Liudmila Ulítskaya: «Me cuesta escribir... el mundo en el que vivía está destruido»
La autora rusa, que publica «Una carpa bajo el cielo», reflexiona sobre Ucrania y lo «peligroso que es dedicarte a la cultura en mi país»
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Liudmila Ulítskaya es una mujer con el día jerarquizado por lo que denomina «sus» prioridades. Por la mañana va a la compra, luego prepara la comida y, «solo después de alimentar bien al hombre de la casa» (risas), «empiezo mi tarea, a escribir, algo que se extiende hasta altas horas de la madrugada. A veces, mi marido y yo paseamos por el río, que está cerca. Berlín es una ciudad increíblemente cuadrada, pero los ríos tienen sus propias costumbres y no van rectos. Pasear a su vera, anima». La novelista vive en la capital alemana desde que comenzó la guerra de Ucrania. Es una de las miles de personas que se han marchado de su país. «Estamos escuchando las noticias durante todo el día y toda la noche. En Moscú han quedado muy pocos amigos míos. Se han dispersado. Nadie sabe el número exacto de los que han abandonado el país, pero de Rusia se han ido entre un millón y un millón doscientas mil personas. En su mayoría son hombres jóvenes en edad de ir a la guerra», explica la autora.
La escritora, candidata al Nobel de Literatura, Premio Formentor, acaba de publicar «Una carpa bajo el cielo» (Editorial Automática), una historia familiar que ahonda en uno de los periodos menos conocidos de la Unión Soviética: el que va desde la muerte de Stalin hasta la caída del Muro de Berlín en 1989. Unas décadas marcadas también por la omnipresencia del KGB, la disidencia y las deportaciones. «Sí, sigue siendo peligroso pensar y dedicarte a la cultura en Rusia. Muchos escritores, directores de teatro y de cine, junto a artistas de todas las disciplinas, han abandonado Rusia. Es una pérdida enorme para el país. Pero, por otro lado, también tenemos un ejemplo alentador en los años veinte del siglo pasado, cuando se fueron los intelectuales a Occidente y crearon otra corriente de cultura rusa que, pasados unos años, se unificó a lo que florecía o existía en Rusia».
La novelista, que reconoce que pasa demasiado tiempo «localizando fuentes de información fiables para acercarse a la realidad» de lo que sucede en su patria, reconoce que «en la política rusa, a lo largo de su historia, siempre ha habido dos fuerzas opuestas que han gobernado: los servicios secretos y el partido. Entre ellos, las relaciones nunca han sido fáciles. Estaban en una pugna constante por el poder. Esto rara vez salía a la luz pública. Hace veinte años, una de las dos partes ganó: los servicios secretos. Ahora no hay lucha por el partido. Los que dominan, los que gobiernan, son los servicios secretos».
«En Rusia estamos viviendo la represión de la antigua Lubianka»Liudmila Ulítskaya
En este aspecto, la realidad de hoy entronca con la narración que cuenta en su último libro traducido al castellano. «Sí, continúa la represión de la Lubianka. De hecho, estamos viviendo la represión de la antigua Lubianka», reconoce. Quizá por esto mismo se plantea una pregunta crucial, una interrogante que pronuncia en alto: «¿Qué pueblo es el que ha aceptado a los bolcheviques, ha sufrido los males de una guerra civil, las deportaciones a los campos del gulag y sigue obedeciendo sumiso al poder, que campa a sus anchas? El poeta Pushkin, hablando de mi pueblo, decía que era curioso y perezoso... Ahora, para saber si Putin será peor que Stalin, tendremos que esperar unos cuantos años. Putin está desenvolviéndose en este momento a lo grande».
Liudmila incluye una coda a su respuesta: «Hay que tener en cuenta el ambiente general que existe en el mundo de ahora, que ha cambiado. El conflicto entre occidentales y Rusia es más profundo. La cuestión no deja de ser económica más que política. Rusia intenta cambiar su dirección, dar la espalda a Occidente y mirar hacia China, Irán...». En los puntos suspendidos descansa no solo el final de la frase, sino también el futuro que nos aguarda a todos. Pero en sus palabras todavía prevalece una esperanza. «Es cierto que Rusia ha perdido a su aristocracia, a su nobleza, la que estuvo en tratos con Occidente, al cortarles las cabezas a todos sus miembros, pero hay que señalar que ha crecido una nueva generación que no tiene nada que ver con esa aristocracia ni con los intelectuales de antes. Se parecen más a los jóvenes occidentales que vemos cada día. Además, ha pasado una cosa. Si en épocas anteriores las ideologías y las convenciones eran importantes, ahora los jóvenes miran por otros asuntos, más tangibles, aparte de la educación, como asegurarse una vida digna».
Sin embargo, este optimismo que confiesa no disipa su malestar: «Este es el año más pesado de toda mi vida. Por eso me cuesta escribir. El hecho de que no viva en mi casa, en el lugar que considero mi casa... el estado intelectual no es el que necesito para escribir. El mundo en el que yo vivía está destruido. En Moscú no hay guerra, pero todo lo que ha pasado es la consecuencia de esta guerra».
Para ella está claro el conflicto. No alberga dudas: «Tal como está y tal como ha empezado, es una invasión rusa en terreno ucraniano. Ahora no sabemos por dónde va a ir la guerra ni tampoco tenemos una idea precisa de los años que puede prolongarse. Existen muchos detalles grandes y otros que son pequeños, pero que son cruciales y que hay que tener en cuenta. Por ejemplo, en esta contienda puede resultar de vital importancia el proceso de consolidación del nacionalismo ucraniano, porque durante siglos, con esta cercanía entre las dos naciones, no le había dado tiempo a Ucrania a afirmarse en este sentido. Pero a raíz de este conflicto, puede que este distanciamiento ya sea definitivo. Este proceso ya estaba en marcha hace diez años... Antes ibas allí y oías a la gente hablando en ruso, ahora los habitantes de Kiev cambian de idioma. Ahora aprenden ucraniano y tratan de hablar en ucraniano».