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Rosendo: el gran antihéroe del rock español

Un libro de conversaciones con el rockero madrileño se adentra en la enigmática personalidad del músico, siempre coherente y con la humildad por bandera
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Quizá el hecho más paradigmático de la carrera de Rosendo Mercado sea su punto final, tras 45 años de oficio, en 2018. El rockero madrileño anunció una gira de despedida sin falsas espantadas tras una esforzada vida laboral que hizo coincidir con la edad de jubilación de los trabajadores españoles, con sesenta y tantos (64 en su caso) para retirarse a vivir a un pueblo de Burgos a sus menesteres. Al contrario del arquetipo de artista que no sabe vivir sin los focos y nunca encuentra el momento de retirarse, Rosendo siempre ha huido de la atención pública y ha hecho de la humildad y la elegancia de barrio sus señas de identidad. Hasta el último día. Y eso a pesar de ser un mito para el rock español y una referencia para varias generaciones que, si no se han inspirado, han copiado directamente su estilo. Un libro de conversaciones con los periodistas Kike Babas y Kike Turrón («Rosendo. Quiero que sueñes conmigo», Bao Bilbao) repasa su carrera, se adentra en el significado de algunas de sus jeroglíficas canciones y se acerca a su enigmática personalidad. Para que el volumen apareciera, solo había una condición: «Que no le molestásemos absolutamente para nada. Que él está retirado y jubilado y que desbroza el jardín cuando crece la hierba. Ni de coña nos planteamos juntarnos con él. Y, de presentaciones, es que ni hablar...», ríe uno de sus autores ante la inquebrantable coherencia de la gran antiestrella de rock español. Quisieron ponerle una estatua, y el dijo, “no, gracias”.
Es cierto que en el arte de estos tiempos todo viene de algo anterior, nada surge de la nada. Pero no es menos cierto que algunos se sientan a cenar con la mesa puesta. Cuando Rosendo empezó a hacer rock en España, primero con Ñu y después con Leño, tuvo que traer la mesa de su casa. «Aquí no había rocanrol. Estuvieron Los Brincos, pero esa gente hacía versiones del anglosajón. Estaban Burning, que venían también de eso, de lo de fuera. Nosotros, no. Empezamos con otros preceptos, con la idea de reivindicar el rock propio. Nosotros no podíamos decir en una canción ‘’baby’' o ‘’nena’', porque no era nuestra forma de hablar. Queríamos hablar como cualquiera de nuestro barrio», rememora el artista de Carabanchel sobre sus orígenes. La experiencia fallida con Ñu movió a Rosendo a fundar Leño haciendo del término despectivo que le daban a sus canciones en su antigua banda el nombre para la nueva. También «porque me gustaba lo de la eñe y la gracia de lo de madri-leño. Eran elementos que me gustaban», y que hablaban de su idea: una música influida por Black Sabbath, como nadie la hacía en España, pero en castellano y arraigada en la realidad de su país. De ese proyecto, exitoso pero también de amargo final, quedan canciones memorables, como «La noche de que te hablé», «Corre, corre», «Este Madrid», «El tren», «Sorprendente», «¡Qué desilusión!» o, especialmente, «Maneras de vivir», himno ya universal de nuestra tradición.
Líderes de los «pirateados»
Con Leño se da la situación que persiguió a Rosendo toda su carrera: tocar mucho pero vender pocos discos, algo que incluso llegaron a denunciar en una canción, «No se vende el rock & roll», aunque, justo en el final de su historia como grupo, logran un disco de oro que jamás les entregan. Tanto fue así que Rosendo vivía al día hasta casi el final de Leño y se vio obligado a mantener su trabajo de toda la vida en un taller de botas de vino, un trabajo manual poco recomendado para guitarristas.
Divididos internamente y a malas con su compañía de discos, la banda se disuelve sin tener el control siquiera de su propio nombre: Zafiro lo registró y lanzó productos sin su permiso. Y es que con sus sucesivos proyectos, la discografía de Rosendo lidera la clasificación de la música más «pirateada» de nuestro país (quizá, junto a Los Chichos) en los tiempos de la doble pletina e incluso del CD. También se da otra circunstancia que señala Kike Turrón, y es que, en los años 90, Rosendo atravesó un proceso de cierta frustración. «Todos le reconocen como una referencia, como una leyenda. Sin embargo, el dice que ve ‘’que no pasa nada’'. No solo eso, es que incluso algunos grupos que beben de él de forma muy clara, como Extremoduro, Platero y Tú o Marea, están llenando pabellones muy grandes y él se tiene que ubicar en recintos más pequeños. Es casi una década en la que no puede permitirse el lujo de parar un año –como sí pueden hacer esas otras bandas– y tiene que sacar discos y girar constantemente. Eso dice mucho de su carácter y de su forma de entender el rock como un oficio. Para mí, lo ha dignificado como profesión», dice Kike Babas, que empezó a tratar al rockero hace 20 años. La carrera en solitario de Rosendo, un diez en coherencia, arrancó con el legendario «Loco por incordiar» (1985), aunque entró en cierta atonía en términos comerciales. «Pero su historial está limpio, sin mácula. No se le puede achacar un patinazo, a una concesión. Nunca se plegó a nada. Podría haber manifestado alguna inclinación política que le diera más galas, pero no. A lo único que se ha abrazado es a su Telecaster y la gente lo percibe».
Algo que no se le ha reconocido es su talento como guitarrista. «Tanto en Leño como en solitario, siempre ha funcionado en trío y para eso necesitas una mano firme con la guitarra. No es un virtuoso. Sus referencias son Rory Gallagher y Eric Clapton. Al segundo se le conocía por ‘’mano lenta’', o sea, que no era alguien capaz de hacer diez arpegios en un segundo. Y Gallagher tampoco: sabía transmitir el diablo con la guitarra. Lo que él quería era transmitir», señala Kike Turrón. Su tocayo lo expresa destacando la personalidad del carabanchelero: «Para ser un gran guitarrista no hay que tener ocho millones de dedos haciendo cosas, sino decirlas. Pero él siempre ha comentado que toca la guitarra lo que puede y que, con la voz, se defiende. Nunca ha sacado pecho, siempre con la humildad por delante».
Como compositor, la obra de Rosendo, a veces un tanto jeroglífica y siempre enigmática, recibe buena respuesta en el libro, donde el propio autor habla del significado de canciones que a él le resultan «evidentes». «Bueno, pero no lo son para nada. Son temas muy abiertos a la interpretación que parten de la escritura poética o toman dichos populares y los saca de quicio y, al final de su carrera, incluso se permite meter arcaísmos. Esa forma de escribir se ha convertido en otra de sus marcas personales», dice Kike Babas. «Si el rock & roll no es un arte, ¡qué desilusión!», cantaba en Leño. Pero claro que lo es. Un arte y un oficio. Y, en ese sentido, el escritor añade: «No creo que Rosendo haya dejado nunca de tener la conciencia de ser un obrero. Tuvo que combinar su dedicación al rock con un trabajo manual. La conciencia de proletario no la pierde nunca. Por eso se jubila cuando todos los trabajadores españoles».

¿De qué tratan “El tren” y “Flojos de pantalón”?

Uno de los asuntos más interesantes del libro son los comentarios de Rosendo sobre el significadode algunas de sus canciones más famosas. Por ejemplo, «El tren», clásico de la época de Leño, trata sobre el LSD, porque en aquella época circulaba por Madrid una partida de esta droga con el icono de un tren de color azul. O «Flojos de pantalón», que habla de «una juerga de un garito de borrachuzos y cómo se encuentran todos y tienen esas ansias de libertad». O «Cosita», que iba a ir de la heroína «pero al final se pierde por los cerros de Úbeda, porque no me veía capacitado». «Obstáculo impertinente» trata de la recogida de la basura «y es la primera canción que he escrito en mi vida del tirón», dice Rosendo. En «Sala de espera» plasma la angustia y el mal momento que estaba viviendo en un instante de su carrera lleno de incertidumbre, y en «Pagando residencia» habla de su padre, que, por entonces acababa de fallecer.