Lovecraft: de la tentación fascista al socialismo
El tercer tomo de la correspondencia del escritor revela su conversión ideológica y el abierto racismo nunca redimido del padre del «horror cósmico»
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Cada paso hacia las profundidades de la mente de Howard Phillips Lovecraft (1890- 1937) es un capítulo tan fascinante como los productos de su máquina de escribir. Del escritor ya conocíamos aspectos de su personalidad enternecedores, como su absoluta inadaptación social y sus auténticas ambiciones literarias para las que sólo encontró el fracaso. Y conocíamos, a través de los dos primeros volúmenes de cartas seleccionadas por Javier Calvo y editados por Aristas Martínez, del estado de depresión en el que entró el de Providence y de la mísera vida a la que se vio condenado, como un aristócrata en la absoluta ruina. Sabíamos también, gracias a los dos primeros volúmenes de su correspondencia, hasta qué punto sus sueños estaban en la base de una literatura grotesca. El «horror cósmico» estaba, en realidad, sustentado en pesadillas y los abismos siniestros del subconsciente. El tercer volumen de las misivas, culminación de la empresa de Calvo y que acaba de llegar a las librerías, se adentra no tanto en la suspensión del raciocinio como en «el terror de la razón», subtítulo del volumen que contiene otros desvaríos, en este caso ideológicos, del inigualable escritor.
Nos adentramos en sus devaneos con el fascismo que derivan en partidaria ilusión por el socialismo, así como sus exabruptos xenófobos y delirios sobre un mundo que, en su transformación durante las primeras décadas del siglo XX, le había dejado atrás hacía ya muchos años.
Calvo se enfrentó a la titánica labor de seleccionar la correspondencia de Lovecraft de entre las más de 10.000 misivas que se conservan, que abultan hasta 24 volúmenes y consisten, con diferencia, en su mayor obra escrita. «No me parece ninguna exageración decir que es en las cartas donde mejor se ve y entiende el pensamiento de Lovecraft. Además de que en ellas están los originales de una gran parte de su ensayística, en sus cartas hay muchas cuestiones sobre las que jamás escribió ningún artículo, en materia de política, antropología o cuestiones raciales (...). Lo que hemos seleccionado en este volumen es, por supuesto, una fracción minúscula de todas las disquisiciones de las cartas. Quizás un 1 por ciento, para que el lector se haga una idea», escribe Calvo en el prólogo. En sus misivas se ocupaba de asuntos cotidianos, de sus sueños y ambiciones (como ya hemos visto), pero también de «sesudas disquisiciones y furiosas diatribas» sobre el mundo.
Javier Calvo, lovecraftiano confeso, no pone paños calientes sobre las ideas del escritor en la presentación de las cartas del creador de Cthulhu: «Se podría decir que las cartas políticas de Lovecraft anteriores a 1925 son el retrato del perfecto cretino. Voy a optar por ser más caritativo y diré simplemente que son el retrato de un pobre hombre desconectado de la realidad. No solo de la realidad social, sino de la realidad y punto. Alguien que no había salido básicamente de su casa en casi treinta años, atrapado en un mundo apolillado de prejuicios familiares, delirios de grandeza, conspiraciones raciales y libros de otros siglos», apunta el escritor y experto en Lovecraft.
Un «troll» postal
En esos años, el escritor piensa que el mundo se ha degenerado, que la democracia ha reducido la virilidad de la política y cree en la superioridad racial de anglosajones y teutones. «El fervor con el que llena sus cartas de epítetos despectivos para referirse a alemanes, italianos, irlandeses y demás hace pensar en los ‘‘trolls’’ de internet de nuestra época. A veces te obliga a buscar desesperadamente indicios de que todo es una broma o una exageración cómica», consigna Calvo. Desde 1922, año de la Marcha sobre Roma, Lovecraft se declara fascista, con ciertos matices, pero contrario al capitalismo, a la democracia liberal y antisemita. Sin embargo, era una visión romantizada, casi fantástica del fascismo, apoyado en una vaga inspiración en el Imperio Romano que excita su imaginación más belicosa y épica, una ensoñación en la que las humanidades –y no el burgués «poder adquisitivo»– estaría en la cúspide social. Algo que tiene poco que ver con lo que después defendieron Hitler o Mussolini, por supuesto. Sin embargo, ocho años después Lovecraft comienza un giro político que se culminará completamente en 1932. El escritor había cumplido 40 años y vivía con sus tías, de 64 y 74. Ninguno tenía ingresos, no podían permitirse comprar ni el papel para las cartas. «Tenían exactamente el perfil sociológico con el que se cebó la Gran Depresión: gente mayor, sin propiedades ¿Cómo no hacerse socialista en esas circunstancias? Los delirios monárquico-aristocráticos, sus sueños de un fascismo ilustrado no le iban a dar de comer. Roosevelt quizá sí». A partir de 1931 su correspondencia se convierte en un programa reformista. En 1934 llama a su ideología política «socialismo racional». En 1936 reclama el voto para el Partido Socialista y protesta contra la «acumulación individual». Su última misiva pone a Franco como ejemplo de la posible «respuesta de los banqueros» frente a lo que ya ve como inevitable triunfo del socialismo en Estados Unidos.
Capítulo aparte merecen las diatribas raciales de Lovecraft, estas nunca corregidas o redimidas con el paso del tiempo, sino, si cabe, potenciadas. Como dice Calvo, Lovecraft «generó un corpus de pensamiento inteligente, sagaz, visionario y estimulante para miles de creadores», pero «en mitad de su pensamiento, como un cáncer que va infectando tejidos de forma indiscriminada, están sus ideas sobre la cuestión racial. Y ahí no hay nada que le salve. No hay nada que lo redima de su incapacidad absoluta para salir del pozo de la ignorancia en el que pareció vivir perfectamente a gusto toda su vida». Lovecraft se suma a las teorías paracientíficas que sostenían que el homo sapiens no constituía una sola especie, sino que sus diferentes «razas» o taxonomías tenían capacidades diferentes por pura genética, ideas muy en boga por el supremacismo blanco y el segregacionismo de la época. En varias ocasiones, el escritor alude a la inferioridad de la raza negra, su verdadera obsesión. Calvo y los editores del volumen decidieron incluir este material, desagradable desde la óptica de hoy porque constituyen no una parte marginal de su pensamiento «sino su mismo centro», algo que resulta muy difícil de esconder y que además no es intención del volumen dar una imagen «blanqueada» de su protagonista. Aspecto oscuro de un escritor incómodo que deja al lector el espacio para formar su propia opinión.
«El terror de la razón. Cartas III»
H. P Lovecraft
Aristas Martínez
425 páginas, 19 euros