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Luis Mateo Díez: «El Cervantes es mejor que ganar la lotería»

El escritor mostró su entusiasmo por ser el nuevo galardonado con un premio que reconoce una larga y prolífica carrera literaria

Madrid Creada:

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La sede de la Real Academia Española, donde Luis Mateo Díez ocupa el sillón «I» desde que fue elegido académico en 2000, fue ayer el escenario de la rueda de Prensa en la que el escritor mostró su felicidad por ser el nuevo ganador del Premio Cervantes. «Es un momento especial que tiene su dosis de sorpresa y de reconocimiento de algo que uno viene haciendo durante tanto tiempo. Cuando encuentras un reconocimiento de tan alto honor, ya pueden imaginar lo que supone de satisfacción», dijo el autor de «La cabeza en llamas».
A sus vitales y lúcidos ochenta años, como se encargó de recordar en varias ocasiones durante su intervención, el escritor reconoció sentirse ante el galardón «encantado de la vida. Soy de esas personas a las que les gustan las cosas buenas. Cuando me llamó el ministro para decirme que un solvente jurado me daba el Cervantes estaba un poco ido. Lo de ser octogenario quiere decir algo. ¡Qué bueno que es esto! ¡Qué maravilla! En este tipo de noticias no puedo negar que tengo cierto conocimiento de causa».
Los lectores cómplices
Mateo Díez se definió como «un escritor de una obra prolífica que a lo largo de la vida he tenido algunas circunstancias favorables para hacer la obra que hago. Entre ellas está la amistad. Desde muy lejanamente encontré como si fuera un descubrimiento a editores amigos, lectores cómplices y un ámbito especial en el que podía desarrollar mi obra. Esto es muy importante. No he tenido que luchar con circunstancias inhóspitas. Fui siempre en mi vida de escritor como un niño cariñoso al que se quería mucho. He tenido grandes editores con los que tuve amistad y pude hacer lo que me daba la gana. Es importante hacer lo que te apetece y que eso sea comprendido por algún tipo de editor que lo aprecie y también que te anime sin ser yo escritor de éxitos mesurados. Estoy complacido, encantado de la vida».
Díez reconoció divertido que en el momento de recibir la llamada telefónica que lo convertiría en ganador del Cervantes no supo quién era el ministro que le daba la buena nueva porque «estaba un poco adormilado. Le dije: “¡Qué bien! Me ha dado usted el día. Hoy dormiré mejor”».
El autor de títulos como «Apócrifo del clavel y la espina» o «Cenizas» quiso subrayar que si ha recaído en él tan alto reconocimiento se debe fundamentalmente a aquellos que han seguido sus libros, aquellos que han sido lectores fieles de su extensa producción literaria. «El premio no es mío. No soy complaciente ni pagado de mí mismo. Es de mi lectores. Ellos son mis cómplices. No son más de lo debido, pero hay una comunicación y complicidad. Si me han dado el Cervantes es gracias a ellos, además de por mis editores, que tanto me quieren. Me gusta en la vida que me quieran. He vivido encontrando el cariño y la generosidad de los que apuestan por mí. Esto es mejor que ganar la Lotería Nacional. Sí que era lo que yo me merecía».
Luis Mateo Díez se reconoció asimismo heredero de las leyendas y fábulas que le contaban de niño, un mundo mágico y misterioso que posteriormente ha querido que se plasmara en las páginas de la decena de títulos que lleva a sus espaldas. «Provengo de una experiencia personal y de una cultura que es mi infancia en un territorio vivo donde permanecía la tradición de las culturas populares. Soy hijo de esas reuniones y del apego de mi tierra. Nada tiene que ver el aprendizaje de las culturas populares con los costumbrismos. Hay en eso una herencia del que escucha al que cuenta historias. Eso marcó en mi destino la curiosidad de un niño fascinado por lo que se contaba», comentó. A este respecto, el narrador quiso reivindicar esa tradición oral, las historias que se cuentan de generación en generación, matizando que «este país es rico en dicha herencia, en el camino que va de lo popular a las creaciones de ámbito más amplio. Hay alguien que escucha, un niño que oye en lo colectivo, en lo vecinal, que se refiere a una memoria colectiva. Aquella era una ventana de ámbito muy universal».
Sobre esa universalidad puso como ejemplo una leyenda que conoció cuando era crío y que se refería a «una niña perdida en el monte, secuestrada, y que sufría todo lo derivado de ese secuestro. Era muy emocionante porque tenía esa idea del monte, de la perdición, del mundo misterioso...» Sin embargo, aquello que podía parecer como una pieza de un determinado lugar, uno de esos cuentos que guardan los mayores, tuvo un giro inesperado porque «resulta que un día un amigo me dijo de ir al cine a ver una película de Bergman. “El manantial de la doncella” era aquello. Así que puedo decir que lo que cuento no es solo del ámbito local».
Tampoco se olvidó de citar como uno de sus principales referentes literario «La muerte de Iván Ilich», de Tolstoi, donde «me di cuenta de que el sentido que había en esa historia podía afectar a lo que yo escribiera. Había un punto de ejemplaridad entre una cosa y la otra».
En alguna ocasión, Luis Mateo Díez ha sido definido como un escritor cervantino. El autor considera ese como uno de los mayores elogios que ha podido recibir a lo largo de su ya extensa trayectoria profesional. «Todos nos hemos dado cuenta en algún momento de que la historia de Alonso Quijano era la historia universal del destino del ser humano. Cómo desde la quimera se puede llegar a la locura y al final regresar a la lucidez que da sentido a todo lo vivido. Ser cervantino es el recurso más humano que tenemos. Como punto de referencia no hay mayor sentido de ambición y ejemplaridad que esa historia eterna que significa don Quijote y Sancho», concluyó.