falange. A pesar de eso, no la deja fuera. Es una organización bien encuadrada que ha jugado un papel en la contienda».
El resultado fue «un gran cortejo de épica fascista», pero, a la vez, un robo, una apropiación, la de José Antonio y su imagen, cuya memoria queda «distorsionada, reapropiada e institucionalizada». Y añade algo más: «A José Antonio le ha perjudicado estar durante cuarenta años al lado de Franco en las escuelas, cuando se ponían juntos los retratos de los dos. Existen diferencias. Uno fue fusilado en una cárcel, aunque defendiera la violencia y azuzara el fuego de la confrontación, y el otro inició la Guerra Civil española. Pero, y esto es innegable, José Antonio fue una víctima porque fue fusilado, aunque existan otras víctimas que nos conmuevan más, y aquí no jerarquizo víctimas. Estoy muy lejos de eso. Aunque se me entiende». Paco Cerdà describe en el libro la falta de sintonía que existía entre Franco y José Antonio y, también, la diferencias que hubo entre ambos, a la vez que marca las contradicciones que convivían en el segundo. Para conocerlas se ha llegado a leer todas las páginas que dejó escritas. «José Antonio intenta que se pare la Guerra civil Lo hace desde la cárcel. Hace ese llamamiento y propone un gobierno de concentración nacional y que haya un socialista en el gobierno. Su figura es compleja por esa contaminación del franquismo, ese proceso de construcción de mito vaciado, despojado de ideas. Se jugó con una imagen ahistórica, atemporal. Se quiso borrar al hombre, cuanto más se diluyera el hombre, más posible sería su reescritura. Lo asociamos a Franco. Si José Antonio levantara la cabeza...».
Cerdà ofrece una fotografía inmensa de esa procesión, donde las personas eran puro atrezo. José Antonio está en el centro de la imagen. Pero el escritor se ha preocupado de sacar en la instantánea lo que no está enfocado, que es el silencio de los olvidados: las voces de las víctimas que vivieron la contienda del 36 y sus consecuencias. Azules o rojas, no le importa, porque huye de maniqueísmos. Y esta otra vertiente es quizá una de las aristas más logradas y más interesantes, porque hay de todo: soldados desfigurados, maestros depurados, represaliados, escritores conservadores desencantados... los que están «presentes», aunque nadie los atienda. Un lúcido retrato de esa España. «Encontré el pulso del país en la publicidad de los diarios, que contrastaban con la prosa ampulosa de las noticias. Te das cuenta entonces de que este era un país de zurcidos a domicilio, pero, en cambio, se estaba relantado todo lo contrario. Había cartillas de racionamiento, pero el país tenía que parecer una nación de imperios, aunque hubiera miseria».