Luis García Montero: los feministas que no querían a las mujeres
María Asunción Mateo, que acaba de publicar «Mi vida con Alberti», contesta a las airadas declaraciones del director del Cervantes, la penúltima polémica cultural
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Hace apenas dos meses se publicaba el libro «Mi vida con Alberti», de María Asunción Mateo. La viuda del poeta pretendía dar, con él, testimonio del amor vivido. Y en ese relato no podía faltar, por formar parte de ese paisaje sentimental, los desprecios y calumnias, el trato vejatorio, que un grupo identificable de escritores, con Luis García Montero al frente y denominado por ella con fino humor como «los viudos», le infligieron durante mucho tiempo. No se había dado hasta ahora reacción alguna ante el silencio roto al respecto sobre unos hechos que eran conocidos, que no han sorprendido especialmente más allá de que Mateo, más de veinte años después de la muerte de Rafael Alberti, haya decidido a pronunciarse al respecto públicamente. Pero ha sido la publicación en «El País» de una reseña sobre el libro firmada por la profesora Anna Caballé, y no la publicación del libro, lo que ha provocado la respuesta airada del director del Instituto Cervantes en las páginas del propio diario. Una respuesta esta que sí ha sorprendido por el tono bronco e irreflexivo, por lo atropellado y deslavazado, pero, por encima de todo, por la deshonestidad del planteamiento: el autor bracea, señala y acusa, furibundo, sin aportar un solo dato, frente a los detalles y argumentos de Mateo o el ejercicio de reflexión e, incluso, autocrítica, de Caballé, para acabar en el giro, no por previsible menos despreciable, de acusar a esta última de ultraderechista y de uso torticero e ilegítimo del feminismo, y a la primera de mentirosa y arribista. De su escrito se infiere, pues, que despreciar y desacreditar a determinadas mujeres no es machismo, es justicia.
Respuesta «colérica»
A María Asunción Mateo la polémica le preocupa en la medida de que no quiere, como no ha querido nunca, que esta empañe la figura de Rafael Alberti. «Rafael pasará a la historia, ha pasado ya, por su obra», señala, «y yo nunca he querido que ninguna polémica empañara eso. Si hubiese querido habría contado todo mucho ante en lugar de callarme, o habría contado en ese libro otras muchas que he callado y sigo callando. Para mí lo importante al escribir el libro era dar el testimonio de nuestro amor, porque Rafael me pidió que lo hiciera y yo quería cumplir con mi palabra». Para ella, para la que este libro era un escrito sobre el amor, sobre esa vida compartida, ha sido determinante el dónde se ha hablado de él, más que el qué o el quién. «Yo no conozco a Anna Caballé», dice, «pero le agradezco mucho esa reseña porque, en mi opinión, es un artículo objetivo y honesto. Y, publicarla donde la publicó (‘El País’), me parece de gran valentía. Y eso es lo que creo que ha molestado en realidad, que se haya publicado precisamente en esas páginas».
Sí sorprendió, sin embargo, a Caballé la reacción de García Montero. «Me sorprendió mucho», confiesa, «tanto la forma como el contenido de su réplica y, desde luego, ambas eran muy poco adecuadas en relación al alto cargo político que ocupa García Montero. Él me puede menospreciar como crítica literaria, y está en su derecho, pero no como ciudadana. Yo evito la confrontación en la medida de mis posibilidades, porque creo que el respeto mutuo es la medida de la libertad de un país y lo que permite que la vida en él sea respirable. Y esta convicción fue lo que me llevó a responderle». Efectivamente, esa respuesta se producía y daba la profesora una réplica a la colérica respuesta del poeta. Y lo hacía, sorprendentemente, no desde las páginas del diario en que lo hacía este (fuentes ajenas a ella confirman que «El País» no le permitió hacerlo), sino en un artículo en el magazine «Jot Down». En él, la autora contesta con serenidad, no exenta de contundencia, al intento de García Montero de invalidar su artículo sobre el libro apelando a la ideología pero sin proporcionar un solo argumento o dato comprobable.
Contar con el testimonio de García Montero se antoja imposible, más allá de la consulta del artículo publicado en sus páginas amigas (lo que ahora se ha dado en llamar «espacios seguros» y que no es más que el aborto del sano debate y la confrontación de ideas). Pero fuentes muy cercanas confirman, no solo el conocimiento general de los hechos relatados por María Asunción Mateo, sino, como ella misma apunta y corrobora, el hostigamiento infligido también a Susana Rivera, viuda del poeta Ángel González. Como si de un comportamiento sistemático se tratara. Relatan cómo poetas mediocres se acercaban al viejo y retornado Alberti, sabedores de su querencia por la jarana y las mujeres, como si el talento fuese contagioso y tratando de medrar, amistad mediante. Y una María Asunción Mateo, enamorada y que lo enamoró, era para ellos un escollo, un impedimento para seguir alimentando esa relación sobre la que descansaba el ansia de proyección. «Eso lo sabíamos todos, lo veíamos», apunta alguno de ellos, que prefiere no dar su nombre. «García Montero tenía talento, otros no tanto. Pero no se puede negar que les beneficiaba acercarse a Alberti». Explican lo llamativo de ver al poeta escuchando una tesis sobre él mismo, la de un joven García Montero, en la Universidad. O cómo, ante la publicación del libro Impares, fila 13, del que la propia Anna Caballé habla en su réplica, nadie albergaba duda alguna de que a quien ficcionaba era a la propia Mateo, acusada, con poco disimulo, de buscona, golfa y aprovechada. Unos y otros, incluso los que entienden, y casi comparten o justifican, que García Montero contestara a Anna Caballé en los términos en los que lo hizo, los que creen que tanto derecho tiene Mateo para pensar que «los viudos» pretendían aprovecharse de Alberti como aquellos de sospechar sobre ella lo propio, todos, acaban también aludiendo al episodio por el que García Montero abandonaba la Universidad de Granada en 2008 tras ser condenado por injurias graves a su compañero de departamento José Antonio Fortes. Un episodio blanqueado y suavizado convenientemente por una parte de la prensa pero que sirve para contextualizar al personaje y su afición al improperio.
Lo sintomático de todo el asunto, como bien señala en su artículo en «Vozpopuli» el periodista cultural Victor Lenore, es esa «costumbre de culpar de todo mal a la “extrema derecha’’, una estrategia habitual en su carrera, aunque ya no se la compre nadie fuera de su círculo de amigos en Prisa, Izquierda Unida y el PSOE». Ese menosprecio al que disiente, ese etiquetar al contrario para, al mismo tiempo, situarse en el lado correcto, y mediante la condena basada en cuestiones ideológicas tratar de anular las ideas, no con otras mejores, sino con el abuso de la autoridad moral autoarrogada. Una por la cual, además, se permite, siendo un hombre blanco y heterosexual que ostenta un alto cargo, con el desequilibrio que esto supone, acusar de ser mala feminista a una mujer, ciudadana anónima, por expresar su opinión. Una que a él incomoda. No es de extrañar que, incluso desde la izquierda, se hayan alzado voces cuestionando que este comportamiento sea propio de alguien que desempeña un cargo como el suyo. ¿No sería exigible algún tipo de ejemplaridad?
María Asunción Mateo está convencida de que, de estar vivo Rafael Alberti, todo esto no hubiese ocurrido. No lo habría permitido y ellos no se habrían atrevido. «Si le hubiesen querido de verdad», reflexiona, «si hubiesen sido de verdad sus amigos, se habrían alegrado de ese amor que vivimos. Pero a ellos tenían otros intereses, otros que no eran ni su bienestar ni su felicidad. Y yo era algo que se interponía».