Elif Shafak: «No podemos resolver asuntos globales desde el ultranacionalismo»
En «Hay ríos en el cielo» la prestigiosa autora turca reflexiona sobre el cambio climático, la misoginia o la inmigración
Pese a persecuciones y censuras, Elif Shafak sigue derramando ríos de tinta. Y una mayoría los aclama. La prestigiosa autora turca vuelve con una epopeya que abraza las injusticias y las minorías y las pule hasta darles el brillo que necesitan. Una novela en la que el agua, fuerte y omnipresente, conecta a personas, tiempos y lugares diversos. «Hay ríos en el cielo» (Lumen) viaja desde la antigua Nínive hasta el Londres victoriano, pasando por la persecución de los yazidíes por el ISIS en 2014. Cambio climático, inmigración, misoginia, guerras... la autora reflexiona sobre las realidades de una humanidad que, aunque plural y empeñada en marcar diferencias, no es más que el resultado de las gotas que se mezclan en el mar.
¿Puede un universo caber en una gota de agua?
Esta novela parte de una única gota de lluvia, aunque combina distintos continentes, culturas y personajes. Hoy, cuando hablamos de crisis climática, realmente hablamos de crisis del agua potable, pero la gente tiende a olvidarlo. Hay riadas, inundaciones, como las que se han vivido en España, y parece que lo que hay es abundancia de agua. Pero en Oriente Medio vemos lo contrario. De los 10 países con más estrés hídrico del mundo, 7 se encuentran en Oriente y en el norte de África. Nuestros ríos se mueren, y eso tiene consecuencias gravísimas, sobre todo para las mujeres, que son quienes acarrean el agua y deben recorrer distancias más largas para encontrarla, y por tanto aumenta la posibilidad de sufrir violencia sexista. La desigualdad racial, la violencia de género... todo está conectado por el agua.
¿Es el agua una poderosa herramienta literaria?
En la novela hablo de ríos enterrados o perdidos en muchas ciudades: Londres, Nueva York, París, Tokio, Stuttgart... Construimos ciudades encima de ríos, y con el aumento del nivel del mar esos canales no van a poder transportar todo ese agua. Es decir, el modelo antiguo ya no es sostenible. Esos ríos enterrados son una metáfora porque son como historias perdidas. Cuando eres una autora de un país como Turquía, en el que la democracia está rota y hay muchos silencios, me interesan esos relatos. Ser escritora es como ser una arqueóloga lingüística cultural.
¿Es importante hoy defender a las minorías silenciadas?
Nos encontramos en un momento crítico para ellas. En muchos países la democracia se rompe, y cuando esto pasa los primeros derechos que se pierden son los de las mujeres. Nosotras debemos preocuparnos más por el futuro de la democracia. Es una época para fomentar la sororidad global. Quiero compartir que a finales de los 90, el mundo estaba lleno de optimismo por la proliferación de las tecnologías digitales. Se proyectaba una aldea global, un mundo dividido entre países sólidos, donde no había que preocuparse por el futuro, y líquidos, que vivían fuera de Occidente. Pero ahora sabemos que esa idea dualista es errónea. Todos estamos en un momento líquido.
¿Debemos preocuparnos?
Hay una ansiedad que se está propagando en todas las edades, y eso es un problema porque entran los demagogos populistas en escena. No deberíamos tener miedo a hablar en términos más complejos, con más matices. Eso lo permite la literatura. Vivimos en pluralidad y no se nos permite celebrarlo. Nos convencen de que vivimos en categorías excluyentes, pero podemos estar conectados. Me gusta verme como una ciudadana de la humanidad. Es posible pensar en la identidad de una forma más fluida y pluralista.
Si dejamos que nos categoricen, ¿se potencia el ego?
Es una ilusión creer que al encerrarnos en nuestras cajas podemos evitar ver qué sucede en otras partes del mundo. No podemos resolver problemas globales reiterándonos en el ultranacionalismo, el aislacionismo o el tribalismo. Necesitamos más diálogo, más cooperación.
Su obra ha sufrido censura, persecución... ¿la libertad de expresión también es una ilusión?
Es difícil ser novelista con raíces turcas, y más siendo mujer. Escriba lo que escriba, de política, historia o género, puede ofender a las autoridades y verte investigada en juicios. Yo he vivido linchamientos, que se me trate de traidora. Se me juzgó en Turquía por mi novela «La bastarda de Estambul», sobre el genocidio armenio. Fue surrealista y kafkiano, porque mi abogado tuvo que defender a mis personajes de ficción. En la calle había grupos ultranacionalistas quemando banderas de la Unión Europea y escupiendo en fotos mías. Tuve que ir con guardaespaldas. También se me investigó por «obscenidad», por escribir sobre sexualidad y violencia de género. Que las autoridades puedan perseguir legalmente a los escritores es un gran dilema.
Aún así, sigue escribiendo.
No imagino la vida sin narrativa. La literatura nos sana a nivel individual y colectivo. Las bibliotecas y los espacios culturales no deben ser un lujo. Esta es la época de la ansiedad, pero si se convierte también en la de la apatía va a ser muy difícil convivir. La literatura es el antídoto.
¿Ha pensado alguna vez cómo hubiese sido su vida si fuese un hombre?
Qué buena pregunta. Hay muros de cristal, no solo techos, que oprimen a las autoras. Nos reseñan distinto, nos enfrentamos a capas adicionales de misoginia, sexismo... Si eres de fuera de Occidente, la industria editorial no espera que escribas una literatura experimental, de vanguardia o ciencia ficción. Pero yo tengo mucha fe en la sororidad. Cuando las mujeres se apoyan el impacto de esta solidaridad traspasa generaciones.