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Universitarios que son incapaces de leerse un libro

Un reportaje publicado en The Atlantic concluye, tras entrevistar a 33 profesores, que los universitarios no leen, y no es porque no quieran, sino porque no pueden
Estudiante consulta una biblioteca de libros de papelDreamstime

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Estamos educando a tontos en cinco idiomas, como dijo aquel. Cada vez son más los estudiantes universitarios que se gradúan sin haberse leído un solo libro. Y no hablamos de la saga de Harry Potter precisamente. Tanta ansia de parir peones dispuestos para el mercado neoliberal está produciendo en serie becarios y juniors, carne de Big Four, con altas aptitudes prácticas (es decir, productivas; es decir, rentables), pero con una formación en humanidades propia de un mono con carencias. Españolitos que, con 25 años, hablan alemán, mandarín y neerlandés (nivel negocios, claro); pero que son incapaces de engarzar dos sentencias en castellano sin recurrir a esa odiosa muletilla predadora: «en plan»; no saben cuál es la capital de Extremadura; y piensan que Miguel de Unamuno es el nombre del club de moda o de un rey godo. Por ejemplo.
Esta evidencia, salvando las distancias espaciales, ha venido a constatarla un reportaje publicado recientemente en la revista estadounidense «The Atlantic», en el que tras entrevistar a 33 profesores de diferentes universidades norteamericanas concluye que cada vez menos matriculados son capaces de leer un libro: y no porque no quieran, sino porque no pueden.
Así, dicho artículo, elaborado por la periodista Rose Horowitch, explica que los alumnos llegan a las universidades desde los colegios e institutos sin haber leído un mísero libro por culpa de planes de estudios cada vez menos exigentes en materia de humanidades. Los libros son sustituidos por extractos de los mismos, se afirma en «The Atlantic». Al menos, este que escribe, hijo de la Logse, llegó a la carrera con «El árbol de la ciencia», «Luces de bohemia» y «La verdad sobre el caso Savolta» en la mochila. Que no es mucho, y empalidece en comparación con los planes de estudios de nuestros padres, pero ya es algo.
Daniel Share, director del departamento de Inglés de Georgetown, asegura que sus estudiantes tienen problemas para mantenerse concentrados ¡durante la lectura de un soneto!, que, como dijo aquel, catorce versos (nada más) dicen que son. Otra profesora universitaria, de Literatura Inglesa en Atlanta, cuenta que han tenido que reducir el número de libros a leer en su asignatura: de unos 14 han pasado a 6 ó 7. ¡Y estamos hablando de estudiantes de Literatura!
¿El motivo principal? Es evidente: la falta de concentración. Si la sobrestimulación provocada por los smartphones, la intolerancia al aburrimiento, la falta de voluntad y el llamado «multitasking», ya hacen difícil que un joven vea un capítulo de una serie sin mirar a la segunda pantallita; figúrense si tiene que leerse «La montaña mágica» o «Moby Dick»: entre el «Call me» y el «Ismael» ha mirado el móvil cuatro veces.
«Leer libros, incluso por placer, no puede competir con TikTok, Instagram y Youtube», dice otro de los testimonios recogidos en el reportaje. Y, lo más preocupante, como concluye el artículo no es el presente y futuro de la industria editorial, sino nuestro porvenir en general, que queda en manos de tontos en cinco idiomas. «Para comprender la condición humana todavía es necesario leer La Iliada».