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Medardo Rosso, el pionero olvidado del siglo XX

Fundación Mapfre dedica un exposición con trescientas obras que aborda su figura, elogiada por todos los grandes escultores
Presentación exposición "Medardo Rosso. Pionero de la escultura moderna"
Presentación exposición "Medardo Rosso. Pionero de la escultura moderna"JJ.GUillenEFE

Madrid Creada:

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Medardo Rosso, el pionero olvidado. Su trabajo abrió puentes hacia el futuro y predibujó tendencias que después se volverían habituales. Su nombre goza del reconocimiento académico, pero quizá carece del adecuado conocimiento por parte del gran público. Hijo de un funcionario de ferrocarriles, con una biografía cimentada sobre esas rebeliones menudas que jalonan la juventud, su paso por el arte fue un rayo de luz, una inspiración sobrevenida que guiaría a muchos creadores posteriormente. El arte no es solo la excelencia. También es la capacidad de avanzar sobre caminos de expresión que nadie ha transitado hasta entonces o que hasta ese instante no existían. Parte de sus obras anticiparon inquietudes que después coparon la imaginación de escultores que hoy gozan de clara nombradía, como Brancusi o Giacometti. Reputados escultores como Degas o el célebre Boccioni, que lo citaría como un indiscutible referente para el movimiento futurista, lo reivindicaron, pero, sin embargo, su obra se ha quedado perdida, como un recuerdo que va y viene, pero que nadie sabe ubicar con excesiva claridad.
La Fundación Mapfre, que ahora también ha inaugurado una breve muestra sobre el verano en la obra de Sorolla, le dedica una necesaria exposición a este artista anticipador, que acudió a los rostros que se movían a su alrededor. Utilizaba para sus esculturas las caras comunes, la gente humilde que encontraba en el día a día o aquella otra que se movía en las partes más orilladas de la sociedad, pero, a diferencia de otros creadores, del arte o la literatura, que habían abogado por esta senda, él trataba de ir más allá de un mero tipismo y traspasar una frontera más insólita y menos frecuentada. Intentaba trascender y reflejar en sus modelados una idea para profundizar en el personaje y rematar un retrato de aristas más ambiciosas. En cierta manera era avanzar hacia campos más ilusorios y que el público, al contemplar a un niño, percibiera rasgos invisibles, los que siluetean su carácter, como puede ser la inocencia o el desamparo.
La exposición, que ha reunido un conjunto de trescientas obras entre esculturas, fotografías o dibujos, está organizada de una manera distinta a las que suele ser común. En lugar de apostar por un recorrido cronológico, ha preferido ahondar en esta figura esencial de comienzos del siglo XX mediante los conjuntos escultóricos más representativos.
A través de todos ellos se puede percibir cuáles son sus logros, recomponer su trayectoria y detenerse en las principales motivaciones y objetos de interés en los que hacía hincapié su escultura. En estas obras se irá puliendo un estilo que resulta muy característico y que puede percibirse en su forma de abordar sus creaciones: la marcada faceta bidimensional que poseen sus piezas, su esfuerzo para romper los límites impuestos por la materialidad y tratar de integrarlo en el espacio de alrededor. Puntos que son definitorios en su caso. Pero si algo es particular en Medardo Rosso es su afán por ensañarse en la repetición. Es un rasgo de la idiosincrasia que posee su trabajo y un particular subrayado que lo distingue de otros escultores.
De esta manera rompe con lo tradicional, que gozaba de un enorme impulso a lo largo de varias décadas del siglo XIX, y, al mismo tiempo, introduce una mirada subjetiva en los discursos, lo que aporta originalidad. Lo interesante en Rosso es que cada vez que repetía el rostro o el cuerpo de un modelo, aunque en apariencia deja la impresión de que es la misma en todos los casos, siempre introducía leves matices que las modifican y que enfatizan distintos aspectos. En la muestra pueden contemplarse figuras como «Bookmaker», realizada en 1894, el «Bambino al sole» (1891-1892) y la trascendental, por lo que posee de biográfico, «Aesta Aurea», que celebra el nacimiento de su único hijo, Francesco, que vino al mundo en un matrimonio astillado. Y, por supuesto, están las fotos de «Impressione d’omnibus» (1884-1885), una obra que fue destruida al trasladarse a una exposición en Venecia.
PERNOT, EL FOTÓGRAFO DE LO QUE NADIE QUIERE VER
En un mundo que está lleno de imágenes y de cámaras todavía existen numerosos rincones que permanecen a oscuras y a los que no llega ninguna mirada. Son las esquinas que nadie desea mirar y que todavía están privadas de luz. El fotógrafo Mathieu Pernot ha decidido enseñar lo que nadie quiere ver y que por lo normal queda siempre alejado de los focos. Son los marginados. Los pueblos y culturas que sobreviven aislados, orillados por unas sociedades donde todo parece que está comunicado menos ellos.
Ahí es donde él, francés de 1970, ha decidido colar una de sus cámaras. Sus instantáneas reflejan niños con la piel ensuciada por la mugre de los arrabales; adolescentes de miradas apicaradas que saben que, a diferencia de lo que reflejan las películas de Walt Disney, la realidad no está hecha únicamente de felicidad y comodidades, y cuyas caras reflejan todas las lecciones que deja el día a día de los que tienen que desenvolverse en una atmósfera hostil. Sus desplazados o su trabajo de los Gorgan, que elaboró en una amplia franja temporal que va desde 1995 hasta 2023, dan cuenta de unas realidades que no siempre son de nuestro gusto, pero que son tan ciertas como el cielo que se sostiene sobre nuestras cabezas. No lo hace desde la amargura, sino reflejando la felicidad y las sonrisas de estas personas.
Pernot siempre se mueve con un aliento de originalidad. Y esto también se refleja de manera especial en la serie que ha dedicado a los boxeadores, retratados de manera frontal y siempre con el mismo enfoque e iluminación, de tal manera que en la imagen acaba aflorando, más que el rostro del púgil, el carácter del individuo al que ha prestado atención.