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László Krasznahorkai: "Todos mis libros son un fiasco"

El novelista, que recibe el Premio Formentor, advierte sobre el preocupante aumento de tantos "profetas falsos en el poder" y afirma que uno de los grandes problemas del mundo actual es "la ignorancia"
El escritor húngaro László Krasznahorkai, Premio Formentor
El escritor húngaro László Krasznahorkai, Premio FormentorEUROPAPRESS

Madrid Creada:

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László Krasznahorkai trae consigo una literatura de sociedades en ruinas, de cierta desintegración moral, donde la vigilancia del Estado, la venta ilusoria de paraísos irreales y el resurgimiento de inesperados giros autoritarios, como el que describe en «Melancolía de la resistencia», son pautas fijas. El narrador, que recibe el Premio Formentor coincidiendo con la publicación en nuestro país de «El barón Wenckheim vuelve a casa» (Acantilado), ha trabado un mundo de atmósferas personales, en la antesala del Apocalipsis de San Juan, pero prescindiendo del evangelista, que, en lugar de contar el pasado, lo que en realidad hace es prefigurar nuestro presente.
¿Cómo ve que vayamos hacia el mundo que precisamente describe en sus novelas?
La verdad es que es una sensación mala. Pero absolutamente mala. La realidad es que después de terminar cada uno de los libros que escribo, lo que quiero es dejar de escribir y no continuar más.
El novelista, Premio Man Booker Internacional en 2015, que recogió los elogios de Susan Sontag y las alabanzas de W. G. Sebald, que ha vivido en el apartamento de uno de los grandes de la generación Beat, Allen Ginsberg -con quien mantuvo largas conversaciones y que le dio acertados consejos para escribir-, es un maestro de la narrativa posmoderna y, con toda probabilidad, uno de sus nombres mayores exponentes. Una obra, tallada en una longitud de frase larga, que circula por los meandros de lo más puramente humano y que desenmascara a vendedores de esperanzas, pícaros de tres al cuarto y subraya esa extrañeza que a veces provoca mirar el mundo o regresar al país donde uno creció tras una prolongada ausencia.
Nació en 1954 en Hungría, conoció el régimen comunista y lo que las ideologías hacen a las personas y también lo que suelen provocar en sus identidades. Y sus libros, precisamente, provienen de asumir esas fatídicas coordenadas intelectuales y vitales con un ingenio y una prosa que están al alcance de pocos. «En realidad, todos mis libros son un fiasco. Desde mi punto de vista no son obras literarias que hayan salido bien. No son perfectas y para mí algo no es perfecto si peor que la "Odisea" de Homero. La meta no es superar a Homero, porque no se le puede superar. Mi objetivo no es superar a un inmortal. Aprendí griego antiguo a través de la "Odisea" y es ahí donde comprendí que la cultura griega de esa época está a una altura inalcanzable».
¿La «Odisea» explica que viajara tanto? Japón, Alemania, China, Mongolia, España...
No solo eso. Cada lugar, después de un tiempo, enseña cuál es su verdadero rostro y, entonces, tienes que huir de ahí, del lugar, porque no se puede soportar. Me he ido hasta de Sevilla, que, cuando llegué por primera vez, por fin, pensé, es un lugar del que no voy a querer irme. Estuve alojado en la casa de una familia pobre que se ocupaba de mantener las rayas blancas de los campos de fútbol y después de siete días comprendí que tampoco era tan idílico. Era gente muy buena, muy inteligente para la música, con un enorme talento, pero sentía la profunda injusticia que se cometía hacia ellos y yo no podía hacer nada para enmendarlo, no podía actuar. Tampoco quiero decir «huir», porque es un poco fuerte, pero siempre me voy de todos los sitios... quizá, porque a los 18 años, perdí lo que sentía que era mi hogar.
László Krasznahorkai, autor de «Tango satánico», uno de sus mejores títulos, «Al Norte la montaña, al Sur el lago, al Oeste el camino, al Este el río» o «Guerra y guerra», entre otras obras, ha sentido el puño cerrado del autoritarismo y la intransigencia de las utopías cuando acaban concretándose en idearios políticos, algo que ha conocido muy bien de pequeño y, también, de mayor, cuando colaboró con el director de cine Béla Tarr. «La gente sigue siendo igual antes, sigue siendo así en Europa central, en Hungría, en Bosnia, en Rumania, en Serbia... se creía que podríamos evolucionar por cambiar a un dirigente político por otro, pero las personas continuaban siendo las mismas que antes y son ellas precisamente las que hacen que estén demasiado tiempo en la política algunas figuras tan terribles y peligrosas».
Con la caída del Muro de Berlín se pensaba que todo iría a mejor y ahora vemos auges de autoritarismos como los que cuenta en algunos de sus libros.
En Hungría se pensaba que iba a ver un gran cambio y, es cierto, que el comunismo cambió. Es verdad que muchos intelectuales llegaron al poder y que muchos se dijeron, por fin intelectuales, algún elemento de inteligencia y de moral aparece en la política, pero esas personas a las que se referían en muy poco tiempo se corrompieron por el poder...
¿Entonces?
Aunque yo no me fiaba de que fuera a haber tantos cambios, todos confiaban en una evolución política. Después, todos esos hombres y mujeres que albergaban esa confianza en un futuro mejor se desengañaron.
¿Y cuál es la consecuencia de un desengaño así?
Que ahora han dejado de creer en cualquier fuerza política y ya solo quieren crear su seguridad económica y financiera. Eso es: se han convertido en individualistas. Y ha sucedido en toda Europa central. No escribí «Melancolía de la resistencia» en 1989. Ese año ya estaba escrito, porque estuve escribiéndolo a lo largo de los ochenta, cuando ya se podía prever lo que iba a ocurrir en el país y existían esas esperanzas que comento. Luego llegó una enorme decepción y después hemos alcanzado una situación donde ya no se puede hacer nada. Los que consideraban que podía haber habido un progreso con valores democráticos, al final se han dado cuenta de que no es así.
"El hombre no cambia porque no siente el peligro de poder extinguirse"László Krasznahorkai
¿Cuál es el problema hoy?
El verdadero problema de esta sociedad es la pérdida de conocimiento, la ignorancia, y todo lo que va ligado a la ignorancia. La idea de «paleto», que es una actuación impulsada por la ignorancia, ese es el problema. Este el problema de la sociedad de base. La cuestión es que las personas, en realidad, no son diferentes hoy a las que había antes. Son las circunstancias lo que hacen que las personas sean distintas. Esto es eterno y está ahí desde que conocemos a la humanidad. Eso no lo podemos modificar. Eso, y la injusticia y hasta qué punto una sociedad es injusta son unas constantes que se repiten en nuestra historia. Incluso ahora...
¿Cree eso?
Realmente en nuestra sociedad digital, la que estamos viviendo, no ha cambiado nada, no es que las personas, de diferentes estatus sociales, vivan mejor. La distancia social entre las personas que viven en el escalafón más bajo y el más alto de una sociedad es una distancia igual tanto hoy como ayer. Y es una constante de injusticias. La diferencia entre la edad media y la globalización contemporánea es que en la era digital nos enteramos de esa diferencia entre los de abajo y los de arriba, entre el desgraciado y el que tiene suerte. Ahora eso es visible, porque sale en los medios.
"Lo que necesitamos es que nos mientan y siempre hay profetas falsos dispuestos a hacerlo"László Krasznahorkai
¿Esperanza?
Hubo gente muy joven que creía en esa socialdemocracia que podía extenderse por Europa tras la caída del Muro de Berlín y que podía haberse producido un cambio positivo. La esperanza no es un error y un artista, un escritor, nunca quiere quitar la esperanza a nadie, aunque sí que hay diferenciar lo que es esperanza y lo que es creer. Tener esperanza y creer no es lo mismo. La esperanza nunca se pierde porque nunca se cumple el objeto de la esperanza y las creencias, en el fondo, son privadas.
Luego están los profetas falsos. En cada uno de sus libros, asoma uno. O casi.
Los profetas falsos existen y los mantenemos vivos para que nos mientan, para que nos digan que esto mejorará en el futuro. Realmente, no necesitamos que nos digan la verdad, lo que necesitamos es que nos mientan y siempre hay profetas falsos dispuestos a hacerlo.
¿Qué podemos hacer contra ellos?
¡Nada! Somos nosotros los que los convocamos. El hombre no necesita profetas de la verdad, porque dirían la verdad. Lo que sí es cierto, y, también, lo que es nuevo en nuestra época, respecto al pasado, es que haya tantos profetas falsos en el poder al mismo tiempo. Pero esto es, precisamente, un resultado de la incultura y de la ignorancia generalizada por todo el globo terráqueo, porque es un resultado que no queríamos. Pero si hay un resultado en la democracia y la democracia se sostiene en que cada persona tiene un voto y que ese voto vale por uno... es lo que hay. Hay gente que va a votarlos porque ellos sí creen en lo que dicen, en sus nuevas palabras... La estupidez humana es eterna.
¿Por qué lo hacemos? ¿Por qué se apoya a esas personas?
Porque no sentimos el peligro de poder extinguirnos a nivel individual. Cuando nos demos cuenta de que se trata de la supervivencia individual y global, será cuando las cosas cambiarán. Ahí sí que el salto será brutal. Entonces no creeremos a esos individuos, pero ahora mismo estamos viviendo en una sociedad y en un momento muy acomodado, no solo en Occidente, que es la parte más pequeña de la humanidad, sino también en otros países. El problema es que las personas siguen siendo, en el fondo, un animal, pero, también es cierto, que la única esperanza que nos queda son nuestros propios instintos de supervivencia. Eso es los que nos salvará en el futuro. El hombre es un animal, como todos los que hay en el planeta, y quizá eso, aunque resulte paradójico, sea nuestra esperanza.