Justin Bieber, el renacer del prodigio marchito
Hace 15 años el artista lanzaba «My world 2.0», álbum con el que arrancaba una carrera repleta de amor, odio, autodestrucción y búsqueda de luz al final del túnel


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Bastaba con una voz dulce e inocente para desatar a las masas. Era 2010, el arranque de una década que se prometía agitada. Las redes sociales ya se estaban consolidando, por lo que las ventanas hacia lo que ocurría en el mundo se hacían cada vez más grandes. Todo se vivía con mayor intensidad. Eran años de estímulos, de sorpresas y emociones a flor de piel. Y en esa expresiva amalgama emergía una tierna voz acompañada de una cara bella e infantil, un flequillo abundante y castaño y un talento autodidacta irresistible. Era la chispa necesaria para materializar esa incipiente globalización social y musical, y se llamaba Justin Bieber. Tenía 13 años, unas prometedoras capacidades vocales y una sonrisa brillante: los ojos de Scooter Braun debieron de ponerse como signos del dólar al conocerle. El ejecutivo de la industria musical, que también ha trabajado con jóvenes estrellas como Ariadna Grande o Demi Lovato, descubrió por casualidad un vídeo de Bieber en YouTube, y poco después se convirtió en su mánager. Un arranque de cine para una carrera llena de alegrías, tragedias, locura, salud y enfermedad.
La de Bieber es una de las historias más injustas y a la vez apasionantes de la música pop reciente. Como un espectáculo de fuegos artificiales, comenzó impresionando y cautivando a un público deseoso de exprimir hasta el hastío las nuevas posibilidades de las redes sociales. Pero, con el tiempo, no fue quedando más que el eco de la explosión, el humo y el olor a quemado. Sin precipitarnos: el primer estallido vino de la mano de «My world 2.0», disco que este domingo cumple 15 años desde su lanzamiento al mercado. Fue el primer álbum de estudio de Bieber, segunda parte de su EP debut, «My world», que vio la luz tres meses antes. Un disco que rompió récords, que superó expectativas, y que colocó a Bieber como uno de los primeros fenómenos internautas –y, por tanto, atrayentes de locura–, que se recuerdan.
Con aquel disco también llegó la canción que más ampollas y pasiones levantó: «Baby». Interpretada junto al rapero Ludacris, su pegadizo estribillo y su cautivador ritmo hicieron de este tema un himno para las fans más enamoradizas (en femenino, porque eran sobre todo chicas). Pero también se convirtió en el primer caldo de cultivo del «hate» que en aquellos años ya comenzaba a ser una realidad en las redes sociales. Con «My world 2.0» Bieber apuntaba maneras a convertirse en un joven rey del pop. Pero no terminó de colocarse la corona, pues recibió tanto amor como odio por parte de esos cobardes comentaristas que lanzaban dinamita por la boca protegidos por el anonimato de las redes. En contraste y de repente, las revistas se llenaban de pósters del irresistible Justin, canciones como «Somebody to love» sonaban por todas partes, y comenzaron a fraguarse las primeras «beliebers», un fenómeno fan que nada tiene que envidiar a las actuales «swifties».
Los primeros bailes
El artista arrancó su trayectoria pisando fuerte. El álbum, con también éxitos como «U Smile» o «That should be me», se convirtió en el número uno de «Billboard 200», siendo el artista más joven en debutar así en la lista desde Stevie Wonder, que lo consiguió a sus trece años en 1963. Vendió más de 283.000 copias en su primera semana, y en la segunda aún más, algo que tan solo habían logrado anteriormente los Beatles con «1». Fue nominado a los Premios Grammy a Mejor Álbum Pop Vocal, y tal era su repercusión que su segundo álbum respondía a una inquietud que suelen resolver los artistas ya consolidados: lanzó un disco navideño. Después de «Under the mistletoe» (2011), el gran Justin publicó «Believe» (2012), quizá de sus álbumes de mayor éxito junto al primero, y en el que se incluyeron canciones como «As long as you love me» o «Beauty and a beat».
En apenas dos años, la inocente voz de Justin Bieber tornó en una ya adulta, que había madurado a la fuerza y que resonaba a través de un poderoso estilo musical. De ese flequillo peinado con cuidado y que entonaba pop con trazas de R&B y hip hop –influenciado por Usher, su mentor entonces–, pasó a un corte digno de los principios de Elvis, y una tendencia musical más comercial. Y si con «Somebody to love» dio unos primeros y tímidos pasos de baile, con la llegada del álbum «Purpose» (2015) y la exitosa «Sorry» terminó de perfeccionarlos. Todo apuntaba a que Bieber trató, con este disco y esta canción en particular, decir a gritos que lo suyo eran mucho más que «Trending Topics» en Twitter y una cara bonita. Para su grabación, contó con colaboraciones de nombres como Travis Scott o Skrillex, y confeccionó canciones con los que trató de animarse tanto a su público como a sí mismo tras un difícil periodo de intenso escrutinio público.

En 2021 Bieber firmó su último álbum de estudio, «Justice», y hasta hoy apenas ha lanzado nuevos proyectos. Si bien ha avanzado en su vida personal, a raíz de su matrimonio con Hailey Bieber y su reciente paternidad, hay rumores de que se encuentra en pleno proceso creativo. Pero, desafotunadamente, el niño prodigio que cautivó hasta sacar la pasión de las personas en sus formas más extremas ahora se analiza como tan solo un juguete roto. Un objeto gastado por los roces y el paso del tiempo, pero también por los excesos, las drogas y los estragos de la prematura fama. Desde muy joven consumió sustancias que le sumieron en una espiral de autodestrucción, salpicada por el vandalismo, las adicciones y los malos comportamientos, y de la que ha logrado escapar poco a poco. «Me ha llevado años recuperarme de todas estas terribles decisiones, arreglar relaciones rotas y cambiar los hábitos de relación», escribió en 2019, destacando desde entonces su avance hacia la serenidad y su abierta capacidad de sincerarse sobre su salud mental.
Sus últimas confesiones las realizó el pasado mes de febrero, las cuales parecen augurar una nueva etapa para Bieber. Tras 15 años desde aquel disco que, de la mano de internet y unas armonías dignas de la Motown, cambió la forma de interpretar la música, el todavía joven artista está a punto de renacer. En un comunicado, confesaba el mes pasado su eterno síndrome del impostor pues, escribía, «siempre me he considerado indigno, como un fraude». Pero es consciente de que el dolor ha terminado. Que es hora de reparar las piezas sueltas de un artista que, pese al machaque propio y externo, ya se encuentra, según fuentes cercanas han informado a medios estadounidenses, trabajando en nueva música. La locura ya no podrá con Bieber. Parece estar situándose, al fin, por encima del odio. Hemos perdido su inocencia, pero quizá no lo que realmente debe brillar: su prodigioso talento.
La música, una fábrica de juguetes rotos
Convertirse en estrellas tan jóvenes es una bomba de relojería. Es un ataque a la salud mental, y por ello existe un comportamiento que se repite en artistas que han vivido experiencias similares a Justin Bieber. Entre «boy bands» y chicas Disney, destacan de la generación del cantante nombres como Demi Lovato, Liam Payne o Miley Cyrus. No obstante, esta última es ejemplo de cómo algunos consiguen volver a florecer.