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Meryl Streep, una actriz de Banderas

La intérprete americana reflexionó sobre su carrera y el impacto de la inteligencia artificial durante un encuentro con el actor malagueño
Meryl Streep durante su encuentro con Antonio BanderasAlberto R. RoldánPHOTOGRAPHERS

Oviedo Creada:

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Buena parte de la leyenda de Hollywood descansa en su alfombra roja, y Meryl Streep, Premio Princesa de Asturias de las Artes, forma parte del reducido elenco de elegidos que se han elevado por encima de su propia fama para convertirse en un mito vivo del celuloide, emparejándose con esos otros astros inmortales que son Katherine Hepburn, Bette Davis, la Garbo o Barbara Stanwyck.
La actriz, con tres Premios Oscar ya domiciliados en su casa por obra y gracia de su talento, y con algunos de los mejores títulos que ha dado la gran pantalla en su nómina personal, acudió al Palacio de Exposiciones y Congresos de Oviedo, un espacio muy bien escogido porque la acústica era todo un drama (quizá explique algo apuntar que es obra de Calatrava). Allí conversó con Antonio Banderas, que más que un actor es toda una simpatía. Meryl Streep, con 21 nominaciones a sus espaldas, fue recibida con una ovación ensordecedora. «Dios mío, es como si fuera Taylor Swift», bromeó.
Después, como si estuviera tendida en el diván Freud, repasó su vida teatral, la influencia de los musicales y entró también en confesiones. «Cuando era muy joven pensaba que era frívolo ser una actriz. Pensaba que era un oficio vanidoso, tonto. Solo cuando tenía veintitantos años, entendí el valor que tenía y que había algo más». Recordó sus inicios en tiempos turbulentos, «en los sesenta y setenta», cuando «en la universidad había protestas, se manifestaba la gente, había huelgas... era atemorizadora esa revolución. Fui a vivir a una comuna en Vermont y hacíamos obras de teatro allí, pero era una manera de escapar del militarismo que percibía en mi escuela. No fueron buenos tiempos. Eran tiempos descorazonadores», admitió.
La intérprete norteamericana no ocultó el temor que todavía le produce, a pesar de su dilatada carrera cinematográfica, su exposición pública: «Todavía me aterroriza la fama. Y tengo 74 años. Debería ya estar acostumbrada, pero no lo estoy. Creo que existen muchas personas que desean convertirse en actores y actrices por esa razón, pero yo nunca perseguí eso».
Streep, que afirmó que «el apetito y las ganas de expresarse son importantes para ser un artista», no disimuló su preocupación por la inteligencia artificial y la amenaza que supone para la humanidad y el cine: «Elon Musk asegura que nos van a implantar chips y transmisores neuronales. Esto va a ser rápido, antes de que estemos preparados. La capacidad de la IA crece exponencialmente cada tres meses. Estamos llegando a un punto que, en menos de tres años, no va a haber programadores humanos ni ingenieros de datos ni desarrolladores porque la IA se enseña a sí misma. Ya es un idioma que no entienden los seres humanos que crearon estos algoritmos».
Meryl Streep no disimuló su preocupación y añadió: «Aplicado al mundo del cine, la IA tiene la capacidad de generar imágenes de personas que nunca existieron. Al principio, pensábamos que nos iba a robar la imagen, pero no va a ser así, porque la inteligencia artificial puede crear imágenes de personas que no existen, pero que son más bellas y que atemorizan más que una real». La actriz entró aquí en un punto medular para el futuro del cine: «La pregunta es si el público va a querer personajes imaginarios, sin vida, o seres humanos. Si van a añorar a los actores. Vamos ser conscientes de que no existen».
Ante la sorpresa de muchos, hizo una reivindicación del teatro, al que ella tanto se dedicó en sus inicios, y afirmó de manera tajante: «Tenemos que volver al teatro. Necesitamos teatros y actos que sean en directo para vernos de nuevo en persona». Su reflexión fue más allá, al punto de reconocer: «¿Qué va a pasar dentro de quince o diez años? Este mundo político en el que estamos me da miedo. Vemos cosas que la gente no ha hecho. La veracidad de los acontecimientos va a ser muy difícil de verificar dentro de poco... esto va a poner en cuestión todo, salvo lo que podamos tocar o ver por nosotros mismos».
Meryl Streep no se olvidó de hacer una vindicación de su profesión, que tantos agradecimientos le ha procurado y, de una manera sintética, explicó en qué consiste: «El peor enemigo de la interpretación es la autoconciencia, preocuparte qué sucede fuera, cualquier aspecto que te saque de actuar, porque actuar es abandonarse. En la vida real no puedes estar loco, sobre todo si tienes niños pequeños –bromeó–, pero en este mundo de ficción puedes explorar los impulsos asesinos y las cosas que están fuera de los límites. Nuestro trabajo consiste en explorar lo mejor y lo peor que tiene el ser humano, porque está mezclado en él. Hay que llegar lo más lejos posible. Pero incluso en esos lugares de oscuridad también hay luz. Actuar es tener la sensación de que estás viva», concluyó la actriz.